El término “gorila” suele utilizarse para calificar a quienes, sintiéndose superiores, menosprecian a los demás. Hay “gorilas” de ideologías diversas: los de derechas se basan en su poderío económico o en su aspiración a obtenerlo; los de izquierdas suelen ser minorías lúcidas, cuya preeminencia se funda en el conocimiento. Sabemos que la palabra se aplicó en sus orígenes, esencialmente, a los antiperonistas. “Deben ser los gorilas, deben ser” era el cántico, surgido del programa cómico radial “La revista dislocada”, durante el segundo gobierno de Perón. Posee mucha vigencia en la actualidad porque, a decir verdad, hay “gorilas” por doquier.
La igualdad es la única forma de libertad. Entre nosotros no solo no se profundiza, sino que retrocede desde hace cuarenta años. Retrocede también la formación de nuestra dirigencia, que puede dar un discurso ante un organismo internacional con frases plagiadas de historietas extranjeras. ¿O será que estamos ante personajes de historieta?
La idea de imponer la solidez de la moneda como acto previo a la dignidad de los salarios es una oscura consecuencia de la decisión de continuar empobreciendo a las clases populares y medias. Es de lamentar la aparición de quienes expresan el fracaso anterior para dejarlo encerrado entre dos variantes de la decadencia. Son cuarenta años de pauperización de una sociedad que hoy ve cómo países hermanos -es el caso de Brasil o de México- avanzan en su desarrollo económico y su integración social.
En nuestra sociedad, la política ha perdido su capacidad y su derecho a definir el futuro, a convertir lo que hoy se disfraza de esperanza en una digna vigencia del progreso. La reiterada falacia de la excelencia de lo privado por sobre lo estatal es la expresión más concreta de la perversa voluntad de demostrar la debilidad del Estado, único espacio capaz de defender los derechos de los ciudadanos y, en particular, de los más necesitados. ¿En cuántas empresas privadas -no hablemos de las privatizadas- se nos destrata como si estuvieran brindándonos un servicio (deficiente) gratuito que, hoy por hoy, alcanza cifras siderales cada mes? Y no son administradas por el Estado. Porque el anti-estatismo es la expresión más degradada de la anti-patria, de ese ámbito donde nuestra sociedad dejó de admirar a los sabios, a la cultura, se desinteresó de los desarrollos científicos y tecnológicos, del arte, para terminar envidiando a los ricos que evaden y viven en el exterior.
Somos una sociedad sin políticos, sin pensadores, sin reflexión. Buena parte de la prensa televisiva es una lamentable prueba de ello: amarillismo, ignorancia, ausencia de debates de ideas, conclusiones sesgadas y apresuradas, obsecuencia, gorilismo. Somos una sociedad que añora el pasado, porque en el continente estamos transitando el retroceso mientras la mayoría del resto de los países latinoamericanos anexa socialmente a sus habitantes. Hubo un tiempo en que fuimos ejemplo de integración social, de distribución económica, un tiempo donde los economistas no eran decisivos porque no imperaba la desesperación, porque la política había definido un destino de progreso cuyo eje primordial era lo colectivo. La preeminencia de los grandes grupos económicos por sobre los partidos políticos nos lleva a la triste realidad de definir las prebendas de las que gozan como gestoras del destino, el mal llamado “derrame”, que no es más que una variante de la opresión. Sin cambios al respecto desde Alsogaray, Martínez de Hoz y Cavallo, con banderas que levantan en el presente los Caputo y los Sturzenegger.
El capitalismo es un sistema cuya validez depende de la integración de sus habitantes. Hace cuarenta años éramos un país rico, hoy somos simplemente una sociedad con grandes enriquecidos, causa central del crecimiento exponencial y desesperante de la pobreza. La concentración -no la dureza de la moneda- es la causa central de nuestra ignominia. La solidez de la moneda poco y nada tiene que ver con la dignidad de los necesitados. Quienes hoy nos gobiernan son, a no dudarlo, el último punto de la decadencia que se inicia con los asesinatos de la dictadura y se convierte en opresión con las privatizaciones de Carlos Menem. Son “gorilas”, gente que se cree por encima de los demás y pretende que todo le es debido, son los “héroes” que no pagan impuestos, protegidos y alabados por este presidente cuyos chistes de mal gusto aplauden los dirigentes empresariales con fruición, real o fingida. Finalmente, para el espectáculo farsesco, la autenticidad no cuenta.
En cuanto a la financiación universitaria, por ejemplo, otro de los engañosos caballos de batalla de Milei y los suyos, pues, de lo contrario, hace tiempo que las hubieran auditado dado que contaban con todas las herramientas para hacerlo, arguyen detalles que pueden resolverse sin necesidad alguna de reducir a un salario indigno a los docentes ni a suspender el mantenimiento necesario de las casas de altos estudios públicas de gestión estatal y centros de investigación científica y tecnológica de prestigio internacional ni a cerrarlos, tal parece ser su voluntad. Lo que pasa es que su formación intelectual se limita a la burda repetición de historietas extranjeras. Ni para el plagio sienten la tentación de ser patriotas.