Hablemos de la felicidad

En la posmodernidad, consumismo y cultura de la imagen asocian la felicidad con la posesión de objetos

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Bauman señala que vivimos en la incertidumbre y buscamos constantemente escapar de ella (Imagen Ilustrativa Infobae)
Bauman señala que vivimos en la incertidumbre y buscamos constantemente escapar de ella (Imagen Ilustrativa Infobae)

¿Se puede pensar la felicidad? ¿Se puede hablar de ella?

A lo largo de la historia, cientos de pensadores se lo han preguntado. Platón niega que la felicidad consista en el placer y, en cambio, la considera relacionada con la virtud. Decía que los felices son tales por la posesión de la justicia y de la temperancia. Para Aristóteles es el bien supremo y rechaza la idea que la riqueza pueda serlo, pues es un medio para conseguir placeres o bien para conseguir honores, pero reconoce que existen personas que convierten a las riquezas en su centro de atención y las aleja de la verdadera felicidad.

Luego de siglos de relacionar a la felicidad con la idea de Dios, en la Modernidad, vuelve a relacionársela con la idea de placer. Por un lado, Locke dice que la felicidad es, en su grado máximo, el más grande placer de que seamos capaces y, por otro, Leibniz la define como un placer duradero, lo que no podría suceder sin un progreso continuo hacia nuevos placeres.

Hoy por hoy, en la posmodernidad con sus implícitas ideas de consumismo y cultura de la imagen, la felicidad pareciera ligarse al tener objetos y cosas. Sin embargo, es necesario cuestionar las representaciones que subyacen acerca de este tema y volver a plantearnos qué nos hace felices.

Darío Sztajnszrajber , en su obra “Desencajados, Filosofía + Música”, reflexionaba acerca de esta gran temática. Filosofando, tal como es su metier, se cuestionaba ¿Cuándo fue la última vez que te preguntaste? No buscando una respuesta ni encontrando una certeza, sino la última vez que te escapaste de lo cotidiano y te detuviste.

¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo porque sí? No porque te convenía, ni lo necesitabas o, incluso, porque lo querías, sino porque sí.

¿Cuándo fue la última vez que recordaste? No cuando vence la factura de gas o la fecha de un examen, sino que te recordaste en una trama, como una huella, como parte de un relato en el que te ves inmerso, como el deseo de querer seguir narrándote.

¿Cuándo fue la última vez que preferiste la nada al ser, un olor a un concepto, un insomnio a un ansiolítico, un árbol viejo a un ascensor? ¿Cuándo fue la última vez que te preguntaste? insistía el filósofo, intentando hacer “romper” al espectador su monótona cotidianeidad.

Pareciera que no se puede responder conceptualmente qué es la felicidad. Como señala Z. Bauman en “Qué hay de malo en la felicidad”, vivimos en la incertidumbre y buscamos constantemente escapar de ella; esto explicaría por qué la felicidad completa, duradera y verdadera siempre será un horizonte que se aleja cada vez que nos acercamos a él.

Recordarnos en una trama, sentir el olor a tierra mojada, hacer algo porque sí, pasear por el borde del río, tomar un mate entre amigos, recordar el abrazo de la abuela; quizás esa sea la fórmula, sólo hay que probarla.

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