Pacto del Futuro y cepos ideológicos

Como suele decir Ray Dalio, gran exponente del éxito capitalista, “todos los sistemas, llevados al extremo, pueden ser autodestructivos”

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Un total de 193 países
Un total de 193 países participaron de la Asamblea de la ONU, pero Argentina retiró su apoyo

Ha pasado una nueva Asamblea de la Organización de las Naciones Unidas. Ciertamente, no es la mejor época para esta organización mundial que supimos crear luego de la Segunda Guerra Mundial. Ni para la Gobernanza global en general. Son tiempos de retorno a la batalla geopolítica encendida, aunque con nuevas estrategias, acciones y actores. La agenda global parece llenarse de temas de difícil resolución, debates e intercambios entre los representantes de las distintas naciones encuentran trabas de compleja superación y el retorno a conflictos armados abiertos en el mundo producen peligrosos alineamientos y un elevado clima de tensión.

A pesar de todo ello, esta Asamblea de la ONU no ha sido una más. Justamente bajo un entorno tan candente, un grupo importante de líderes mundiales ha tenido la valentía y la templanza para diseñar, promover y provocar la suscripción de 143 países del documento llamado Pacto del Futuro. No deja de ser una proeza, un triunfo de la concertación y la construcción colectiva que, en este mundo lleno de mechas encendidas siempre al borde de estallar, haya líderes con destrezas para diagnosticar temas de impacto común, unificar enfoques para abordarlos y proponer hojas de ruta lo suficientemente amplias como para sumar muchas voluntades, pero al mismo tiempo con algún nivel de precisión como para aspirar a impactos efectivos.

Primero fueron los Objetivos del Milenio (año 2000). Luego los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS - 2015) para el año 2030, aún vigentes. Ahora llega este refuerzo y actualización de la apuesta por la acción global común, llamado Pacto por el Futuro. ¿Es útil semejante esfuerzo de coordinación y aspiraciones comunes?, ¿Hay en todo esto una supuesta inclinación ideológica dominante que atenta contra la libertad, la soberanía y la diversidad?, ¿Qué utilidad tiene todo esto si en verdad el mundo sigue girando bajo la dinámica de intereses nacionales y sectoriales que ninguna narrativa ni modelo cooperativo puede ordenar?, ¿Debemos seguir empujando esta apuesta por la concertación entre partes tan heterogéneas cuando los avances en causas comunes parecen ser lentas y contradictorias? Como es habitual en asuntos complejos, estamos llenos de preguntas que no tienen respuestas simples ni fáciles. Pero ello no debería impedirnos construir un razonamiento que nos allane el camino hacia intentos de respuestas apropiadas para el bien común. Como bien recordó días atrás en una columna Bernabé Malacalza, el ex Secretario General de la ONU (1953/61) Dag Hammarskjöld, expresó alguna vez que “la ONU no fue creada para llevar la Humanidad al cielo, sino para salvarla del infierno”.

Es en esta línea bajo la cual podemos concebir de forma más ecuánime esta nueva apuesta por la acción colectiva global de cara al futuro. ¿Cuánto peor podría ser el curso de los acontecimientos en el Planeta que compartimos y cuanto más sombrías podrían ser las perspectivas de futuro si renunciáramos a seguir intentando estrategias de acción y objetivos comunes? No tengo dudas que todo sería más difícil, azaroso e injusto. Las miserias del presente no deberían impedirnos visualizar las mayores miserias que podríamos sufrir sin los mecanismos que preservan cierto orden global y encauzan voluntades hacia renovados marcos de acción común, a pesar de tantos obstáculos que afrontamos en esta aventura de vivir juntos en la diversidad.

El Pacto del Futuro buscará
El Pacto del Futuro buscará mantener la paz, pese al aumento de los conflictos armados

Las 56 acciones que propone el Pacto por el Futuro que acaba de suscribirse no han sido el resultado de una imposición de las grandes potencias, un arrebato creativo de alguna mente iluminada ni una entelequia de un conjunto de diplomáticos alejados de la cruda realidad de cada día. Son el resultado de un largo proceso de conversaciones, acercamientos y equilibrios que Michelle Griffin, la Directora de la Cumbre del Futuro, ha liderado con mucho criterio junto a los líderes de los distintos países para arribar al borrador final de un documento sobre el que se abren nuevas esperanzas acerca de lo que podemos lograr como Civilización en este siglo tan decisivo para nuestro futuro a largo plazo. Los principales desafíos que emergen en esta década, punto de inflexión para el futuro, están contemplados en las acciones sugeridas de este Pacto: mantener la paz global en un mundo bajo tensión, redoblar los esfuerzos para controlar el cambio climático y reparar el Planeta, seguir elevando la igualdad de género, intensificar el combate a las distintas expresiones de terrorismo y gobernar el uso de la tecnología más poderosa que jamás hemos creado como es la inteligencia artificial.

Además de lo anterior, dos instrumentos se suman en la misma línea de compromisos comunes hacia el futuro. Por un lado, el Pacto Digital Global, que busca abordar de forma proactiva lo que colectivamente necesitamos hacer para que el crecimiento exponencial de la dimensión digital en nuestras vidas y economías pueda generar beneficios más equitativos a todas las personas. Pocos dudan del potencial liberador y propulsor de capacidades humanas que el paradigma digital tiene, pero son cada vez más claros los riesgos de que no seamos capaces de liderar con inteligencia un proceso de cambio tan profundo de actividades y hábitos, y especialmente achicar las brechas de adopción de tecnologías tan potentes dentro y entre los distintos países. Crecen las evidencias de que el salto digital anterior al actual (el de la Internet, móviles, redes sociales y comercio electrónico, entre otras expresiones digitales) podría haber sido mejor gestionado por la inteligencia colectiva. Y que dichos aprendizajes deberían capitalizarse ahora, antes de que la inteligencia artificial se convierta en el tan anunciado copiloto universal de todas nuestras actividades. Hay una misión de coordinación, articulación y regulación de esta fuerza arrolladora que parece ser la IA. Y que la Humanidad debe hacer bien. No la hará el mercado con sus virtuosas fuerzas de la innovación, solamente. Tampoco los Gobiernos de manera unilateral, bajo la ilusión de poder dirigir este proceso como si fuera una palanca más a tiro de leyes y decretos.

Por otra parte, y de manera muy entrelaza con el capítulo digital, esta apuesta por el Futuro concertado incluye la Declaración sobre las Generaciones Futuras, instrumento que le da entidad a este enfoque que ha venido creciendo en lo que va del Siglo 21 acerca del pensamiento largoplacista, muchas veces ausente de nuestras decisiones y actividades del presente. Quienes hoy estudiamos, trabajamos, lideramos, consumimos, votamos y en general, tomamos decisiones en nuestros ámbitos particulares, siempre con algo de impacto sobre el conjunto, no tenemos una libertad despojada de responsabilidad sobre los entornos que tendrán que afrontar nuestros hijos y nietos. La variable intergeneracional no puede tomarse como algo menor o aleatorio. Requiere determinación para hacerla presenta en nuestras actividades y decisiones de hoy. Por ello esta Declaración refleja el triunfo de dicho enfoque, necesario y justo con los seres humanos que nos seguirán y completa el paquete de apuesta por el futuro de este 2024.

Otro de los objetivos será
Otro de los objetivos será profundizar en el uso de la inteligencia artificial romper con las brechas tecnológicas entre generaciones (Imagen Ilustrativa Infobae)

Pero como todo lo bueno, no viene en línea recta ni sucede por unanimidades. Una buena cantidad de países y, dolorosamente la Argentina, han decidido no acompañar estos acuerdos por el Futuro. Los países que adoptan dicha postura por razones vinculadas al manejo del poder dentro de sus fronteras y apuestas nacionalistas descarnadas en un mundo sumido en el desorden y la polarización, no son foco de nuestras reflexiones en esta nota. Lo que nos interesa es cuestionar las razones de la posición Argentina y de un pequeño puñado de países acerca de que estos acuerdos significan expresiones de una ideología socialista imperante en el mundo que ha alejado a Occidente de los mejores valores e ideas para el progreso. Sería difícil elegir un argumento tan alejado de las realidades que podemos observar en el trayecto que vive la Humanidad. Puede recibir muchas interpretaciones y tonalidades, todas válidas por cierto, pero es muy difícil ver socialismo en estas declaraciones y objetivos visiblemente compatibles con valores centrales del ideario liberal, como la libertad individual, la creación de valor económico y la virtud de la iniciativa empresarial bajo gobiernos limitados.

Es la particular mirada libertaria (supuesta expresión del pensamiento liberal sobre la que habría mucho para discutir y contrastar), la que promueve una etiqueta de izquierda sobre este ejercicio de concertación global que cuesta tantas energías conseguir. Opera como un verdadero cepo ideológico, porque básicamente impide reconocer que buena parte del progresismo, otrora promotor de izquierdas más alejadas del mercado, han abrazado con convicción las fuerzas de la innovación, la tecnología y la creación de valor privado. No hay, en estos pactos por el Futuro, cuestionamientos esenciales hacia esos motores de progreso, sino más bien una aspiración a recalibrarlos para generar resultados de triple impacto (económico, social y ambiental) y más favorables a futuros luminosos para las generaciones que vendrán. ¿Cuánto mejor pueden ser las fuerzas de la libertad y del capitalismo si además de lo que ya han demostrado generar para el progreso de la Humanidad, se despliegan con nuevos criterios y formatos respetuosos del ambiente, los bienes públicos y las equidades sociales menos groseras? Este debería ser un Pacto que nos una sin cepos ideológicos ni caprichos de alguna coyuntura nacional. Hemos logrado mucho, pero no alcanza para construir futuro. Y como suele decir Ray Dalio, gran exponente del éxito capitalista, “todos los sistemas, llevados al extremo, pueden ser autodestructivos”.

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