La virtud de decir no

Argentina enfrenta un dilema político y económico. La aprobación de leyes sin considerar su impacto financiero podría llevar al país a una crisis aún más profunda

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Javier Milei junto a diputados
Javier Milei junto a diputados del PRO

No sucede muy frecuentemente que un presidente utilice su potestad de vetar leyes. Esto ha sucedido dos veces en el último mes con las leyes de movilidad jubilatoria y de financiamiento universitario. En ambos casos lo que se modificaba casi exclusivamente eran los aspectos económicos de estas dos cuestiones. Como tradicionalmente ha sucedido, se decidían aumentos del gasto sin definir el origen de los fondos necesarios para financiarlo.

Esas leyes implicaron efectos en dos direcciones y dimensiones. Unas directas y otras indirectas. Las primeras benéficas y concentradas y las otras, menos perceptibles, difundidas y negativas.

Analicemos el caso del aumento del presupuesto universitario. La consecuencia más directa sería un aumento en los salarios del personal docente, justificado si fuera visto aisladamente. Quizás también menos paros y más continuidad de clases para los alumnos. Estas son las causas directas y concentradas en un segmento de la población. Es lógico que los afectados demuestren su apoyo y también que parte de la sociedad lo reclame, mirando sólo los beneficios. El efecto indirecto deriva de incorporar un gasto sin definir su financiación. Se rompe una regla que de no aplicarse sin excepciones llevaría al déficit, la emisión y la inflación. Esta última sería la consecuencia indirecta, que afectaría a los 46 millones de argentinos. Aunque los afectados seríamos todos, difícilmente alguien saldría a manifestarse por unas pocas décimas más de inflación en los próximos meses.

Esta es la razón por la que algunos políticos, especialmente los que no están en el poder, eligen apoyar estas leyes, destacando sólo los beneficios directos. Aparecen como defensores de un sector, sin sufrir las consecuencias de sus decisiones. Pero el deber del gobernante es velar por el interés general, particularmente en el largo plazo.

Las más de las veces en nuestros gobiernos esto no fue así. Como en la educación de los hijos, es mucho más fácil decir que si a decir que no. Los padres que siempre les dan el gusto a sus hijos quedan como “buenos” pero a la larga crían hijos malcriados y poco esforzados. En la sociedad ocurre lo mismo. Un presidente populista o débil actuaría como la persona que tiene en cuenta los intereses de aquellos que piden, pero olvidaría las consecuencias de mediano y largo plazo, aunque resulten malas para la sociedad.

La historia argentina reciente circuló casi siempre por esos caminos. Se gobernó como si no existiera la restricción presupuestaria, diciendo que sí a la mayoría de los pedidos sectoriales. Pero como las necesidades y deseos de la gente son infinitos, y hubo que financiarlos, se tuvo que recurrir a deuda (hasta que se tornó impagable y nadie ya nos presta), impuestos (hasta que ahogaron la producción) y emisión de moneda (que nos llevó a una inflación descontrolada). Y como si esto fuera poco, no sólo no se satisficieron los deseos y necesidades de la población, sino que la Argentina se empobreció a causa de todo este descontrol. Siguiendo con el ejemplo de la educación de los hijos, estos pasaron de niños malcriados a adultos sin haber adquirido las herramientas para trabajar y progresar.

El sí fácil, que trae un beneficio de corto plazo para algunos, es perjudicial para el largo plazo. Decir no a un sector es una virtud cuando se evalúa el bienestar general.

Los políticos que consideran, erróneamente, que los problemas económicos se solucionan imprimiendo billetes, y por eso tienen el sí fácil, quizás también piensen que los problemas educativos se solucionan imprimiendo diplomas. Así como la sabiduría se logra estudiando, la riqueza se logra trabajando. También puede suceder que, estando plenamente conscientes de las consecuencias, solamente piensen en el interés de un sector particular de donde obtienen su apoyo. En cualquier caso, su decisión es perjudicial para el conjunto de la sociedad.

Para terminar, así como cualquier adulto sabe que no se puede educar a los hijos dándoles todos los gustos, una sociedad madura debería darse cuenta de que tampoco se pueden satisfacer los gustos o necesidades de cada sector social. Decir que no después de evaluar los costos y consecuencias es bueno, aunque duela.

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