La travesía de Mirta en De Liniers a Estambul, gran película de culto, donde el exilio y la ruptura personal la llevan a redefinir su vida en un contexto ajeno y hostil, refleja la adaptación forzada a la que se enfrenta hoy la Argentina bajo la presidencia de Milei. Al igual que Mirta, el país vive un momento de cambio drástico, buscando reconstruir su destino en medio de una economía devastada y una pobreza creciente. A 301 días de haber asumido el cargo, Milei ha dejado atrás la figura disruptiva que agitaba la política con retórica anti-establishment, para convertirse en un presidente que, apuesta todas sus fichas a un pragmatismo necesario, aunque insuficiente en varios frentes.
Milei enfrenta su mayor desafío: mejorar una economía desvencijada con la esperanza de que la mejora macroeconómica se traduzca en una mejoría tangible para el bolsillo del trabajador promedio. Sin embargo, el panorama es mucho más complejo de lo que su discurso de campaña sugería. La pobreza en Argentina ha dejado de ser un semáforo en rojo, una advertencia de lo que no se debe hacer, para convertirse en un problema endémico, profundamente arraigado en la estructura social y económica del país. Con el 53% de la población viviendo en situación de pobreza y un alarmante 70% de los jóvenes entre 12 y 17 años atrapados en este círculo de miseria, la magnitud del problema trasciende cualquier esfuerzo que dependa exclusivamente de ajustes macroeconómicos.
Marcha “universitaria” por medio, parece que pasó mucho tiempo, pero fueron apenas unos pocos días, desde el acto en el Parque Lezama que dejó en evidencia el doble carácter de Milei: por un lado, sigue siendo el líder libertario que denuncia a la casta política, pero por otro, ha comprendido que para gobernar necesita adoptar una postura más pragmática, como acercarse a China. La logística del acto, con micros y una estructura peronista, pero vestida de colores libertarios, es una muestra clara de que el Milei presidente no puede darse el lujo de ignorar las reglas del juego político. Y ese pragmatismo no solo debe aplicarse a la logística de la política, sino, más importante aún, a la resolución de los problemas estructurales que amenazan con desestabilizar su gobierno.
Uno de esos problemas, y quizás el más urgente, es la pobreza. El aumento de las prestaciones sociales, como la Asignación Universal por Hijo y la tarjeta Alimentar, si bien esenciales para mitigar el impacto inmediato de la crisis, no son la solución a largo plazo. Las transferencias directas no resuelven el problema de fondo: la falta de oportunidades laborales reales que permitan a los sectores más vulnerables salir de la pobreza a través del trabajo y del ascenso social como premio al esfuerzo individual. Aquí radica uno de los desafíos más importantes que Milei enfrenta si desea consolidar su proyecto libertario y aspirar a ganar en 2025: crear un sistema económico que ofrezca empleo genuino a los millones de argentinos sumidos en la informalidad y la pobreza.
La consolidación del poder de Milei depende, en gran medida, de su capacidad para revertir esta situación. Si logra generar empleos, fortalecer una economía productiva y ofrecer alternativas viables al trabajo informal, podrá presentarse ante el electorado como un presidente que no solo habló de cambio, sino que lo concretó. Sin embargo, la realidad en los barrios más pobres del país pinta un panorama oscuro: para muchos, la única salida económica pasa por la delincuencia o el narcotráfico, una opción que, aunque moralmente reprobable, les resulta rentable frente a la falta de oportunidades formales. Si Milei no aborda este flagelo con una solución integral que incluya la creación de empleo y “más” lucha contra el narcotráfico, sus promesas de cambio serán vistas como vacías.
Este escenario es aún más crítico si se toma en cuenta la situación de los jubilados, otro sector altamente vulnerable. La precarización de las jubilaciones y la falta de un sistema previsional sostenible son puntos claves que Milei debe resolver si desea mantener la paz social y la estabilidad de su gobierno. Las elecciones de 2025 serán el termómetro adecuado para medir el éxito o el fracaso de su gestión. Y si bien la pobreza no es responsabilidad de Milei, sí lo será encontrar los puentes que permitan su solución, especialmente en un país donde la grieta política y social se profundiza cada vez más.
En este contexto, Milei cuenta con una ventaja importante: su formación como economista le permite comprender los problemas estructurales que han azotado a la Argentina durante décadas de gobiernos populistas que inflaron el gasto público y asfixiaron al sector privado. Si logra revertir esta situación, poniendo en marcha una economía más sólida y real, su gobierno podría dar un primer paso significativo hacia la salida del abismo en el que la Argentina ha estado sumida por tanto tiempo, consolidando el proyecto libertario en el tiempo.
Sin embargo, Milei también debe tener en cuenta que la estabilidad económica por sí sola no garantiza la paz social. Si bien un crecimiento económico sostenible puede mejorar la situación general del país, la realidad es que la pobreza y la exclusión social generan tensiones que, si no son atendidas, pueden desencadenar conflictos sociales más graves. Para los libertarios que hoy ocupan la mesa chica del presidente, estas son señales de alarma. Un programa económico que no tenga en cuenta el impacto social corre el riesgo de fracasar, no solo en términos económicos, sino también políticos. Milei debe tener claro que las elecciones de 2025 ya no se ven solo como una oportunidad para consolidar su proyecto, sino también como un examen de su capacidad para gobernar con estabilidad y equidad.
La pelea que Milei ha iniciado con los medios de comunicación más tradicionales es un punto que, si bien refuerza su imagen de outsider, podría volverse en su contra a largo plazo. Resulta irónico que los mismos medios que le dieron visibilidad y lo ayudaron a ganar la presidencia ahora sean el blanco de sus ataques. En este punto, tanto Milei como su equipo de asesores deberían reevaluar esta estrategia confrontativa, que si bien puede tener éxito en el corto plazo, desgasta su relación con el periodismo y podría alienar a sectores clave del electorado que ven en la libertad de prensa un valor fundamental.
La marcha universitaria reunió un grupo variopinto, cuya diversidad terminó diluyendo los efectos concretos de la protesta. El veto presidencial fue la respuesta inmediata. Sin embargo, lo que permanece latente es que un sector considerable del electorado mantiene un vínculo profundo con la universidad pública, la cual es vista por muchos como el único camino viable para el ascenso social en un país donde las oportunidades de progreso son escasas para quienes nacen en la pobreza, como si estuvieran condenados a una vida de carencias. Milei mantuvo una postura firme, pero las circunstancias no le permitían dar marcha atrás. Su recurso fue el veto, que probablemente se convierta en su sello distintivo cada vez que el Congreso intente presionarlo en cuestiones de gasto público.
Milei enfrenta un escenario complejo donde su apuesta por la estabilidad económica es crucial para su futuro político. Pero, al igual que Mirta en su exilio, el Presidente debe navegar por un entorno hostil y desconocido. Si no logra encontrar el equilibrio entre el pragmatismo y la ideología, su travesía podría terminar en fracaso. Las elecciones de 2025 se presentan como el desafío más grande de su carrera: una oportunidad para consolidarse en el poder o una señal de que el cambio que prometió nunca llegó a materializarse.