El miércoles por la noche, con la salida de la primera estrella, la comunidad judía dará la bienvenida al año 5785 en el calendario hebreo. Ciertas imágenes, sonidos y sabores se repetirán alrededor del mundo como parte de una tradición milenaria para marcar estas fechas: la mesa familiar, la dulzura de la manzana con miel, el movilizante sonar del shofar. Sin embargo, este Rosh Hashaná -año nuevo judío- no es como todos los demás.
Si de chicos aprendimos el significado de cada una de esas tradiciones, este año todas ellas se resignifican. El sonido agudo del shofar no es solo una invitación a la reflexión, sino el reflejo de un grito desgarrador y colectivo grabado en nuestras mentes desde el último 7 de octubre. Y el anhelo de dulzura, tan presente en esta fecha, se vuelve esquivo y más necesario que nunca.
Porque este año es difícil saborear la miel sin que el amargor de los últimos meses empañe nuestro paladar. Hoy, mientras la fragancia de las festividades llena nuestras mesas, hay 101 personas que no pueden celebrar con sus familias. Ellos permanecen secuestrados en la Franja de Gaza, retenidos por el grupo terrorista Hamás.
Cada nombre, cada rostro que falta, es un recordatorio constante del sufrimiento que hemos vivido. Cierto es que el 5784 - el año que despedimos- no fue un año bueno y tampoco fue un año dulce. Ha sido un año de dolor, incertidumbre y pérdidas que nos resultan difíciles de procesar. Nos enfrentamos a una realidad amarga, a una escalada de violencia que se siente como un eco de las tragedias que tantas veces hemos soportado en nuestra historia y de la que todavía no logramos vislumbrar el final.
Y, sin embargo, aquí estamos, en la puerta de un nuevo año. El 5785 nos invita a un nuevo comienzo, a un nuevo ciclo que, aunque cargado de incertidumbre, también está lleno de posibilidades. Porque, como nos enseña nuestra tradición, Rosh Hashaná no es solo un punto en el calendario, es una oportunidad de renovación. La tradicional jalá o pan trenzado, que en estas fechas se acostumbra a hacer redonda, representa un año que termina y otro que comienza inmediatamente, la circularidad del tiempo y de la vida. Así es que Rosh Hashaná nos ofrece la posibilidad de reflexionar sobre el pasado y, más importante aún, de imaginar y trabajar por un futuro mejor.
Nuestra aspiración en el comienzo de este nuevo año es simple pero poderosa: transformar la amargura del 5784 en la dulzura del 5785. No podemos borrar el sufrimiento ni olvidar a quienes aún no han regresado a sus hogares, pero sí podemos comprometernos a seguir luchando por su liberación, a mantener viva la esperanza de que pronto volverán a sus hogares.
El deseo de un año bueno y dulce no es una negación del dolor, sino un acto de resistencia frente a él. Es un reconocimiento de que, a pesar de las adversidades, nuestra fe en la bondad y en la justicia prevalece. Rosh Hashaná nos recuerda que cada uno de nosotros tiene la capacidad de contribuir a la dulzura del mundo, no solo a través de nuestras palabras, sino sobre todo a través de nuestras acciones.
En Medio Oriente, la violencia recrudece minuto a minuto. Mientras escribo estas líneas, una lluvia de misiles provenientes de Irán ilumina la noche oscura, sobre todo Israel. Pensando en los estruendos y las alarmas que hoy acompañarán a millones de israelíes en sus refugios, no puedo evitar pensar en el sonido del shofar. Al escucharlo este Rosh Hashaná, que su sonido nos despierte de la apatía y nos inspire a la acción. Que nos recuerde que, aunque las circunstancias actuales parezcan insuperables, cada uno de nosotros tiene el poder de influir en el mundo que nos rodea y contribuir para que la paz de las profecías bíblicas no quede relegada al estudio o la utopía. Quizás entonces, juntos, podamos convertir espadas en arados y allí donde hicimos florecer el desierto, ahora ver florecer la paz.
Que el 5785 sea un año de retorno y liberación. Y que pronto podamos mirar hacia atrás en este tiempo y recordar que, aunque comenzamos el 5785 con amargura en nuestro paladar, lo transformamos en un año lleno de dulzura, justicia y paz. ¡Shana Tova Umetuká!