Mafalda nació en 1964, en un mundo en ebullición, cargado de tensiones políticas y sociales propias de la Guerra Fría. Aunque su creación fue inicialmente un encargo publicitario para promocionar electrodomésticos, en el que Mafalda tenía el objetivo de ser una integrante más de una familia argentina tipo, Quino pudo transformar ese personaje en una de las voces más influyentes de la historieta mundial. A través de la inocencia infantil logró exponer la crudeza del mundo adulto, haciendo emerger a Mafalda como una pequeña heroína que, sin pretenderlo, con la sencillez de sus palabras, y con esa capacidad mágica para sintetizar grandes ideas, podía cuestionar fenómenos políticos, sociales y culturales que se daban como naturales en su época.
Y no es casual que detrás de Mafalda estuviese Quino, quien en diversas entrevistas se describió a sí mismo no solo como un dibujante, sino como un “periodista que usaba el dibujo para comentar sobre el mundo” que lo rodeaba.
Quino siempre fue coherente con las preocupaciones de Mafalda. Su obra era un reflejo de las inquietudes que lo atormentaban. “A la historieta he pretendido darle un rol social”, dijo en más de una oportunidad. Mafalda, sin embargo, no fue un personaje autobiográfico.
Aunque Quino se identificaba más con Felipe, el niño tímido que temía no cumplir con las expectativas de los adultos, fue a través de Mafalda que pudo expresar su visión más crítica del mundo. A medida que el autor delineaba cada personaje, iba reconociendo en ellos arquetipos que habían estado presentes en la sociedad desde tiempos ancestrales.
“Mi intención es que la gente, leyendo Mafalda o lo que diablos sea, se avive de cómo es el asunto, pero estoy seguro que de que no se aviva porque hay tipos que opinan abiertamente lo contrario que yo, y les gusta Mafalda. Esto me deprime bastante”, le dijo Quino en una entrevista a Paco Urondo a sólo unos años de la publicación de Mafalda.
Hoy, a 60 años de su lanzamiento, podemos recuperar esa inquietud de Quino a partir de la novedad de la próxima serie de Netflix, producida y dirigida por Juan José Campanella. ¿Esta superproducción internacional mantendrá su espíritu abiertamente crítico de Mafalda o priorizará el entretenimiento por sobre todas las cosas?
Porque Mafalda es mucho más que una simple niña de historieta. Es una metáfora de la condición humana, una voz que siempre se encargó de poner en evidencia, según Quino, “la lucha por la libertad”. En ese sentido, desde el humor y la ironía, la historieta logró poner en cuestión tanto las grandes como las pequeñas injusticias cotidianas, dándole visibilidad a personajes que estaban siendo oprimidos por un sistema global, muchas veces sin siquiera darse cuenta.
Ese tal vez fue uno de los mayores motivos por el cual Mafalda trascendió las fronteras argentinas y latinoamericanas y se tradujo en decenas de idiomas, logrando ser adoptada por públicos diversos, de culturas disímiles, pero compartiendo una misma línea de pensamiento crítico: hay un sistema que perpetúa la desigualdad y los adultos no hacen lo suficiente para evitarlo.
“Me preocupo y amo a la humanidad, pero sufro mucho porque no encuentro un sistema que me parezca justo y en el que a mí me gustase vivir”, supo declarar Quino al ser consultado por el rol del artista y su vínculo con la política. Y esa legítima preocupación seguramente fue una de las principales motivaciones para crear a su personaje más emblemático.
La voz de esta eterna niña, a 60 años de su primera aparición, sigue tan viva como siempre. Su mirada atraviesa décadas y generaciones, recordándonos que en cada rincón donde hay injusticias, también hay lugar para la transformación. Ojalá que Mafalda siempre gane nuevos lectores y que su próxima serie nos invite a hacernos preguntas inteligentes –por incómodas que sean– que eleven el debate público poniendo en tensión buena parte de las verdades de nuestro tiempo.