Mi bisabuelo paterno Tiburcio -gobernador de Mendoza, senador nacional, embajador en Chile y fundador de la primera bodega argentina- fue al Colegio Nacional en Concepción del Uruguay con Julio Argentino Roca y trabaron una perdurable amistad, de allí es que conservo informaciones de valor sobre el dos veces presidente, junto a la atenta lectura de las investigaciones de autores que menciono más abajo.
Fue quien inició la llamada Generación del Ochenta. Durante sus dos presidencias se acentuó notablemente la inmigración desde Europa debido a las extraordinarias condiciones argentinas. Los salarios e ingresos de los peones del área floreciente del agro y de los obreros de la creciente industria eran superiores a los de Suiza, Francia, Italia y España, muy poco por debajo de los de Inglaterra. La población se duplicaba cada diez años y la inversión extrajera y el ahorro local fueron de los más altos de nuestra historia. La red ferroviaria y la construcción de puertos facilitaron grandemente el comercio interior y exterior.
Como una nota al pie señalo que en no pocas ocasiones se suele confundir el Pacto Roca-Runciman con el personaje al que nos referimos, puesto que dicho acuerdo fue realizado por Julio Argentino Roca (hijo), como vicepresidente de Agustín P. Justo en 1933, con el Presidente de la Junta de Comercio inglesa, Walter Runciman, al efecto de estimular la entrada de carnes argentinas al mercado británico en plena crisis del treinta a cambio de concesiones fiscales para las inversiones inglesas.
Mucho se ha escrito sobre las presidencias de Roca, especialmente por autores como Carlos Escudé, Isidoro Ruiz Moreno, Fernando Madero, Roberto Cortés Conde, Félix Luna, Carlos Tejedor, Pablo Gerchunoff, Ezequiel Gallo, Juan José Cresto, Carlos Newland, Natalio Botana, Rosendo Fraga y Karina Mariani, pero en estas líneas centro el apunte en la acción civilizadora de Roca en la defensa contra los malones que asesinaban, robaban, secuestraban y torturaban a las poblaciones en cuyo contexto es habitual la parla de “pueblos originarios” -un despropósito, puesto que todos provenimos del continente africano, de modo que en todo caso en algunos se trataba de inmigrantes originarios hacia América vía el Estrecho de Bering cuando las aguas estaban bajas-. También en esta línea argumental equivocadamente se habla de “raza”, sin percatarse que todos los humanos comparten cuatro grupos sanguíneos y que los diferentes aspectos físicos son consecuencia de la ubicación geográfica durante generaciones. Dicho sea al pasar, por eso es que los criminales nazis tatuaban y rapaban a sus víctimas para distinguirlas de sus verdugos.
La pésima información histórica, combinada con inclinaciones marcadamente marxistas, han influido para sostener en algunos medios que lo de Roca en sus campañas al desierto fue un genocidio cuando, como queda dicho, los araucanos provenían de territorio chileno en mil setecientos, mucho después de la llegada de los españoles que, junto a muchos diaguitas y mapuches, reiteraban fechorías de grueso calibre atacando a pueblos locales con la caballada que se trajo de España en muchos casos como los primeros habitantes, a cuyos descendientes Roca se ocupó de brindarles la posibilidad de contar con títulos de propiedad en zonas donde el agricultor y el ganadero habitaban y trabajaban sin marcos institucionales adecuados y sujetos a invasiones permanentes de los antes referidos malones que efectuaban sus correrías sin interesarles títulos de propiedad, puesto que su faena era arrebatar lo ajeno, incluyendo a mujeres de sus hogares a quienes les hacían un tajo en las plantas de los píes para que no pudieran escapar.
Frente a estos desmanes, se construyeron zanjas (la más importante fue la denominada zanja Alsina, de cuatrocientos kilómetros) con la idea de frenar las invasiones que también robaban ganado importado por europeos, pero hubo que avanzar en otras áreas y procedimientos defensivos como una política más eficaz, la cual principalmente comandó Roca con el acompañamiento de periodistas, científicos y otras personas destacadas al efecto de que pudieran relatar las indispensables defensas, una campaña que fue debidamente discutida y aprobada por el Congreso de la Nación a través de los representantes de la población. Son de especial interés los cuidados y sustanciosos relatos de Monseñor Mariano Antonio Espinosa, que también formaba parte de la comitiva de Roca.
Debe recordarse que este esfuerzo por prevenir los ataques de la montonera comenzó desde 1810 con suerte diversa. Roca sistematizó y organizó las defensas; Sarmiento hubo de enfrentar malones en la célebre batalla de San Carlos; Mitre la comenzó a batallar, pero se vio obligado a prestar atención prioritaria al grave conflicto paraguayo.
En esta plano de análisis, es relevante enfatizar que, igual que ocurría en el Norte con los búfalos, las vacas y toros eran despedazados para engullir la carne por parte de circunstanciales pasajeros y el resto era comida de caranchos, con lo que el ganado se estaba extinguiendo. La verdadera revolución tecnológica de la época fue el alambrado y la marca que con el consecuente derecho de propiedad incentivó al cuidado y la reproducción, dejando de lado la anterior aniquilación para a toda costa reproducir ganado.
Por último, destaco muy especialmente que en estas líneas no he mencionado la palabra “indígena” o “indio”, pues estas son personas que merecen igualdad ante la ley del mismo modo que cualquier otra persona en una sociedad libre. Por otra parte, todos descendemos de muy diversas procedencias y, como he escrito en otras ocasiones, cuando aludimos a la igualdad ante la ley estamos atando esta noción a la idea de Justicia, que, según la definición clásica, es “dar a cada uno lo suyo”. Y lo suyo remite al concepto de propiedad privada, ya que no quiere significarse igualdad ante la ley para ir a un campo de concentración.
Esta concepción humanista la tenía Roca, por eso es que se preocupaba y ocupaba de brindarle servicios de salud y vacunación a los parientes de malones retenidos arbitrariamente.