El jueves 26 de septiembre, desde CIPPEC organizamos en la ciudad de Córdoba el evento “Educación para el desarrollo”, con la participación de ocho ministros de educación provinciales, autoridades de la Secretaría de Educación de la Nación y especialistas internacionales. Allí se abordaron distintas temáticas: los Sistemas de Alerta Temprana como una herramienta efectiva para la prevención del abandono escolar, los desafíos de la escuela secundaria y su vinculación con el mundo del trabajo y las evaluaciones de aprendizajes como instrumentos para la mejora. Hay tres cuestiones que atravesaron los debates y que, en la coyuntura en la que estamos parados, son clave. Me refiero al rol de los liderazgos, al federalismo educativo y a la urgencia de un pacto educativo.
La jornada reunió a los responsables de la educación de ocho provincias y altos funcionarios nacionales. Hay un sentido detrás de ello. Cuando la situación es crítica como la que hoy atraviesa la educación y cuando el panorama por delante es incierto, el rol de los liderazgos, de quienes conducen el timón de esa nave potente y pesada que es el sistema educativo, se vuelve especialmente relevante. No hay transformaciones en educación que no hayan tenido un claro liderazgo detrás. Argentina hoy necesita un liderazgo transformador, que priorice realmente a la educación, tenga una visión de futuro y sea capaz de movilizar entusiasmos colectivos. Un liderazgo distribuido, que sea agente de coordinación política e involucre una diversidad de actores para potenciar el aporte de cada uno. También, un liderazgo profesional que promueva a un Estado inteligente, que utilice datos para tomar mejores decisiones y apueste al desarrollo profesional de quienes empujan la nave para que llegue a buen puerto.
El federalismo educativo ha sido ilustrado por el investigador Axel Rivas como un péndulo que se ha movido entre los ejes de centralización y descentralización a lo largo de la historia. Hoy pareciera estar escribiéndose un nuevo capítulo en la saga del federalismo, en el que las provincias toman un mayor protagonismo. Esto requiere revisitar y explicitar los roles de cada nivel de gobierno, bajo la premisa de que las provincias y el Estado Nacional tienen una responsabilidad concurrente en garantizar una educación de calidad. Esta discusión sobre los roles, sin embargo, no puede estar disociada de la cuestión del financiamiento: cómo se recaudan los recursos destinados a la educación, cómo se asignan y cómo se distribuyen. Adicionalmente, qué resultados se obtienen en función de la inversión. Lo cierto es que los desafíos educativos no admiten otro movimiento pendular, sino que requieren ir a lo medular y definir cuál es el federalismo más virtuoso para gobernar la educación en nuestro país y respaldarlo en el tiempo.
Una hipótesis que sostenemos es que Argentina no ha logrado consolidar una plataforma de gobierno de la educación que traccione mejoras sistémicas y sostenidas. De allí que necesitamos un pacto educativo, en los términos que lo han planteado los colegas de Argentinos por la Educación: un acuerdo que defina prioridades y estrategias, pero también metas y los recursos necesarios para alcanzarlos. Un acuerdo que sea el encuentro de una diversidad de actores que conformen una comunidad educativa ampliada. Entre las prioridades, hoy hay un consenso sobre considerar a la alfabetización básica como uno de los pilares del pacto, mientras que la discusión sobre la escuela secundaria vuelve a emerger en la agenda.
Consideramos que hay dos temas que también deben encabezar la discusión. Por un lado, la cuestión docente. Es indiscutible que los docentes son la columna vertebral del sistema educativo y quienes sostienen, muchas veces en contextos desfavorables, lo que ocurre todos los días dentro de las escuelas y, a veces, más allá. Es necesario apostar a la docencia como clave para la mejora de la educación. Esto requiere prestigiar la profesión docente: hacerla atractiva, con buenos salarios y condiciones de trabajo, con una formación rigurosa y exigente, con posibilidades de carrera y desarrollo profesional y con el reconocimiento social que merece.
Finalmente, para tomar fuerza, un pacto educativo debe estar en sintonía con un proyecto de desarrollo. Esto supone alinear una mirada sobre la matriz productiva, los sectores estratégicos, sus necesidades y proyecciones, con la oferta formativa y con las políticas de empleo que promuevan una inserción laboral de calidad. La tríada educación, trabajo y producción es la que nos va a permitir en definitiva trazar una hoja de ruta hacia el desarrollo económico y social de nuestro país.