Es una verdad de Perogrullo, más aún en la actual coyuntura política, que “gobernar” -cualquiera sea quien lo ejecute- sea sinónimo de “insatisfacción” en gran número de los destinatarios, los gobernados. Es por eso conducente traer a colación la mención de Sigmund Freud en 1925 respecto de que las tres profesiones imposibles eran psicoanalizar, educar y gobernar, algo que reiteró, más gravemente, hacia 1937. [1] No explicó por qué eran imposibles, sino que concretamente señaló: “...y hasta pareciera que analizar sería la tercera de aquellas profesiones imposibles en que se puede dar anticipadamente por cierto la insuficiencia del resultado. Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y el gobernar. Profesiones imposibles, esto no las hace menos practicadas…”.[2]
Freud no explicita por qué psicoanalizar, educar y gobernar son profesiones imposibles. Podemos entender que son imposibles en tanto que interminables, inacabables, porque no satisfacen plenamente sus objetos, por la eterna insuficiencia de resultados. Es importante puntualizar que cuando Freud emplea el verbo gobernar no habla de política. En el amplio sentido de los dos términos, gobernar alude a lograr, grosso modo, el bienestar y la seguridad de un pueblo, contando con el monopolio de la fuerza; en tanto que política señala la necesaria participación de los ciudadanos en lo que, como asuntos sociales, les concierne a todos.
Por lo que es posible pensar que, así como psicoanalizar, también educar y gobernar son procesos de carácter interminable o infinito, porque son tareas que nunca se colman en su propósito, ni en lo individual ni en lo colectivo.[3] En este sentido, Anna Aromí afirma: “Si para Freud hay tres profesiones imposibles es porque existe algo que no se obtiene en cada una de ellas. Algo de la satisfacción no se alcanza”. ¿Qué es lo que no se alcanza? ¿Qué es aquello que no se satisface? Estas profesiones descansan en “los poderes que un hombre puede ejercer sobre otro, merced a la palabra, y las tres encuentran el límite de su acción, en última instancia, en el hecho de que al Inconsciente no se lo somete, porque el que nos somete es el Inconsciente mismo”.[4]
La política es una esfera compleja y desafiante que ha sido analizada desde múltiples perspectivas, incluyendo la psicológica. En este orden, el concepto de “las tres profesiones imposibles” de Freud se refiere, como se dijera, a la complejidad y los desafíos inherentes en las profesiones de educar, gobernar y psicoanalizar.
La educación implica no solo la transmisión de conocimientos, sino también el marco en donde se forman la personalidad y el temperamento del individuo. Consecuentemente, la educación se enfrenta a la dificultad de lidiar con los deseos inconscientes de los jóvenes, que pueden estar en conflicto con las normas sociales y los valores que se intentan inculcar. La educación no es simplemente el acto de transmitir información; también involucra su influencia en el modelaje de comportamientos, el desarrollo de habilidades sociales y emocionales, y la promoción de un sentido de identidad y pertenencia saludables y sostenidos. Además, la variabilidad en la personalidad de los estudiantes y sus contextos familiares y sociales hace que la educación sea un proceso complejo y a menudo frustrante.
El psicoanálisis, en prieta y precaria síntesis, como práctica terapéutica, implica ayudar a los pacientes a explorar y comprender sus deseos y procesos inconscientes, como mecanismo para aliviar su angustia. A su imposibilidad, Freud la ubica -entre otras razones- en que uno de los principales obstáculos en este ámbito es la resistencia del paciente a enfrentar aspectos dolorosos o inexplorados, escondidos de su psiquismo.
En lo que aquí nos convoca, gobernar abarca el ejercicio del poder y la organización de la sociedad. Los gobernantes deben atender tanto a las necesidades racionales de la población como a sus deseos irracionales y emocionales, en búsqueda de un delicado equilibrio que, de lograrse, es siempre tenso, dinámico, precario. La historia muestra que los gobernantes a menudo luchan por mantener el equilibrio entre la autoridad y la libertad, y pueden enfrentarse a la resistencia de los destinatarios cuando sus decisiones no alinean con los deseos de éstos.
Entonces, gobernar es una profesión imposible debido a la complejidad de la naturaleza humana, las dinámicas sociales y los retos inherentes al poder. La política no solo se ocupa de la gestión de un espacio físico y de gobernar a las personas que lo habitan, sino que está profundamente influenciada por factores psicológicos y emocionales que a menudo escapan al control de quienes gobiernan. Aquí desglosamos algunas de las razones clave de la imposibilidad, a saber: naturaleza humana y sus deseos inconscientes; conflictos y diversidad de intereses y perspectivas; corrupción y poder; demagogia y promesas de felicidad; frustración individual y colectiva por ausencia de resultados; compulsión de repetición a recetas conocidas; entre otros. Puntualiza Jacques Lacan: “…es a esa articulación de la verdad a la que Freud se remite al declarar imposibles de cumplir tres compromisos: educar, gobernar, psicoanalizar…”.[5]
Las promesas de felicidad y la educación de lo posible
Particularmente, la política a menudo hace promesas para ganar elecciones, pero cumplirlas resulta extremadamente difícil, lo que profundiza su imposibilidad. El descontento del electorado puede llevar a crisis de legitimidad y caer en un ciclo de desconfianza entre gobernantes y gobernados. Como señalé en mi anterior columna, “El malestar en la política” [6]: “…Indaguemos entonces en la actual coyuntura, en el contexto de la política, dónde encontraríamos situaciones en las que se percibe o manifiesta el “malestar”, tal como lo estamos presentando: políticas y discursos xenófobos, conflictos raciales, discursos violentos, estigmatización del que piensa distinto, falta de mínima empatía con los destinatarios de las decisiones políticas que impactan en los sectores más vulnerables, el uso irresponsable de las redes sociales y plataformas digitales (muchas veces no utilizadas para opinar con identidad real, enseñar o informar, sino para atacar, calumniar e injuriar anónimamente con el objeto de influir o manipular), las cada vez más frecuentes situaciones de violencia implícita o explícita para dirimir diferencias o conflictos, entre muchos otros que seguramente podríamos enumerar...”.
Freud enseña que la vida tal como nos es impuesta resulta penosa, la felicidad completa es imposible. Esta cuestión cobra especial importancia en nuestro presente, un tiempo en el que la promesa de la felicidad y el imperativo de ser felices nos bombardean no solo en las redes sociales y los medios de consumo y de comunicación, sino también en las plataformas digitales y en el campo de la “política”, que siempre está dispuesto a ofrecer la solución a cada problema que acucie a la sociedad. Frustración asegurada: a la imposibilidad genética de gobernar, se le adiciona la imposibilidad de la promesa incumplible del discurso político oportunista y vacío.
Es más, el éxito del discurso político se debe en gran medida a las promesas de felicidad que siempre adelanta y que aparecen bajo las más variadas formas: bienestar para todos, mejores salarios, más servicios de salud, más y mejor educación, incremento en la seguridad, más libertad e igualdad, etc. Al parecer, exactamente todo lo imposible de realizar es lo que promete la política, como si supiera muy bien a dónde apuntan los anhelos de los gobernados. Más exactamente, la política que se deriva del discurso capitalista, hay que pensarla en función de la “satisfacción” de la demanda, bajo la promesa de satisfacer el deseo...[7]. Por caso, ¿la política moderna no opera igual con el deseo del sujeto? En ambos casos, ya sea que se satisfaga o no, el deseo es relanzado y la demanda se vuelve cada vez más imperiosa, y con imposibilidad de alcanzar.
Agreguemos que el mercado actual, al ritmo de las plataformas, las redes y los algoritmos, individualiza cada vez más el consumo, mecánica que tiende a ser imitada por el discurso político, borrando el horizonte del bien común, sin el cual es imposible alcanzar consensos. Si la promesa de felicidad del discurso político ya no se dirige a mejorar la vida de la sociedad, sino, que, imitando al mercado, promete satisfacer el deseo de cada individuo, los valores de la solidaridad, y la atención a las necesidades de los otros se debilitan en el cuerpo social, siendo reemplazados por la competencia de todos contra todos.
En suma, sean cuales fueren las condiciones en que se practique gobernar, arrojará, necesariamente, resultados insuficientes. Y esto es la mayor importancia, porque si el resultado es insuficiente por dejar un fenómeno residual, éste no es relativo solamente al modo o al estilo de hacer política -”prometer lo imposible”-, sino que además es el producto obligado de toda práctica que tenga la estructura de “dominio” del otro. En nuestro caso, de sujeto-ciudadano-, gobernar es “imposible”, porque sus resultados son insuficientes, en tanto proponen dominar un excedente -insatisfacción- que la misma política genera, lamentablemente. Los resultados prometidos (“la felicidad”) -esperados, deseados- son insuficientes –imposibles- si se los compara con los resultados ideales que podrían esperarse al operar desconociendo la estructura del arte de gobernar que, muchas veces, el mal ejercicio de la política agrava.
Son innumerables los caminos que atenuarían la profundidad de la imposibilidad de gobernar: prometer y realizar lo posible, sostener ideas sin “canalladas oportunistas”[8], respeto irrestricto de la democracia republicana, instituciones fuertes e independientes, comenzar a resolver los problemas cotidianos y acuciantes de la sociedad, más altruismo y menos psicopatía[9], entre tantos otros.
Pero es la educación en el saber de los márgenes posibles de gobernar, de las causas que los agravan y atenúan, la que permitiría poner en sus justos límites la profesión de “gobernar”, lo que disminuiría la frustración de gobernantes y gobernados en la “imposibilidad de gobernar”. Consistiría en realizar una verdadera educación, como decían los griegos una “paideia” de la autonomía, una educación para la autonomía y hacia la autonomía, que induzca a aquellos que son educados -y no solamente los niños, a los gobernantes incluso- a interrogarse constantemente para saber si obran con conocimiento de causa o más bien son impulsados por una pasión o prejuicio. La tarea del educador no debería limitarse a instruir y a transmitir información. Entiendo que entre las múltiples funciones del educador una de la más relevante es enseñar a pensar autónoma y críticamente a sus estudiantes.
¿Hemos escuchado innumerables veces “este país es imposible de gobernar, para qué intentarlo?. Como dice Raquel Robles: “Hay algo, en los oficios imposibles, que, para quienes tenemos claro que nunca habrá un modo de hacerlo bien, de hacerlo como se quisiera, que tienen un atractivo paradójico. A sabiendas de que vamos a fracasar, no podemos evitar meternos ahí… Pero nunca será tan brutal como el oficio de gobernar. A mí, que me tocó gobernar una pequeñísima república de pibes rotos, también puedo decir que escribir nunca será una aventura tan apasionante como la de gobernar. Una quisiera decirles a las personas importantes de su historia, a las personas que forman parte de su mapa afectivo: ‘No te inmoles en una tarea imposible, ya sacrificamos suficiente’, pero sabemos que no ir hacia el fuego de la verdad, no desfigurarse la cara con el horror de esa iluminación, sería un sacrificio aún mayor. Lo único que podemos hacer, quienes practicamos alguno de los oficios imposibles es esperar amor y solidaridad de quienes nos rodean y caminar hacia lo inalcanzable, abrazar con pasión el fracaso irremediable. Caminar hacia lo verdadero, aunque la verdad se escabulla para siempre. Caminar con paciencia, con dolor, con desesperanza y con fe”.[10]
Una falsa utopía del ahora -mediada por la “sociedad digital”- es que se puede funcionar como sociedad sin clase dirigente (presentada como “casta” en tono peyorativo). Ya lo demostró la historia infinidad de veces, como en la revolución soviética, que también comenzó con un ideal anarquista y vino a terminar con una “casta” nobiliaria para sustituirla por otra. Siempre habrá una clase dirigente y la evolución de cada sociedad será por el tipo de dirigentes -buenos o de los otros- que la conducen y administran, pero no por la inexistencia o ausencia de esa función.
Una sociedad de sujetos pensantes, con conciencia crítica, con autonomía, con atención al prójimo, con capacidad empática, que conozcan de las imposibilidades y sus límites, y tenga un horizonte de bien común, permitirá que, a pesar de todo, involucrarse en la política en sentido amplio, para aspirar y lograr ejercer la profesión de “gobernar”, tenga sentido, a pesar de su imposibilidad.
[1] Castoriadis, C. (1993). Psicoanálisis y política. El mundo fragmentado, 91-102. Esta idea se encuentra en Análisis finito e infinito (1937). Ya aparece expresada en el prefacio escrito por Freud para el libro de Aichhorn Kverwahrloste Jugend, en él se presenta como una broma tradicional. Freud habla en realidad de “gobierno” (Regieren)
[2] Marín, M. (2004). Educar, gobernar y psicoanalizar: ¿un trío de profesionales “imposibles”? Norte de salud mental, 5(21), 75-78.
[3] Pérez Álvarez, Luis. Freud, Castroriadis y las profesiones imposibles. Psicoanálisis y antropología en el proyecto de autonomía (pp.18).
[4]Aromí, A. (2005). Lectura y psicoanálisis. Norte de Salud Mental, 6(23), 8-12.
[5] Baremblitt, Gregorio Revista de Psicología, (1973) El Psicoanálisis: ¿misión imposible? Revista de Psicología, 6, p. 19-23.
[6] https://www.infobae.com/opinion/2024/06/19/el-malestar-en-la-politica/-
[7] Bernal, H. (1999). La política en el psicoanálisis. Affectio Societatis, 2(4).
[9] https://www.infobae.com/opinion/2024/04/26/psicopatia-y-politica-psicoeducacion-como-antidoto/
[10] Robles, Raquel. Los oficios imposibles.
https://www.pagina12.com.ar/555014-los-oficios-imposibles