Cuesta recuperar la imagen de aquel abrazo de Perón con Balbín -ya sé, a menudo reiterado-, de aquel momento de integración con Frondizi, de aquella lógica coherencia política de la Argentina en medio de una amenaza militar y una demencia guerrillera. Cuesta, pero no podemos olvidar que vencieron los márgenes en la dictadura que gobernó hasta el 83, y por otra parte, la reivindicación de la guerrilla tuvo sus años de cierta idea de gloria.
Escuchar al presidente Milei hablar del presupuesto fue penoso y triste por su dureza, por la supuesta solidez de sus certezas. Antes que un propietario de verdades, prefiero un inquilino de dudas. Con la necia seguridad que le proporciona su ignorancia de la historia argentina, sigue repitiendo el absurdo cliché de los cien años transcurridos desde el “verdadero esplendor” de nuestro país. Claro, se refiere a las consecuencias de la Campaña al Desierto y del exterminio de los pueblos indígenas: el ominoso reparto de tierras entre unas pocas familias amigas del poder, el Unicato de Juárez Celman, concuñado de Roca de quien recibió el mando, la incalificable corrupción de su gobierno denunciada por el mismo Sarmiento, por ejemplo. Pero como no lo sabe -o si lo sabe no le resulta conveniente para su relato (él también lo tiene, no seamos ingenuos)- lo omite y, en cambio, ensucia la dignidad de Alberdi, a quien no merece siquiera nombrar.
Además, es mejor que no cite, si ha de hacerlo, como hace con los clásicos latinos, desde el más profundo desconocimiento al que suma, con denuestos permanentes y resentimiento, el menosprecio por quienes sí se han graduado en la universidad pública, han hecho doctorados y post doctorados en casas de altos estudios extranjeras de prestigio, son científicos de fuste a nivel internacional real, no como el que Milei se auto adjudica desde la nada. Esa frivolidad, y el tema esencial de la moneda como lo más importante de lo humano junto con el hecho de no valorar a una sociedad por su integración social, no otro, es el sentido de ese logro. Las sociedades no son ricas por tener a grandes enriquecidos merced a prebendas múltiples desde el Estado -tema al que jamás se refiere si de sus empresarios amigos se trata-, son dignas y admirables por la integración de la totalidad de sus habitantes.
La política transita el extravío, la pérdida de rumbo y de sentido. Hoy llama la atención el conflicto radical, como si pudiéramos olvidar que aquel acuerdo de Gualeguaychú con el PRO -algunos de cuyos promotores se esfumaron de la escena política por voluntad propia o reaparecen cada tanto con palabras sibilinas- desarrolló en su seno a sectores conservadores que en esencia, por pensamiento y definición, estaban constituidos desde el pensamiento de sus peores enemigos. El PRO también se divide y lentamente pueden aparecer candidatos, pero junto con el peronismo, también extraviado, asombra la escasez de postulantes y la casi inexistente vocación de estadistas. ¿Dónde están? ¿Se reunirán para acordar algo que desplace estas políticas democráticamente sustituyéndolas en el Parlamento por las que necesita nuestro país y sosteniéndolas en lugar de renegar de ellas en función de su conveniencia?
El único presupuesto que nos puede sacar de la crisis es el de la convergencia nacional. El del encuentro, la pacificación, la búsqueda de un proyecto o de un modelo que tenga coincidencias, no fracturas, que utilice el pasado como riqueza, no como denuncia, que piense en que se gobierna para toda la población, no solo para los ricos y poderosos, para la casi nunca mencionada concentración del poder económico, que se encuentra a sus anchas en momentos de intolerable detrimento de la calidad de vida de las clases populares y medias.
La moneda es un factor relevante pero no más que el trabajo o la distribución, dos pilares de la composición de una sociedad. Por eso, la idea del presupuesto es esencialmente y siempre una idea política, una idea que no sólo se puede asentar en la estabilidad económica, en el superávit fiscal. La integración social es anterior y la moneda debe ser un instrumento a su servicio, sin pretender que la magia de insólitos y desproporcionados ajustes y aumentos de tarifas -no medidos para calcular la inflación mensual, naturalmente- traiga beneficios a la sociedad.
Vimos al Presidente leyendo un discurso cuyo eje fundamental fue la confrontación. Luego, dividió aún más a la política con el burdo asado de Olivos ofrecido a los parlamentarios “heroicos” que habían dado vuelta su voto, oponiéndolos a aquellos que en su jerga violenta denomina “degenerados fiscales”.
Sabemos que el enfrentamiento jamás puede gestar como resultado la estabilidad de la sociedad cuando se trata, básicamente, de su negación.