El día de la marmota: CFK quiere pero no puede salir del pasado

La ex presidenta insiste con políticas que han fracasado repetidamente, atrapando a la Argentina en un ciclo de decadencia y corrupción. ¿Será Javier Milei quien logre conducir al país hacia un futuro distinto?

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Cristina Kirchner en Merlo
Cristina Kirchner en Merlo

La Argentina ha vivido, a lo largo de su historia, ciclos de auge y caída que parecen repetirse una y otra vez, como si estuviéramos condenados a no aprender de nuestros propios errores. Este fenómeno, tan marcado en la política argentina, recuerda inevitablemente a la trama de El día de la marmota, donde los mismos eventos se repiten incesantemente. Así nos encontramos hoy, una vez más, ante un discurso de Cristina Fernández de Kirchner que nos devuelve al pasado, a políticas que, lejos de haber generado soluciones, profundizaron las crisis.

La realidad argentina parece anclada en un ciclo repetitivo de crisis económicas, decisiones erráticas y políticas que no logran romper con el estancamiento estructural del país. La conferencia de Cristina Fernández de Kirchner fue un claro reflejo de este estancamiento, donde el discurso de antaño se repite una y otra vez, presentando fórmulas que ya fracasaron.

En su intervención, la ex presidenta criticó duramente el concepto de economía bimonetaria, argumentando que la escasez de dólares y las dificultades del Banco Central para acumular reservas son consecuencia de las políticas del gobierno de Milei. Sin embargo, esta visión es una distorsión simplificada de un problema mucho más profundo y estructural, que viene de años, incluso desde sus propios mandatos. La escasez de dólares no es una novedad para Argentina, un país que históricamente ha tenido problemas para generar divisas genuinas debido a su falta de competitividad en la economía global y su dependencia de la exportación de materias primas.

La bimonetariedad en Argentina no es una opción ni una política decidida por el gobierno de turno; es una consecuencia inevitable del debilitamiento del peso, que ha perdido sistemáticamente su capacidad de ser una moneda confiable para ahorro y transacciones. En su momento, los gobiernos kirchneristas también debieron enfrentar la dolarización de facto de la economía, pero optaron por un enfoque que exacerbó el problema: la restricción cambiaria y el cepo al dólar. Lejos de solucionar la falta de divisas, estas políticas llevaron a la creación de un mercado paralelo y a la fuga de capitales, agravando la escasez de dólares que Cristina Fernández tanto critica hoy.

Otro punto que mencionó la ex presidenta fue el superávit fiscal que se alcanzó durante los primeros años del kirchnerismo, entre 2003 y 2008. Es cierto que en ese período Argentina logró consolidar un superávit primario, pero este resultado no fue sostenible. A partir de 2008, con el fin del ciclo de crecimiento internacional impulsado por el boom de las commodities, la expansión del gasto público y la falta de reformas estructurales comenzaron a erosionar el equilibrio fiscal. El gasto social, los subsidios y las políticas redistributivas que se implementaron en esos años fueron financiados en gran parte por los ingresos extraordinarios derivados de las exportaciones agrícolas, que no se pudieron mantener cuando los precios internacionales cayeron. A partir de allí, la administración de Fernández de Kirchner comenzó a acumular déficits fiscales que llevaron al país a una situación de endeudamiento insostenible y crisis inflacionaria.

A esto se suma la inconsistencia del modelo económico basado en el gasto público desmedido y el intervencionismo estatal. Mientras que Cristina destaca el “superávit” como un logro, ignora que gran parte del mismo fue posible gracias a medidas coyunturales y no estructurales, y que a partir de 2008 ese equilibrio se desplomó. El verdadero desafío de cualquier gobierno no es solo mantener un superávit durante períodos de bonanza, sino generar un modelo económico sostenible a largo plazo, algo que no se logró en los años de su gestión.

Cuando Fernández de Kirchner afirma que la gracia está en que la gente coma y al mismo tiempo se administre el Estado, está simplificando un problema mucho más complejo. Gobernar no es solo asegurar el acceso a los alimentos; es generar las condiciones para un crecimiento económico inclusivo y sostenido, donde el trabajo, la inversión y la educación se conviertan en pilares fundamentales del desarrollo. El “modelo kirchnerista”, centrado en el asistencialismo, no solo no logró resolver estos problemas de fondo, sino que los profundizó, creando una economía dependiente de subsidios y planes sociales que, en el largo plazo, no son sostenibles.

Frente a este panorama, la gestión de Javier Milei representa un cambio radical, aunque no exento de controversias. No todo lo que Milei propone es popular, y el costo social de sus políticas es evidente. Sin embargo, es fundamental entender que su enfoque busca atacar las raíces del problema: el déficit fiscal crónico que ha minado la capacidad de crecimiento de Argentina durante décadas.

Milei no es un presidente perfecto, y como cualquier ser humano tiene aciertos y errores. Pero si algo se le puede reconocer, es que está haciendo lo que prometió. Desde su campaña electoral, fue claro en su diagnóstico de los problemas de Argentina y en el camino que proponía para solucionarlos. Cuando asumió como presidente, lo hizo con una advertencia: lo que venía sería duro, pero necesario para sanear una economía que lleva años arrastrando desequilibrios.

El equilibrio del déficit fiscal es la piedra angular de su política, y aunque el costo social es alto, no hay duda de que está atacando uno de los problemas más profundos de la economía argentina. Un país no puede vivir indefinidamente por encima de sus posibilidades, financiando un gasto público insostenible con endeudamiento o emisión monetaria, sin enfrentar consecuencias graves, como la inflación y el deterioro de las condiciones de vida.

La transición que propone Milei es dura, pero si se logra, quizás, solo quizás, dejaremos de presenciar esos discursos de la marmota que se repiten periódicamente, como si los argentinos fuéramos una sociedad sin memoria ni capacidad de aprender de nuestros errores. Si Milei logra equilibrar las cuentas públicas y encaminar al país hacia una economía más estable, tal vez podamos finalmente salir de este ciclo interminable de promesas incumplidas y políticas fallidas.

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