Vivimos en un mundo donde el conocimiento se renueva y se transforma a una velocidad sin precedentes. Lo que era válido ayer puede ser irrelevante hoy, y lo que aprendemos hoy puede perder su vigencia mañana. En este contexto, el desafío para el sistema educativo es inmenso: ¿cómo preparamos a las nuevas generaciones para un futuro tan incierto? La respuesta parece sencilla pero disruptiva: más que aprender a aprender, debemos enseñar a desaprender.
El concepto de desaprender puede sonar contraintuitivo al principio, pero es una habilidad que está ganando relevancia en la era digital. Desaprender no implica borrar o eliminar conocimientos, sino más bien soltar viejas ideas, creencias o prácticas que ya no son útiles para dar espacio a nuevas formas de pensar y actuar. Es un proceso activo y consciente que nos permite adaptarnos con flexibilidad a un mundo en constante cambio.
La aceleración tecnológica ha cambiado por completo ese paradigma. Hoy, las tecnologías, las ciencias y los métodos se actualizan de manera continua, y las innovaciones pueden hacer que ciertos conocimientos queden obsoletos en cuestión de meses o incluso semanas.
En este sentido, la capacidad de memorizar o acumular información, que ha sido el centro de la educación tradicional durante siglos, pierde relevancia frente a habilidades más dinámicas como la resolución de problemas, la adaptabilidad, el pensamiento crítico y, sobre todo, la habilidad para desaprender y reaprender.
Si no aprendemos a desaprender, corremos el riesgo de quedarnos atrapados en conocimientos y habilidades que no se ajustan a las demandas actuales, y lo que es peor, nuestros estudiantes pueden perder la capacidad de ser competitivos en un mercado laboral en constante evolución.
¿Qué significa desaprender en la educación? Desaprender es una habilidad esencial que permite a las personas reconocer cuándo una estrategia, un enfoque o una idea ya no es funcional. Es un proceso introspectivo que involucra desapegarse de lo que ya conocemos para poder reevaluar el contexto con una mente abierta.
El primer paso es cambiar la manera en que concebimos el aprendizaje. En lugar de promover la adquisición lineal de conocimientos, debemos enseñarles a los estudiantes a ver el aprendizaje como un proceso fluido, donde las ideas están en constante revisión y transformación.
Los docentes tienen la tarea de generar entornos donde se fomente la flexibilidad cognitiva y emocional. Los alumnos deben ser capaces de cuestionar lo que saben, explorar nuevas perspectivas y adaptarse a nuevas realidades. Para lograrlo, es necesario que las escuelas repiensen sus currículos y metodologías. La rigidez de los programas educativos tradicionales debe dar paso a enfoques más flexibles, centrados en el aprendizaje continuo y la capacidad de adaptación.
Un enfoque basado en la capacidad de desaprender y reaprender no es un concepto abstracto, sino algo que puede implementarse en las aulas y que comprende, pero no se limita, a:
- Aprendizaje basado en proyectos: en lugar de enseñar conceptos de forma aislada, el aprendizaje basado en proyectos permite que los estudiantes trabajen en problemas reales y significativos, los cuales pueden evolucionar. Este enfoque los impulsa a reevaluar lo que creen saber, a buscar nueva información y a modificar sus ideas previas si es necesario. Enfrentar la incertidumbre en proyectos les enseña a soltar viejos modelos mentales y a construir nuevos.
- Metacognición: enseñarles a los estudiantes a reflexionar sobre su propio proceso de aprendizaje es fundamental para el “desaprendizaje”. La metacognición permite que identifiquen cuándo una estrategia o una forma de pensar ya no es útil y, por lo tanto, cuándo es el momento de cambiar. Esto no solo los ayuda a adquirir nuevas habilidades, sino también a ser más resilientes y adaptables.
- El valor del error: una cultura educativa que penaliza el error inhibe la capacidad de desaprender. Al contrario, es esencial que los errores se celebren como parte natural del proceso de aprendizaje. Los estudiantes deben entender que equivocarse es la puerta de entrada para modificar sus creencias y aprender de manera más efectiva. Necesitamos aulas que le den la bienvenida a los errores. No se trata de tolerarlos, sino de capitalizarlos.
- Evaluaciones formativas y retroalimentación continua: las evaluaciones tradicionales, centradas en la calificación final, tienden a reforzar un tipo de aprendizaje estático. En cambio, las evaluaciones formativas, que brindan retroalimentación constante y se centran en el progreso, permiten a los estudiantes ajustar su enfoque constantemente. Esta práctica promueve una mentalidad de mejora continua, esencial para el desaprendizaje y el reaprendizaje.
- Pensamiento crítico y habilidades blandas: para desaprender, los estudiantes deben ser capaces de pensar de manera crítica y analizar la información que reciben. Esto requiere que los docentes fomenten el cuestionamiento constante, la discusión abierta y el debate de ideas. Las habilidades blandas como la empatía, la colaboración y la comunicación también son fundamentales en este proceso.
Si bien es crucial enseñarles a los estudiantes a desaprender, este proceso debe empezar por los propios docentes quienes han sido formados en sistemas que valoran el conocimiento como algo inmutable y definitivo. Pero en un mundo donde los modelos de enseñanza están cambiando a pasos agigantados, los docentes también deben desaprender viejas prácticas y reaprender nuevas formas de enseñar.
El reto es grande, pero también lo es la oportunidad. La formación continua y la flexibilidad en las prácticas pedagógicas deben ser el nuevo estándar en la docencia. Los docentes ya no pueden seguir limitándose a transmitir conocimientos, sino que deben ser guías en el proceso de aprendizaje continuo de sus estudiantes, acompañándolos y motivándolos a ser agentes activos de su propia educación.
Esto implica una transformación profunda de la cultura educativa, donde el aprendizaje deja de ser una línea recta que va de la ignorancia al conocimiento, y se convierte en un proceso cíclico, donde los estudiantes adquieren, cuestionan, desaprenden y vuelven a aprender en función de sus necesidades y del entorno en el que viven.