El retorno de la megalomanía

Javier Milei intensifica sus políticas contra la transparencia y la libertad de información, añadiendo normas restrictivas y descalificaciones contra periodistas y medios

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El presidente Javier Milei
El presidente Javier Milei

Tras varias semanas de un poco frecuente hiper activismo legislativo que parece preanunciar un proceso de reconfiguración de la relación entre gobierno y oposición cuyos alcances y fronteras aún son lábiles e inciertas, y pese a algunos atisbos y amagues pragmáticos del Presidente (la aún vigente “mesa parlamentaria”), las tendencias megalómanas parecen haber vuelto a instalarse con inusitada fuerza en la cúspide del poder político.

Milei ha cumplido ya diez largos meses en el “sillón de Rivadavia”, pero insiste con una ya cada vez más raída impronta rupturista y fundacional, de la mano de discursos plagados de recortes sesgados de la realidad, diatribas y descalificaciones por doquier, y versiones desprolijas y salvajemente editadas de la historia que omiten cualquier mínima posibilidad de autocrítica y que, en nombre de un supuesto fin superior, parecen justificar casi cualquier cosa, aún aquello mismo que se dice combatir, como las tan mentadas prácticas de la denostada “casta”.

En este contexto, el Presidente dejó en claro durante una entrevista televisiva de esta semana que se sigue autopercibiendo como uno de los “políticos más relevantes del planeta” y “máximo defensor de las ideas de la libertad en el mundo”, celebrando además en las redes sociales el próximo lanzamiento de un documental sobre su trayectoria hacia la presidencia, a la vez que, acompañado del referente de la ultraderecha española, Santiago Abascal, volvió a la costumbre de proferir insultos a sus críticos, sin distinciones ni matices, calificándolos (una vez más) de “ratas inmundas, fracasadas y liliputienses domésticas”.

19/05/2024 El líder de VOX,
19/05/2024 El líder de VOX, Santiago Abascal (i), y el presidente de Argentina, Javier Milei (d)

Por cierto, nada nuevo bajo el sol en el marco de una cultura política tan dada al enaltecimiento de los gestos ampulosos, las grandes declaraciones, la altanería y la soberbia, en la que los adalides del conflicto permanente y partidarios de la lógica amigo-enemigo, apelan a un repertorio tan clásico como trágico: las descalificaciones y aspiraciones totalizantes.

Lo cierto es que si la economía tuviese el sorprendente y espectacular desempeño que el propio Milei defiende públicamente, muy probablemente el presidente profundizaría sus giras de (auto)promoción por el mundo y se arroparía con el abrazo de los millones de argentinos que confiaron en él, en lugar de alimentar la crispación con gestos de intolerancia que, desde la cúpula del poder, amenazan con generalizarse a la sociedad en su conjunto.

Si tan fuerte se sintiera el presidente en términos de gestión, seguramente no hubiese perdido un valioso tiempo leyendo una carta abierta publicada por una ex mandataria para luego polemizar con ella a través de las redes sociales. Quizás tampoco se hubiese obsesionado con inventarse enemigos por todos lados (incluso hacia el interior del propio FMI) ni fustigar sin límites a quienes podrían ser potenciales aliados para darle sustentabilidad política a su programa económico.

Ello explica en gran medida por qué un presidente que desde un comienzo evidenció inocultables rasgos narcisistas se muestra cada vez más cómodo deslizándose hacia el extremo de la megalomanía, pisando el acelerador y buscando recrear una renovada “grieta”.

La historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa, escribió un notable pensador del siglo XIX que el presidente suele criticar aunque casi con seguridad nunca leyó.

Así las cosas, los ataques al periodismo y la libertad de expresión, que pasaron del plano de lo discursivo al normativo con el dictado de un decreto que restringe el wacceso a la información pública, el proceso de “renovación” de la Corte Suprema que lo ha llevado a impulsar a uno de los jueces más desprestigiados del fuero federal, la descalificación y el veto a quienes tienen la temeridad de proponer el aumento de los haberes jubilatorios o asegurar los fondos para las universidades nacionales, el destrato y la humillación aún hacia el interior de las filas propias (Villarruel, Paoltroni, etc.), el doble rasero con respecto a la transparencia que evidencian decisiones como las de revitalizar la vieja SIDE, son solo algunos indicios de una suerte de trágico deja vu de esta Argentina de la crispación y la intolerancia.

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