A pesar de las chicanas y las peleas de superficie, Cristina Kirchner parece en la intimidad más indulgente con Javier Milei en comparación con lo que exige su militancia y lo que queda de su base electoral. Dirigentes y representantes del ala más dura de su espacio quieren una actitud mucho más combativa en la calle y agresiva en todos los ámbitos, pero ella se mantuvo, hasta ahora, en un compás de espera.
“Se hizo vegetariana, estamos esperando que vuelva la Cristina carnívora”, describe un interlocutor frecuente de la ex presidenta. Algunos atribuyen esta característica a que ya no se siente “perseguida”. Ni ella, ni su familia, ni ex funcionarios que le respondían de la gestión anterior están desfilando por Tribunales. Hace meses que circula la idea de un pacto, difícil de probar, pero los datos dan cuenta de una situación de calma temporal en el frente judicial.
El Gobierno contribuyó a consolidar esa teoría cuando retiró de las causas por corrupción las querellas de organismos públicos, como la Oficina Anticorrupción y la Unidad de Información Financiera (UIF).
La posibilidad de un acuerdo de La Libertad Avanza con el kirchnerismo para completar las vacantes de la Corte Suprema de Justicia son parte de una discusión que tendrá impacto en el sistema de alianzas. Santiago Caputo es el promotor de una sociedad con el peronismo para lograr que se aprueben los pliegos de Ariel Lijo y Manuel García Mansilla. Se requieren dos tercios de los presentes, con lo cual también necesita el respaldo de otros bloques, como el radicalismo.
Si Caputo falla, sabe que esa derrota pone a Milei directamente en los brazos de Mauricio Macri, algo no deseado por dos de los tres vértices del “triángulo de hierro”: el asesor y Karina Milei. El jefe del PRO viene machacando en el oído del Presidente con lo mismo: “No hay que sentarse con los malos. El PJ te va a cagar”.
Es extraño pero en Unión por la Patria quienes creen que CFK tiene que llegar a un trato sobre la ampliación de la Corte y los pliegos de 142 jueces usan el mismo argumento: beneficiarse en el reparto de poder y no empujar hacia el altar el matrimonio Milei-Macri.
Para Cristina no es fácil ungir un plan que originalmente surgió de Ricardo Lorenzetti, a quien en 2017 lo culpó de todos sus males, junto al fallecido juez Claudio Bonadio. Pasaron varios años y conversaciones, pero nadie puede asegurar que esté convencida de apoyar semejante movida.
¿Paga un costo político Milei con la controvertida nominación de Lijo y la búsqueda por debajo de la mesa del respaldo K? El tema no aparece como primordial en ninguna encuesta. En los monitoreos que siguen en la Casa Rosada se registra una fuerte baja del interés de la gente por la política. En lo que va de este año cayó 17 puntos, ubicándose por debajo de 40 puntos, según insumos propios. Ante la consulta de “¿cuánto se informa usted?”, es cada vez más recurrente la respuesta “poco” y “nada”. Digamos, no se le está prestando atención a estas cuestiones.
Desde que asumió el gobierno libertario, Cristina tuvo apariciones muy puntuales. Habló cinco veces en público (en Quilmes, dos en el Instituto Patria, en México, la última en el juicio oral por el atentado) y eligió discursos en modo “docente” o “analista”, sin ponerse al frente, pero ofreciendo una especie de actualización doctrinaria del PJ que contradice lo actuado en sus gestiones.
Propone revisar las leyes laborales, la educación, el sistema de salud, el slogan “Estado presente” y el abordaje de la seguridad. Milei lo hizo.
Este año compartió dos escritos o, como ella los llama, “documentos de trabajo”. El primero, a mediados de febrero, titulado “Argentina en su tercera crisis de deuda”. En ese momento, Milei lidiaba con el impacto de la caída de la ley Bases en el Congreso y la oposición avanzaba para voltear el mega DNU, meta declarada que hasta ahora no alcanzó.
En ese artículo, si se quita la hojarasca, su tesis central es que el programa no cierra y que Argentina no podrá hacer frente a los pagos de deuda, luego de comparar este proceso con 1989 y 2001. Esta semana retomó el mismo concepto en “Es la economía bimonetaria, estúpido”, un texto mucho más corto, en el que llamativamente corre al Presidente por derecha: le dice “ex libertario” y lo acusa de seguir regulando precios, como el del dólar.
La ex presidenta vuelve a insistir con la incapacidad de saldar los vencimientos, hecho que el ministro de Economía, Luis Caputo, dio por garantizado por el próximo año y medio. Lo cierto es que con el Riesgo País en 1483 puntos se hace inviable el acceso al mercado de crédito internacional, y a pesar del veranito financiero hay ruidos sobre la sustentabilidad del plan económico.
La consultora EcoGo, de Marina Dal Poggetto, trazó dos posibles escenarios antes de la elección del año próximo: 1) “Siga siga, Trump nos salva”, 2) “Correcciones con el FMI”. El primero contempla seguir con el esquema actual, que podría derivar en reservas netas muy negativas y depende de la elección en Estados Unidos. El segundo implica hacer correcciones que el Gobierno se resiste como un salto cambiario.
Cristina ve esto de afuera y considera (o desea) que el desgaste del gobierno libertario llegará más temprano que tarde, sin necesidad de hacer olas. Por eso, la instrucción a las agrupaciones más cercanas es no motorizar movilizaciones ni protestas. Eso se lo deja a la izquierda, presa fácil del protocolo de Patricia Bullrich.
Posiciona la discusión con Milei en el terreno de la economía, en el que ambos se exhiben como modelos contrapuestos y borran del mapa al resto. Es un win win, quizá más rentable para el Presidente. Es un debate sin riesgos, no hay golpes bajos. Ella, por supuesto, enaltece el período 2003-2015, no reconoce ninguna responsabilidad sobre el desastre económico que se generó durante ese lapso y se despega del mandato de Alberto Fernández, como si no lo hubiera elegido e integrado su gobierno nada menos que como vice.
Es cierto que Cristina tiene un poder menguado y un caudal de votos más reducido con el tiempo, pero su propia figura impide que surjan otras alternativas dentro del peronismo.
Cada vez que alguien de su espacio le pide que esté más presente, que ordene la interna o que sea candidata repite una sola palabra: “Crezcan”. En privado, dice que tanto le reclamaron por “el dedo de Cristina” que ahora se muestra prescindente, cosa que no es cierta.
Cuando decide la inacción como método, también está tomando partido. Eso pasa con Axel Kicillof, muy cuestionado por Máximo y La Cámpora, en una batalla que viene de 2019. En aquel entonces, le impusieron al gobernador una división de tareas: Axel a la gestión, Máximo a la política.
Esa distribución de poder siguió hasta el año pasado, cuando Kicillof creyó que tras ganar en las urnas podría liberarse del tutelaje del hijo de Cristina. No quiere ser un delegado, pero tampoco se enfrenta.
La falta de conducción dentro del peronismo/kirchnerismo bonaerense es tal que empezaron a fagocitarse entre sí. Los intendentes camporistas Mayra Mendoza (Quilmes) y Julián Álvarez (Lanús) quieren llevar a la Justicia a Jorge Ferraresi (Avellaneda) por el cobro de tasas y el manejo del Puerto de Dock Sud. Nadie intermedia en el conflicto.
Máximo está ausente como presidente del PJ provincial. No lidera, no habla. “Vive clandestino como un montonero sin haberse cargado a Aramburu”, desliza con ironía un funcionario provincial.
De ser el niño mimado, la ex presidenta pasó a cuestionar a Kicillof en reuniones privadas. “Axel está haciendo todo mal”, tiró en un encuentro con sindicalistas que la miraban con asombro. Lo mismo ha planteado Sergio Massa, al dejar trascender que el gobernador se apura.
Kicillof no tiene reelección y pareciera ser que tampoco es el candidato natural del kirchnerismo en 2027. Falta una eternidad y antes está la escala legislativa de 2025. Por supuesto, como en cada año electoral, empieza a dibujarse el operativo clamor por Cristina, un paso de comedia cada día más tosco.
“Jugatela, Cristina”, imploró el ex presidente de Independiente y ahora streamer Andrés Ducatenzeiler, conocido como El Duka. En los últimos días, se echó a rodar un video en el que le ruega que compita: “Te queda una bala, la que no te mató. Usala”. Una metáfora un tanto rara.
Nunca se sabe si ella da cuerda a estas súplicas sólo para hacerle un favor a Máximo –al imprimirle más fuerza a la hora de cerrar las listas- o porque hasta último momento no define qué hacer.
Es interesante el dato de si Cristina podría ser candidata en la provincia de Buenos Aires porque eso cambiaría la estrategia de Milei. De no presentarse y con los datos de hoy, la campaña del Gobierno se centraría en Milei vs la casta. Pero eso se modificaría sustancialmente con CFK en la boleta, y reordenaría otra vez la política entre K o anti K.
El 17 de noviembre, el “Día de la Militancia”, el Partido Justicialista renueva autoridades tras la renuncia de Fernández, cuyo mandato fue paupérrimo y testimonial. Como su presidencia.
Kicillof promociona como sucesor a Ricardo Quintela, gobernador de La Rioja, quien empapela su provincia con “chachos”, y el país con la leyenda “Quintela presidente”.
Mientras, Cristina desliza otros nombres como globos de ensayo. Mandó a decir a una de sus laderas que una opción era la senadora Lucía Corpacci, ex gobernadora de Catamarca, con poca ascendencia en la escena nacional. Se guarda la carta de ser ella misma, según confiesan sus allegados. Sería una verdadera sorpresa porque jamás quiso asumir la jefatura del partido, al que miró por largos años con desdén. Ahora, con quienes conversa, alienta esa posibilidad a lo Mostaza Merlo: “Paso a paso”.