El discurso público baja violento y envilecido. Se macera a fuego lento en las cocinas del poder. Sostenido en la reiteración no parece el resultado de una emoción sino un producto de laboratorio. Algo pensado, ponderado y disparado para generar efectos sobre el ánimo y opinión de las mayorías. Nada nuevo.
Milei no tiene problemas de autoestima. Se autopercibe como uno de los dos políticos más relevantes del planeta tierra. El otro sería Donald Trump.
“He estado con los empresarios más importantes del mundo. Entiendo la agenda liliputiense de los políticos argentinos intrascendentes, ratas invisibles que jamás van a poder aspirar a eso. ¿Qué visión puede tener una rata respecto de un gigante?”, disparó.
El Foro de Madrid, encuentro de líderes ultraconservadores liderado por VOX que se celebra en Buenos Aires, ofreció a Milei un contexto acorde para retomar la diatriba.
El presidente volvió a la carga contra los legisladores a los que trató como “ratas del poder”. ”Los imbéciles del centrismo bienpensante, que lo único que logran es que el zurderío inmundo nos lleve por delante”, dijo.
Cuando los opositores son vistos como objetos o como animales, las barreras morales que impiden el maltrato o el abuso se debilitan. Este tipo de retórica despoja a los grupos objeto de empatía y derechos, lo que facilita la represión y la violencia. La violencia discursiva es funcional a las fantasías de aniquilación y exterminio y suele preceder a la violencia física.
Nos vamos acostumbrando a la animalización del oponente, a la reducción del otro a una condición subhumana. Se emparenta al que se quiere defenestrar con la materialidad de una cosa, objeto de descarte. La deshumanización es un viejo recurso de los regímenes autoritarios del siglo pasado y hoy se renueva como una estrategia feroz de los populismos para profundizar la polarización y el conflicto social.
Cambian los canales de difusión, se potencian en la viralización de las redes, pero el peso de la degradación corre por cuenta de las palabras. Entre los contemporáneos Donald Trump lidera.
Durante la campaña que llevó a Trump a la presidencia de Estados Unidos algunos inmigrantes fueron descritos como “animales”, reforzando estereotipos de criminalidad y peligro. En Turquía, el presidente Recep Tayyip Erdoğan ha utilizado la animalización contra sus oponentes políticos, llamándolos “perros callejeros” para descalificarlos y desprestigiarlos.
El uso de expresiones relacionadas con lo sucio, lo abyecto o lo repulsivo (términos vinculados a los excrementos, la putrefacción o la basura) cumple varias funciones simbólicas y psicológicas que refuerzan el rechazo y el asco hacia comunidades, etnias e identidades ideológicas o religiosas.
Expresiones como mierda, excremento, inmundicia, tan presentes en estos días en la conversación pública, remiten a todo lo descartable, aquello de lo que hay que limpiar, expulsar. Nada que no se haya probado y ejecutado antes.
El señalamiento desde el poder de grupos enteros de personas calificadas como parásitos, plaga, alimañas, bacilos, condenados a un estatus bacteriológico, ha precedido a escaladas violentas en la historia reciente de la humanidad.
La identificación, la cancelación, la exclusión o el exterminio se revisten de significado higiénico, de cerco sanitario.
A la animalización y lo escatológico se suma los mensajes que cosifican desde lo sexual. El falo como instrumento de subordinación. La imposición del poder falocrático. LTA. “La tenés adentro”, una expresión acuñada en estas pampas que da cuenta de nuestra particular manera de humillar a otros.
El trolleo y la manipulación en redes incluye cada vez con más frecuencia la connotación sexual como significante de odio y maltrato.
Las batallas culturales de estos tiempos se libran con armas tan poderosas como letales: las palabras. La narrativa violenta prepara un camino de exclusión del diferente, de apartamiento del otro. Aquí y en el mundo. En este siglo y en el que pasó.
La denigración del oponente exalta la superioridad moral de quien impone el poder de la palabra. El mensaje se simplifica y divide entre quienes representan lo limpio, lo moralmente correcto y los otros que son lo degradado y lo bajo, lo descartable.
Las narrativas políticas se perfeccionan en utilizar el lenguaje para imponer una visión del mundo, silenciar a oponentes, o manipular la opinión pública.
Los líderes populistas montados sobre la insatisfacción, la desigualdad y el descontento utilizan las formidables herramientas de comunicación de este tiempo para instalar implacables discursos de odio. La naturalización de lo aberrante hace el resto.
Las vertiginosas plataformas de comunicación de la era digital aceleran el poder de fuego de los relatos que bajan del poder.
El lenguaje es un espacio de conflicto, donde se negocian las libertades y las realidades de los individuos y las sociedades. El lenguaje crea sentido, interviene la realidad, la moldea.
Al utilizar las palabras sin reflexionar sobre sus implicaciones, estamos participando en dinámicas de poder que abren las puertas a la violencia física. El clima se enrarece y la agresión virtual abre camino a la normalización de la violencia analógica.
El envío y detonación de un explosivo en la privada del presidente de la Sociedad Rural Nicolás del Pino marcó un punto de inflexión, una línea roja, en la dinámica de estos días. Generó alarma y conmoción en el ambiente enrarecido de nuestra escena política. Perturba para no sorprende. La escalada del discurso agresivo inspira y legitima a los violentos. Acicatea a los desquiciados, a los loquitos sueltos, a los lobos solitarios, a los emprendedores del terror. Nada que no se vea venir.
Las interpretaciones acerca del mensaje encriptado en el explosivo casero que detonó en la Rural no se hicieron esperar y se moldearon en la lógica de los tiempos que corren. Todo es usado en orden a confirmar las propias creencias, las basadísimas versiones de la realidad.
Los trolls del oficialismo se hicieron una panzada. #Volvieron los montoneros fue tendencia.
“La izquierda perdió las elecciones y empezó a poner bombas otra vez”. El mismísimo director de Comunicación Digital, utilizó su cuenta de X para dar su rápida versión de los hechos. “Así hubo miles de víctimas por manos de Montoneros en los que hoy la izquierda oculta”.
Si lo hubieran preparado no podía salir mejor. La reivindicación de los fondos reservados para los servicios de inteligencia no se hizo esperar en el encendido trasiego de las redes.
Mientras la comunidad libertaria se autosatisface en las redes y el Ministerio de Seguridad pone a disposición a la Unidad Antiterrorismo, las líneas de investigación prefieren no descartar nada por el momento.
El ecoterrorismo de extracción vegana que fue dejando advertencias acerca del maltrato animal y los grupos anarquistas que supieron irrumpir con acciones aisladas en los últimos años están también en la mira de los investigadores.
Cuanto el río baja revuelto los provocadores profesionales se mimetizan con los copitos de la vida.
Siempre funcional a las peores causas, Mario Eduardo Firmenich emergió desde el mas allá para terminar tirando letra a los más exaltados del oficialismo. Extemporáneo, llamó a los jóvenes a preguntarse “si hoy existen razones para desarrollar una alternativa política popular”
Pero no hay felicidad completa para los militantes del oficialismo. Mientras el jefe de Estado se engolosina con su narrativa anticasta señalando a los “degenerados fiscales” y los “libertarados”, un elefante se le mete en la cristalería.
La frescura con la que el senador Bartolomé Abdala, explicó a que se dedican casi quince de sus asesores rentados por el Senado, expuso la endeblez del armado libertario.
Cuesta entender si el sincericidio del sanluiseño es una versión libertaria de la impunidad o burda exhibición de ignorancia iletrada.
Devenido en una suerte de cuentapropista del libertarianismo el presidente provisional del Senado, tercero en la línea sucesoria presidencial, explicó sin ninguna atisbo de incomodidad que sus asesores pagos están dedicados a preparar su campaña a gobernador de la provincia de San Luis porque necesita “mantener vivo el territorio”.
Uno podría preguntarle a Abdala que parte del discurso libertario no entendió, pero es el mismísimo Milei quien ahora tiene que definir qué hace con el susodicho en orden a sostener la coherencia de su virulento relato anticasta.
El decreto que recorta la Ley de acceso a la información pública puede que funcione como un escudo protector de nuestra nomenklatura de cabotaje. Son esos detalles sensibles muchas veces no tan privados, los que deschavan las malas prácticas de lo que se ha dado en llamar casta.
La consideración de que los términos del controvertido decreto que desguaza la ley de acceso a la información pública podrían ser revisados se estrelló en las últimas horas contra un posteo de las fuerzas paradigitales del oficialismo. Lo dejó bien claro el inefable vocero presidencial. No se está pensando en cambiar nada.
En un posteo en X, una voz connotada del oficialismo, ya lo había adelantado. ”El que quiera reglamentar de otra manera la ley de acceso a la información pública lo que tiene que hacer primero es ganar las elecciones”. Curiosa coincidencia de los libertarios con el credo cerrado del kirchnerismo.