Hoy se fue Meli, mi “prima maravilla” del alma, Melina Furman. No sabía en esa época que dejaría tanta huella en Latinoamérica, en el mundo, como educadora. Aunque grande en lo suyo, jamás perdió su amorosidad y su humildad.
Como no tuve hermanas mayores Meli era, de chica, el modelo a seguir. Jugábamos a inventar canciones y preparábamos, con Fer y Vale, nuestros hermanos menores, actuaciones que les mostrábamos después a nuestros papás aquellas noches de invierno en que venían a comer al pequeño departamento de la calle Cerviño. Nos encerrábamos horas en mi cuarto a armar argumentos y guiones teatrales. Me cuenta mi mamá que juntas éramos dinamita. El Topo Gigio y la canción de los niños unidos del mundo, con carteles hechos a mano y serpentina cortada papelito por papelito, los pijamas de Los Parchís puestos para la pijamada, nuestra alegría. Era de carácter dulce pero firme. A los más chicos los teníamos al trote. Siempre jugábamos a la maestra.
A los siete años le enseñó a escribir y leer a su hermana Vale, de tres. Le hacía llenar un cuaderno rojo con un patito, mostrándole las letras una por una. Hasta le ponía nota. Fue su primera alumna. Amaba la educación.
Me acuerdo también de que, en una quinta de mi tía a la que fuimos, en Tortuguitas, Meli le salvó la vida a mi hermano Fer. Lo habían dejado a nuestro cargo y él gesticulaba en un silencio desesperado debajo del agua sin que yo me diera cuenta. Meli tendría once años, dio unos pasos decididos en la pileta sin decir nada y lo sacó del abismo. Él lloraba a gritos, conmocionado. Ella se mantuvo en calma.
También rememoro nuestras tardes en las hamacas de la quinta familiar en Moreno jugando a las superheroínas. Una era la Mujer Maravilla, la otra Batichica, nos íbamos turnando. No competíamos. Nuestros juegos siempre eran cooperativos, ahora lo veo.
“Las primas maravilla”. Así me dedicó... me dedicaste, primi, quiero seguir hablándote, voy a seguir hablándote porque sé que estás y estarás con nosotros, uno de tus primeros libro. Para mí siempre fuiste maravillosa.
En la quinta de Moreno aprendimos a nadar gracias a la tía Miriam, animándonos finalmente a dejar la cámara de camión inflada que hacía de salvavidas en la pileta con forma de riñón. Esos fines de semana perseguíamos gallinas, tomábamos leche recién ordeñada por Alcides y comíamos huevos todavía calentitos, recién empollados. Un tiempo después bailábamos rikudim en el club Wolfsom (¿así se llamaba?) y jugábamos a esquivar las gatas peludas desperdigadas por el césped. ¡Cómo charlábamos!
Vino la adolescencia, empezamos a vernos menos y me llegaban noticias de que, con promedios de oro, habías entrado a Colegio Nacional de Buenos Aires. ¡Tan brillante!, pensaba yo. Y me daba cierta angustia no estar a la altura. Nunca, jamás, te oí alardear de tu inteligencia ni ponerte en un lugar de superioridad. Eras dos años más grande y todavía me dabas bolilla. Creo que puedo atribuirte mi época hippie. Me enseñaste a Fito Páez cuando todavía no era mainstream. Me explicaste sus letras. Me contaste sus historias más lindas. Un día fuimos juntas a comprar un póster firmado al teatro donde presentaba su álbum, creo que Giros. Te debo el mejor Fito, Meli, ese que ahora le legué a mis hijos. Ese que es parte de mí. Eras un modelo a seguir ¡Cómo te admiraba!
La prima mayor que me marcaba los pasos. Carozos aceituneros, se llamó mi grupo de biología en honor a tus Remolachas… ¿cómo era? Ojalá ahora pudiera preguntarte y nos riéramos juntas de todos esos recuerdos.
Nos vimos hace un tiempo y, siempre tan generosa, me escuchaste y me abrazaste. Ya estabas en plena pelea contra el cáncer y me dedicaste tus consejos y tu alegría. Esa luz se transmitió en tu vida, en tu carrera. No fuiste en línea recta. Como bióloga te animaste a salir del laboratorio, frenaste el recorrido predecible, consultaste con mi mamá (y seguramente con otras personas que se dedican a la enseñanza) y a pesar de que tu futuro era promisorio, diste un giro siguiendo tu corazón y tu curiosidad. Te dedicaste a la pedagogía, a encender muchas llamas. A que los educadores se conectaran con su vocación y buscaran esa chispa de entusiasmo en los alumnos. Extendiste tu saber a los papás cuando habías tenido a tus hijos y nos enseñaste el valor del estímulo positivo contra la condena de la sobreexigencia. Hoy tus charlas en Internet, tus reels, tus entrevistas iluminan a madres, padres, educadores. Nos conectan con una enseñanza amorosa. Te volviste consagrada. Trascendiste fronteras con tu entusiasmo y tu compromiso.
La peleaste hasta el final. Con las armas en las que creías, las de la ciencia, y también dándole la posibilidad a algunas otras. Charlamos sobre eso. Pensamos y nos hicimos preguntas juntas.
Como te dije hace unos días, dejás un legado enorme de amor y de luz, y un pedacito tuyo vive en mí. Gracias por eso y por todo. Gratitud eterna por haberte tenido en mi vida, por tu humildad y generosidad. Hasta pronto, primi. Dentro de un tiempo nos vamos a encontrar. Nos vemos más allá, como dice la poeta María Auxiliadora Álvarez, en la otra orilla, donde reposan las lajas con tu forma tallada y sus pequeños soles grabados, y sus rendijas.
Piedras de reposo
todo lo que quiero decirte hijo Es que atravieses el sufrimiento
Si llegas a su orilla si su orilla te llega Entra en su noche
y déjate hundir
que su sorbo te beba que su espuma te agobie Déjate ir
déjate ir
Todo lo que quiero decirte hijo Es que del otro lado del sufrimiento
Hay otra orilla
encontrarás allí grandes lajas Una de ellas lleva tu forma tallada
con tu antigua huella labrada Donde cabrás exacto y con anchura
no son tumbas hijo son piedras de reposo
con sus pequeños soles grabados y sus rendijas
María Auxiliadora Álvarez