El complejo debate sobre la violencia de los 70

No hay dos demonios, pero tampoco podemos asumir la existencia de un demonio y un santo. La guerrilla en democracia fue traición a la patria

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Victoria Villarruel (Jaime Olivos)
Victoria Villarruel (Jaime Olivos)

Se ha instalado un debate sobre Victoria Villarruel y los desaparecidos. Un debate interesante, que muchos ubican en una posición negacionista.

Hace unos días, me convocó una periodista para hacerme una entrevista sobre el aniversario de mi secuestro, tema que yo tenía en el olvido, pero el recuerdo de ese hecho, llevado a cabo por un personaje tan oscuro como Aníbal Gordon, me instó a reflexionar sobre este complejo debate de los caídos de un lado y del otro.

No participo de la discusión sobre si Victoria Villarruel es peronista o no, me parece un debate sin contenido. El asunto central es el de las víctimas de ambos lados como parte del dolor de la sociedad, lo cual no implica mi aceptación, ni siquiera remota, de la teoría de los dos demonios. Sin duda alguna, la dictadura fue atroz en su masacre, aunque nunca digo treinta mil, sino diez mil desaparecidos y agrego que en la lucha de los deudos, las madres y las abuelas, se arrastró cierta reivindicación de la guerrilla, que no acepto. No hay dos demonios, pero tampoco puedo asumir la existencia de un demonio y un santo. La guerrilla en democracia fue traición a la patria.

Eso no sitúa a los guerrilleros en el lugar demoníaco, tampoco en el de héroes. La violencia contra la dictadura merecía respeto, pero su continuación en democracia la tornó deleznable, y me parece que aclarar ambos temas significa instalar las bases para una futura pacificación, que no pasa por reivindicar el lugar de la Vicepresidenta como tampoco asumir su planteo que conlleva aquella teoría. De poco sirve y poco nos ayuda.

España pudo lograr un encuentro -un millón de muertos dejó la atroz Guerra Civil del 36- en el Pacto de la Moncloa, donde un personaje como Santiago Carrillo, jefe del Partido Comunista, se juntaba a discutir con un representante del franquismo, Fraga Iribarne, lo que en alguna medida suponía para España la posibilidad de una pacificación. Cuando vino Tzvetan Todorov a la Argentina y vio la placa de los caídos en el Parque de la Memoria, señaló que mientras no estuvieran todos los nombres en un mismo espacio recordatorio, nosotros no la lograríamos. Por ese motivo, apuesto a la necesidad de que los derechos humanos sean compartidos por toda la sociedad sin que ello presuponga la teoría de los dos demonios. Creo, sí, que casos como el de José Rucci deben ser asumidos y penalizados. Sin embargo, no estoy de acuerdo con el planteo de la Vicepresidenta de que los montoneros sobrevivientes deberían estar presos, aunque tampoco me resulta soportable su reivindicación como héroes. Condenados habían sido, fueron indultados por Carlos Menem. Nadie parece -o quiere- recordarlo o mencionarlo. Jugaron en contra de la democracia, y ese hecho lastima la imagen que nos quieren imponer de aquella dolorosa y oscura etapa.

Jamás vería de buen grado la liberación de los genocidas. Lo triste es que esa demencia es, en mi opinión, la expresión profunda, ideológica y antidemocrática de los sectores basados en la concentración económica, que hoy lograron un salto de calidad exorbitante al poder instalar su pensamiento en democracia. Y están llevando adelante su maquiavélico plan de hundimiento de la nación. Creo que los errores de la fanatización de los Derechos Humanos, deformados y apropiados por un grupo político convertido en secta, permitieron, por la necedad de nuestro comportamiento, que lo peor de esa derecha que decimos condenar se convierta en poder democrático.

Cuando Perón nos trae el diálogo con los radicales y el resto de las fuerzas políticas, nos ubica en el único camino posible para transitar la democracia y la defensa de los humildes. Cuando Néstor y Cristina eligen la fractura, están optando por la derrota. Quiénes somos mayoría en lo electoral, jamás lo seremos apoyando al sectarismo que se aparta del campo popular para instalarse en el de los intelectuales, desconocedor de las necesidades de la clase trabajadora. De ese sector dependió la violencia guerrillera que cuestionaría el poder del General Perón en su retorno. Difícil olvidar que la guerrilla ingresa en el peronismo asesinando a Aramburu y termina siendo repudiada por el mismo Perón al asesinar a José Ignacio Rucci. Creo recordar mi frase de despedida en el parlamento: “Ignoro si pertenecían a la CIA o a la KGB, sólo sé que atentaron contra la Patria”.

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