Hay noción bastante difundida según la cual los problemas macroeconómicos de la Argentina, incluso la mal llamada “obsesión” con el dólar, comenzaron con el Rodrigazo en junio de 1975. Supuestamente, hasta entonces a la economía le había ido razonablemente bien. Pero esta noción es uno de los tantos mitos que dificultan la comprensión colectiva del pasado y del presente.
Empecemos con la inflación. Es en 12 de los 14 años que transcurrieron entre 1961 y 1974, cuando la Argentina estuvo entre los diez países con mayor inflación en el mundo.
En cuanto a la tasa de crecimiento del PBI, tal como lo sugiere el gráfico siguiente, a lo sumo puede describirse como mediocre (un análisis de convergencia muestra que la tasa de crecimiento anual del PBI per cápita durante el período 1962-1974 debería haber sido 3,1% en lugar de 2,5 por ciento).
En cuanto a la “obsesión” de los argentinos con el dólar fue una consecuencia directa de la “obsesión” de sucesivos gobiernos a partir de 1946 de:
- emitir pesos sin respaldo para financiar un exceso de gasto público;
- intentar comprar dólares por debajo del precio de mercado mediante la imposición del control de cambios e impuestos al comercio exterior; y
- vender dólares baratos a los “amigos”.
La primera de estas medidas contribuyó a la pérdida de poder adquisitivo interno del peso, mientras que la segunda, a inflar de manera insostenible su poder adquisitivo en el exterior (para los “amigos”).
La sobrevaluación del peso generó una ilusión de prosperidad relativa al resto del mundo, lo cual llevó indefectiblemente a la escasez de dólares y crisis de balanza de pagos.
La sobrevaluación del peso generó una ilusión de prosperidad relativa al resto del mundo, lo cual llevó indefectiblemente a la escasez de dólares y crisis de balanza de pagos
Es notable la persistencia con la que se insistió con este combo de políticas en los últimos ochenta años. Si se excluyen los 10 años de la Convertibilidad, desde enero de 1946 hasta julio de 2024 la brecha entre el dólar oficial y el paralelo (informal o blue) promedió 76%. Ni el Estado ni el BCRA tienen dólares, pero el sector privado acumula al menos USD 250.000 millones, sin contar los no declarados, ni otros activos.
Esto quiere decir que la liquidez en dólares en la economía argentina al menos quintuplica toda la liquidez en pesos. Como siempre explica Ricardo Arriazu, tenemos una economía bimonetaria en la que el dólar es predominante. Pero nuestro régimen monetario impone el curso forzoso del peso e innumerables restricciones a la compraventa y transferencia de dólares. Esta incongruencia genera altísimos costos.
El origen de esta situación es fácil de identificar. En parte gracias al tratado Roca-Runciman, hasta 1939 la moneda extranjera dominante en la Argentina había sido la libra esterlina, a pesar de que, en el mundo, y especialmente en América latina, el dólar ya predominaba. Después de la guerra, Inglaterra estaba quebrada y su moneda inconvertible pasó a ser cada vez más irrelevante.
Aunque el control de cambios comenzó en 1931, hasta 1945 hubo cierta disciplina monetaria y la tasa de inflación se mantuvo en línea con la de Australia, Canadá y Estados Unidos. En abril de 1946, por orden de Juan Domingo Perón, el presidente Edelmiro Farrell nombró a Miguel Miranda como presidente del BCRA. El gráfico siguiente muestra la trayectoria divergente del índice de precios de la Argentina en comparación con aquellos países bajo la política monetaria iniciada por Miranda y sus sucesores.
En la inmediata posguerra el aumento del precio internacional del trigo financió una bonanza que el gobierno peronista estableció como modelo para futuras generaciones de populistas. En poco tiempo Perón dilapidó las vastas reservas que se habían acumulado durante la guerra en el BCRA.
Gracias a las políticas del peronismo instrumentadas fundamentalmente por Miguel Miranda, el peso, que en las primeras décadas del siglo XX fue considerado una moneda fuerte, pasó a convertirse en una moneda basura
Gracias a las políticas del peronismo instrumentadas fundamentalmente por Miranda, el peso, que en las primeras décadas del siglo XX fue considerado una moneda fuerte, pasó a convertirse en una moneda basura. La degradación durante estos años fue brutal. Este es el “huevo de la serpiente” de la dolarización de facto de la economía argentina.
Como es sabido, los precios internacionales de las materias primas tienen un ciclo. En la Argentina, la fase alcista ha coincidido con las fiestas del populismo, y las bajistas con las crisis del populismo.
Esta particular correlación comenzó en la posguerra. Entre enero de 1945 y diciembre de 1947 el precio internacional del trigo prácticamente se duplicó. Al mismo tiempo crecían los desequilibrios generados por las desatinadas políticas peronistas que alentaron el consumo (incluyendo las importaciones) y desalentaron las exportaciones. A fines de 1947 el ciclo se revirtió y el precio del trigo comenzó a caer.
Pronto comenzó a manifestarse un fenómeno hasta entonces inédito: una “escasez” de dólares. Según Juan Carlos de Pablo, el mercado negro o paralelo del dólar surgió el 20 de enero de 1947, al generalizarse el uso de los permisos previos de cambio para importar. La brecha inicial con el tipo de cambio oficial fue 25%. Con el paso de los meses fue aumentando, reflejando una escasez de dólares que en 1948 empujó a la economía a una profunda crisis externa.
El mercado negro o paralelo del dólar surgió el 20 de enero de 1947, al generalizarse el uso de los permisos previos de cambio para importar (De Pablo)
Un informe de la embajada de EEUU fechado en septiembre de ese año advirtió que “si la escasez de dólares continúa, la Argentina tendrá que abandonar buena parte de su Plan Quinquenal”. Para entonces la brecha superaba 100%. No había más dólares para financiar las fantasías de Perón.
A principios de 1949, en plena crisis, Perón se quejaba de que “(los argentinos) estamos asustados porque no tenemos dólares y creemos que sucumbimos porque ya no se nos va a ayudar desde afuera”. A medida que se agudizaba el problema intentó relativizar el problema. “Dicen que el peso vale poco, pero a mí qué me importa que valga poco el peso con relación al dólar”.
Como siempre ocurre, la realidad se impuso, Perón defenestró Miranda y terminó solicitando un préstamo del Eximbank de Estados Unidos para evitar un default de la deuda comercial. En meses siguientes la divergencia entre el tipo de cambio oficial y el paralelo se profundizó.
Perón arremetió contra sus críticos: “Los problemas de divisas agitados políticamente son totalmente ficticios. Algunos dicen que el dólar cuesta quince pesos. Muy serio. Y yo les digo: ¿A quién le cuesta quince pesos el dólar? A cualquiera que va a los Estados Unidos. Pues, que no vaya a Estados Unidos, a mí no me cuesta nada el dólar, porque yo no compro.” En esos momentos, noviembre de 1949, el tipo de cambio oficial comprador era de 3.3382 pesos por dólar, una brecha de casi 350 por ciento.
De 1958 en adelante, excepto durante la Convertibilidad, la estabilidad de precios resultó elusiva. Entre diciembre de 1955 y diciembre de 1967 el peso perdió 97% de su poder adquisitivo, lo cual profundizó la dolarización espontánea. Cualquier argentino que había ahorrado unos pesos ya había visto un dólar.
De 1958 en adelante, excepto durante la Convertibilidad, la estabilidad de precios resultó elusiva
Como Ariel Wilkis y Mariana Luzzi relatan en su libro “El dólar. Historia de una moneda argentina (1930-2019)” en 1962 Tato Bores ya hacía referencia a este fenómeno en sus monólogos. Como consecuencia de la inestabilidad crónica y la constante pérdida de poder adquisitivo del peso, el dólar gradualmente afianzó su posición predominante en las billeteras de los argentinos, que veían sus ahorros en pesos impunemente confiscados por el impuesto inflacionario.
Este proceso fue brevemente interrumpido durante la gestión de Adalbert Krieger Vasena en el Ministerio de Economía. En 1968 ocurrió algo inédito desde la posguerra: la tasa de crecimiento real del PBI superó a la tasa de inflación. Pero en junio de 1969 el Cordobazo puso fin a esta promisoria era de estabilidad de manera violenta.
Una de las cosas que más le sorprendió al premio Nobel de literatura Vidiadhar Surajprasad Naipaul cuando visitó el país a principios de 1973 fue la obsesión de los argentinos por cuestiones económicas, y particularmente, el tipo de cambio: “El peso se ha ido al infierno: de $5 por dólar en 1947, a $16 en 1949, $250 en 1966, $400 en 1970, $420 en junio 2023, $960 en abril de este año, $1.100 en mayo. La inflación, que ha promediado 25% desde los días de Juan Domingo Perón, ahora ha saltado al 60%. Todo el mundo habla de dinero, todo el que puede hacerlo compra dólares en el mercado negro. Y pronto incluso el visitante se contagia la histeria” (The Return of Eva Perón).
No es casual qué en esa misma época, Milton Friedman propusiera una dolarización oficial como la solución para el problema de inflación crónica en la Argentina.
La fantasía del dólar barato es uno de los tantos legados nefastos del peronismo. Algunos académicos han racionalizado esta anomalía argumentando que existe un tipo de cambio real de “equilibrio social” que está muy por debajo de un tipo de cambio real de equilibrio macroeconómico. Como la contraparte del tipo de cambio real es el salario real, esta divergencia es la manifestación de un “conflicto distributivo estructural”.
La fantasía del dólar barato es uno de los tantos legados nefastos del peronismo
No hay explicación muy clara de por qué este fenómeno sólo ocurre y persiste en la Argentina (¿quizás otro rasgo distintivo de la excepcionalidad argentina?). Sea como fuere, la política económica del populismo ha llevado siempre a fuertes apreciaciones del tipo de cambio real, concediéndole generosamente a las masas asalariadas una ilusión efímera de prosperidad hasta que inevitablemente se acaban los dólares. Sobreviene entonces la crisis externa y el overshooting cambiario. El equilibrio social siempre resulta efímero.
Lamentablemente, una constante en nuestra historia es que no se aprenden las lecciones de la historia. Si hay un ciclo que se ha repetido con notable regularidad en la Argentina es el de la sobrevaluación y subvaluación del peso. La transición de una fase a otra es siempre traumática. Queda grabada en el recuerdo colectivo la idea de que los días más felices fueron los del dólar barato. También queda grabada la noción de que siempre es conveniente acumular dólares porque los dólares baratos se acaban rápidamente (¡el que apuesta al dólar nunca pierde!) Una de las lecciones más elementales de la teoría económica es que los precios máximos desincentivan la oferta y alientan la demanda, lo cual inevitablemente genera escasez. Mal que les guste a nuestros políticos, también se aplica al dólar.
La manifiesta incongruencia entre un régimen monetario que impone por la fuerza una moneda basura y la dolarización de facto de la economía argentina genera altísimos costos e incertidumbre. Recrear una moneda de calidad requiere una tríada de disciplina, tiempo y credibilidad inasequible para el sistema político argentino. Frente esta realidad, declarar el curso legal del dólar y adoptarlo como unidad de cuenta para el sistema financiero es la única opción que le permitiría a la Argentina salir del callejón sin salida en el que está metida desde hace ochenta años. Es una medida cada vez más fácil de implementar, especialmente teniendo en cuenta el esfuerzo fiscal que se ha hecho en los últimos ocho meses.
El autor es Economista e historiador. Esta columna fue publicada en el Blog del Libro Dolarización: Una solución para la Argentina