-¿Creen que esté teniendo un aborto?, pregunta Emily sobre el paradero de la desaparecida Camille.
-Sí, no es ilegal en este país.
Con esa respuesta se jacta una de las amigas de Camille, del libre acceso al aborto en Francia, en contraposición con las restricciones en Estados Unidos, que quedan picando sobre la mesa, por el gesto de orgullo. Eso sí, todas coinciden -incluso descartan esa posibilidad- porque la legalidad implica ir acompañada y no estar sola. Si una mujer quiere abortar puede hacerlo. Y si no quiere también puede hacerlo. No se trata de una imposición, sino, de la libertad, la verdadera libertad de las mujeres.
El diálogo es de la exitosa serie Emily en París que, en la recién estrenada cuarta temporada, pone la legalización del aborto como uno de los puntos de disputa entre Francia y Estados Unidos. En ese partido, discursivo, en este caso, Francia le gana 3 a 0 a Estados Unidos (es legal, es ley por el Congreso y está jerarquizado como un derecho constitucional). No son los Juegos Olímpicos. Pero la medalla de oro a la autonomía femenina se la lleva el país que recibió al deporte olímpico. Y, aunque no sea una disciplina física, sí que es un derecho que impacta en la protección del cuerpo.
En el esquema de la serie (una chica que se pasa de las hamburguesas a les croissants) el orgullo francés de la legalidad del aborto lo expresa una francesa con gesto de orgullo. La frase no es solo una pasada en una serie de moda, sino un ejemplo que se relaciona con la geopolítica actual. Francia jerarquizó el aborto y lo incluyó en la Constitución y eso constituye ya una marca de identidad y Estados Unidos retrocedió en el derecho al aborto y eso constituye una muestra de retroceso. Y para poner un poco de pimienta a la actualidad los derechos de las mujeres se ponen en juego en la disputa electoral entre Donald Trump y Kamala Harris. Emily no tiene que cantar su voto. Con su gesto alcanza.
En la conversación en la que aparece sobre la mesa el aborto Emily busca a Camille, la ex novia de su ex, que huyó después de una boda frustrada (porque entre Emily y el chef que es ex de ambas hay más amor que entre el chef y Camille) y la ex novia en fuga está desaparecida. Por eso, ella se reúne con dos de sus amigas que le endilgan que es una roba novio y Emily destaca (en la comparación que es un clásico de la serie entre la cultura francesa y la norteamericana) que Camille la aceptaba a pesar de ser gringa. Eso es un elogio frente a las petulantes francesas.
Para Emily no existe el “de eso no se habla”. Ella no es activista (ni mucho menos) pero hace la pregunta que tiene que hacer sin tapujos y plantea la posibilidad de que Camille se haya aislado para realizarse un aborto. En ese momento la amiga europea le endilga la legalidad del aborto como un orgullo francés que contrasta con la rancia decisión de la Corte estadounidense. Hay cosas que se dicen y otras que se sugieren. Pero con algunos pocos gestos está todo dicho.
“Elise, no creo que haya hecho eso sola”, responde Emily que, de todas maneras, sabe que en el duelo argumentativo la posibilidad de interrumpir voluntariamente el embarazo es un punto ganado para sus contrincantes parisinas. El pronunciamiento termina ahí. No hace falta más. Después la serie va a profundizar con un caso de Me Too en las altas esferas de la moda que va a terminar de plantar bandera sobre la autonomía femenina.
En la tercera temporada Emily (Lily Collins) se entera del embarazo de Camille (Camille Razat). En los culebrones tradicionales esa noticia hubiera supuesto el fin del amor con su amado y el casamiento de la novia principal con el galán. Y los repartos de roles: la mala que se convierte en señora y la buena que se convierte en desplazada. Ahora ya nada está guionado (sí, bueno, pero no con un guion clásico). En la cuarta temporada, la trama avanza. Alerta spoiler: se habla de aborto. Pero eso no quiere decir que se realice un aborto. El punto interesante es que es una posibilidad y no una posición fija. El cambio de paradigma es que se plantea una maternidad deseada, aún sin un esposo, sin anillos y sin casamiento. No solo se habla de aborto, sino que se muestra que un embarazo no es un drama.
En el medio de la trama está la relación con el chef Gabriel (Lucas Bravo) que ama a Emily pero acompaña a su ex novia como amigo, ex pareja o padre y acepta la relación de ella con otra mujer (finalmente también hay una pareja de lesbianas y una maternidad de a tres). Por eso, también aparece el poliamor y la estereotipada y a veces compleja libertad amorosa (supuestamente francesa) con la más estructurada visión norteamericana. Las denuncias por acoso también forman parte de los nuevos episodios. Emily se toma la vida con suavidad (y con mucho glamour) pero no hace silencio sobre los temas importantes.
¿Dónde está el feminismo? No, no vamos a decir que Emily es feminista (ya mejor no poner más etiquetas que pueden darse vuelta) pero sí que toma la agenda feminista, incluso, para una serie liviana porque si algo ha impuesto el feminismo es que se hable de lo que no se hablaba y se mire por todos lados lo que ante se escondía. El boom de Emily (que tiene merchandasing propio y pijamas para adolescentes con su cara en cadenas de ropa accesible como Primark) muestra que ponerse una remera de moda y hablar de aborto son hoy dos combinaciones posibles que antes, hace muy poco tiempo, hubieran parecido imposibles.
“Emily en París” fue vista en 58 millones de casas en sus primeros 28 días, cuando se estrenó en 2020, durante la pandemia y se produjo el boom de las series frente al aislamiento social. Pero, cuatro temporada después, el éxito se amoldó pero no se cayó y está entre las series más vistas de Netflix. No es profunda, no es política, no es atrevida, no es feminista. Es pasatista, frívola, estereotipada, pero entretenida y muy bien lookeada.
Por eso, que entre los clichés que buscan oponer el progreso y el retroceso esté la diferencia entre criminalizar el aborto o permitirlo muestran que, para el sentido común (que Emily representa) es insensato prohibir el aborto y sensacional permitirlo. Si un asunto así aparece en “Emily en París” es que ya forma parte de la cultura popular. Y ese diálogo traducido al lenguaje callejero representa que un país que tiene aborto legal es mejor para las mujeres y uno que no lo tiene es peor. Fin. Aunque a Emily, todavía muy exitosa, le quedan por lo menos dos temporadas, para llegar a su fin.
Emily es una ejecutiva de marketing -de la agencia Grateau- que encuentra en el gris una posibilidad ventajosa de asesorar a una línea cosmética capilar de mujeres que se dejan las canas y que ella navega intentando salir de una sociedad polarizada. Lo intenta. Pero no le sale. No es tan “francesa” en términos encasillados que se traducen en que no es tan liberal para soportar la convivencia de su amado con su ex amada y su nueva amante. Pero, de todos modos, no es tan conservadora como para no entender que las francesas le ganan si tienen derecho a decidir sobre su cuerpo como ella tiene la posibilidad de vestirse sofisticada y llamativamente a la vez y ser una profesional ingeniosa y brillante.
El orgullo del aborto legal aparece en “Emily” como un cameo que puede pasar inadvertido. Lo llamativo no es la profundidad, sino la mención en una serie superficial. Pero eso no quita que en la mesa de café (y el té helado de Emily, un boom asiático que se ve en mini comercios a la calle más que en confiterías tradicionales por París y por toda Europa) donde conversan las chicas a la moda y la influencer global el aborto ya no sea mala palabra, sino una posibilidad. La sola mención ya es una posición. Y también una proyección de la realidad.
El 4 de marzo de este año Francia llevó a la Constitución el aborto legal para ampliar los derechos de las mujeres y, para evitar, que un eventual revés electoral o vuelta de la extrema derecha (que estuvo a punto de ganar las elecciones) pueda dar marcha atrás a una marca de identidad del país de la Revolución Francesa. El aborto legal, seguro y gratuito fue integrado a la Carta Magna, en el artículo 34, por 780 votos a favor, 72 en contra y 50 abstenciones. Una mayoría que no está polarizada.
En 1968 surgió, en Francia, el Movimiento de Liberación de la Mujer (MLF, por las siglas del Mouvement de libération des femmes). El 5 de abril de 1971 se publicó en Le Nouvel Observateur el Manifiesto de las 343, en el que esa cantidad de mujeres se animaban a decir “Yo aborté”. En junio de 1973, Editions des Femmes, publicó el folleto “La alternativa: liberar nuestros cuerpos o el aborto libre”. En 1975, Simone Veil (fallecida en 2017), ministra de Sanidad del gobierno conservador de Jacques Chirac logró la despenalización del aborto en el parlamento.
En la serie la parte francesa de la mesa -petulante sobre los derechos de las mujeres- queda clara. Pero el guiño de Emily también. La serie se estrena en unas reñidas elecciones norteamericanas. La pulseada estaba prácticamente terminada para Donald Trump que ya tenía su brazo vencedor sobre la muñeca de Joe Biden. Sin embargo, el retiro de la candidatura del presidente actual por y su reemplazo por Kamala Harris, algo cambió. Su rol revitalizó la campaña norteamericana y también la discusión sobre el derecho al aborto en Estados Unidos. Dos hombres no eran los ideales para discutir. Un hombre y una mujer sí que lo son.
Harris tomó el rol de candidata el 21 de julio y, a pesar de que no se apostaba fuerte por ella, ahora fluye un entusiasmo que se puede ver en las redes sociales y en los discursos del matrimonio de Michelle y Barack Obama y de la diputada Alexandria Ocasio-Cortez. “¿Cómo se atreven? ¿Cómo se atreven a decirle a una mujer lo que puede y no puede hacer con su propio cuerpo?”, es una de las frases que pronunció Kamala para cuestionar la decisión de la Corte Suprema norteamericana de retroceder en el derecho al aborto tomada el 24 de junio del 2022.
La sentencia Roe vs Wade, de 1973, era un estandarte de la libertad de las mujeres en Estados Unidos. Ahora cada estado puede decidir, pero no cada mujer. Sin duda, la candidatura de una mujer también pone en juego -y en el debate electoral- esa posibilidad frente a un mundo en de avances y retrocesos. Pero, también, se debaten en las mesas de las casas y en las camas donde se ven series o se tiene sexo. Fin. No, no es el fin. A veces pasan cosas y hay que hablar -y decidir- sobre el derecho al aborto. Al menos ya sabemos que no es tabú. Y que la posibilidad de abortar no es el fin del mundo, sino una duda, una decisión y un derecho. ¿Dónde están las feministas? En las series también.