Hace unos años que en el mundo emergen amenazas contra la globalización. Desde aquel sorpresivo Brexit en 2016; pasando por interferencias basadas en intereses de defensa nacional de las administraciones Trump y Biden, especialmente enfocadas en disputas entre China y EEUU (que ahora son complementadas por la que ocurren entre China y la Unión Europea); siguiendo por las dificultades de las cadenas de suministro generadas por las regulaciones implementadas durante la última pandemia; continuando con las violentas tensiones geopolíticas en lugares estratégicos para el comercio (como el Mar Negro y el Mar Rojo); y culminando por las diferentes políticas aplicadas en materia ambiental, sanitaria y de seguridad.
Las organizaciones multilaterales (como la OMC) son cada vez menos relevantes, los candidatos políticos son más nacionalistas y las discriminaciones entre países (amigos más cercanos, enemigos más lejanos) son crecientes.
Sin embargo, la experiencia muestra que los negocios internacionales no se debilitan: el comercio entre países no decae (se mantiene en alrededor de 30% del PBI planetario), las empresas mundiales son más poderosas (nunca cotizaron tan alto y nunca generaron tanta innovación), la cantidad de acuerdos comerciales internacionales aun crece año a año (ya son 370, aumentó en 250 en 20 años y 120 en la última más que hace diez) y crecen los negocios basados en la nueva economía (el intercambio de intangibles ya vale más que el de los tangibles).
Asistimos a una dicotomía: las noticias “políticas” anuncian restricciones, pero las “económicas” muestran cierta resiliencia transformadora en las grandes redes de negocios globales.
Las noticias “políticas” anuncian restricciones, pero las “económicas” muestran cierta resiliencia transformadora en las grandes redes de negocios globales
Se trata de nueva fase de la globalización. Un tercer tiempo en un proceso en el que el primero (a inicios del siglo pasado) fue la irrupción de negocios supranacionales ocurridos por la simple evolución del capitalismo; el segundo (desde fines del siglo XX) fue el de las aperturas deliberadas de los países; y ahora el tercero (incómodo y friccional, en la tercera década del siglo XXI) bascula entre las políticas que imponen controles parciales (basadas en la prevalencia de intereses geoestratégicos) y los avances globales apoyados en lo que la tecnología ha hecho llegar muy lejos.
En este tercer estadio la nueva globalización supertecnologizada no se detiene ante límites que no logran impedir en lo general, aunque son concionantes sobre lo particular: no reducen el volumen de negocios pese a que obstruyen algunos mientras emergen otros.
Los límites gubernamentales contra la internacionalidad económica de estos días se fundan en razones de defensa, geopolíticas o estratégicas; pero apuntan a muchos negocios “controlables”. En tanto el mundo está desarrollando, a partir de las nuevas superredes empresariales universales, intercambios tan novedosos que están modificando la matriz de la economía global.
Nunca hubo tanto valor digital creado sobre las fronteras, ni tantos inventos patentados por grupos heteronacionales, ni tanto comercio de servicios, ni tanta asociación de empresas con organismos no gubernamentales para innovar y disrumpir; nunca hubo tanta iniciativa privada en el espacio celeste, ni tanto valor intangible y no basado en soportes físicos en las empresas multinacionales.
Las cadenas globales son hoy redes de innovación en las que el saber supranacional genera la riqueza y los mercados financieros promueven emprendimientos que ni las sorprendidas regulaciones nacionales tienen dentro de su objeto.
Nunca hubo tanta iniciativa privada en el espacio celeste, ni tanto valor intangible y no basado en soportes físicos en las empresas multinacionales
Así, mientras el siglo XX estuvo enmarcado por hechos políticos (las guerras mundiales, la formación de la Unión Europea, la caída del Muro de Berlín, la creación de los organismos multilaterales de posguerra), en el siglo XXI la referencia es la irrupción de la inteligencia artificial, la computación cuántica, las superapps, la plataformización, blockchain, los super avances genéticos, la revolución verde (greetech) y otros componentes de las grandes trasformaciones que están dándole a lo no-político una fuerza inevitable.
El mundo está en tensión
En realidad, la nueva globalización ocurre tironeando entre siete fuerzas (viejas y nuevas) que interactúan. Y la pregunta a hacerse es cuáles de esas siete prevalecerán y cuáles sucumbirán.
De esas siete fuerzas, dos provienen de lo tradicional, aunque están siendo cambiadas: la primera son los países (que desalientan negocios entre adversarios, pero también crean alianzas entre amigos); y la segunda las fuerzas militares, que ya no son solo nacionales -ejércitos- sino que las hay supranacionales -como la renovada OTAN- y aún paranacionales -como Hezbollah o Hamas- o contranacionales -como el grupo Wagner-.
Esas dos fuerzas, sin embargo, están amenazadas por una tercera que no es controlable por la política: los “mega acontecimientos vitales” inmanejables en el clima, la cultura, la salud universal y los cambios sociológicos (migraciones, nuevas generaciones emergentes, grupos rupturistas de la calma social).
Pero esas tres fuerzas conviven con otras cuatro emergentes y no tradicionales: las empresas globales que han adquirido más poder que ningún otro tipo de organización (creadoras del nuevo valor económico, social y tecnológico); los inventores creadores del nuevo conocimiento (universidades, institutos, redes de actores diversos -que crean el saber que modifica realidades); las meras personas individuales crecientemente globales (que a través de la nueva internet se han transformado en seres socio-digitales con incremental deslocalización geográfica en sus relaciones, consumos y movimientos); y los nuevos líderes (neoempresarios, influyentes globales, activistas tecnológicos, disruptores múltiples).
Esta nueva globalización no es ya la de los puertos, las aduanas, los contenedores y los barcos. Es la de los flujos socio-digitales -que confirman la universalidad-, las nuevas generaciones supranacionales y la transformación sociológica de patrones y valores.
Esta nueva globalización no es ya la de los puertos, las aduanas, los contenedores y los barcos. Es la de los flujos socio-digitales -que confirman la universalidad-
Y, para administrar el tenso proceso, habrá que preparar no solo instrumentos públicos (muchos de ellos ya son no-gubernamentales y meramente “sociales”) sino también mecanismos de comprensión, administración y proactividad hacia un nuevo progreso.
El autor es Especialista en negocios internacionales, Presidente de la International Chamber of Commerce en Argentina