Esperanza insensata

Los fanáticos del dogma liberal sueñan con un rebote, en tanto quienes practican cierto egoísmo ideológico sólo esperan el momento del estallido

Javier Milei

En nuestra sociedad, una insensata esperanza sobrevive en la inocencia de los humildes y la desmesurada codicia de los enriquecidos, una sociedad sin rumbo ni destino, donde solo quedan frustración y restos de engaño. Nada es menos fácil que transitar el sacrificio sin una razón para mejorar y esto es lo que justifica que tantos necesiten de un objetivo que, en rigor, la más mínima lucidez desnuda y deja librado a su patética enfermedad, la pequeñez. Si tuviéramos memoria podríamos reencontrar en todos y cada uno de los golpes de Estado una simetría con la propuesta actual, expresión profunda del pensamiento de aquellos que nunca sintieron amor por la patria y que, sin echar raíces, sólo están unidos por la generosa productividad de una sociedad donde juntan su dinero para huir a otras culturas -muchas de ellas a la medida de sus frívolas preferencias- que tanto admiran.

Cuando Alberto Fernández asumió el poder, algunos empezaron a repetir: “¿Y Macri?”. Triste cultura de culpar al pasado reciente de la miseria que, con tenacidad y sin apartarse un ápice de los simplistas manuales del conservadurismo liberal, se está gestando en el presente. Así, escuchamos a Milei y los suyos reiterar frases sin sentido: “El pasado es el culpable, el presente va a resolverlo todo”. Como si no advirtiéramos el desorbitado incremento del perjuicio que el Gobierno le genera hoy al país.

Aquel disparatado concubinato entre el pragmatismo de los Kirchner y el dolor de los deudos de los desaparecidos no dio una propuesta política, sino una suerte de secta que terminó en un doloroso fracaso. Las encuestas pagas y el repudio al kirchnerismo siguen dando un sostén al gobierno, cuyo desquicio e ineptitud son la única propuesta vigente de la actualidad.

Los fanáticos del dogma liberal y los neófitos imaginan el sueño del rebote -o así lo relatan, al menos- en tanto que quienes practican cierto egoísmo ideológico sólo esperan el momento del estallido. Sin acordar con ninguno de ellos, no sabemos cuál de las dos opciones está más lejos de ocurrir.

Nuevamente, como tantas veces a lo largo de nuestra historia, la obsesión por la renta financiera y la codicia de los grandes grupos económicos ocupan en la sociedad el lugar que ayer pertenecía a la política, a las necesidades colectivas, al proyecto de futuro común.

Conscientes de que no habrá rebote alguno, esperamos que no se produzca el estallido y que el resultado de las próximas elecciones encauce a la sociedad en un rumbo capaz de alejarla definitivamente de esta demencia que sume a nuestra población en una miseria inusitada. Ni la funcionaria que debía ocuparse de la distribución de alimentos a punto de vencer, debido a su negligencia, lo hizo a pesar de las rimbombantes promesas de Milei al Papa Francisco asegurándole que su muy cercana colaboradora -quien continúa eludiendo a la Justicia- se haría cargo de los sumergidos. Recordemos su estudiado acercamiento a los que reclamaban, mediante humillantes preguntas sobre el hambre que quizás padecieran y órdenes de formar fila para ser atendidos personalmente. Mucho cinismo.

Si hay un lugar común al que los libertarios le han quitado todo contenido es la palabra cambio. “Necesitamos un cambio, buscamos un cambio, nos encontramos en el cambio”. Empleo desmedido que ha dejado al término al borde del ridículo, situación en la que estos funcionarios suelen ser expertos. Basta con remitirse al pobre y pendenciero monólogo cotidiano del vocero presidencial.

Lo cierto es que el Gobierno va encontrando frustraciones y divisiones internas, la esperanza se reduce, y por otro lado, la oposición no siempre encuentra el rumbo que le permita unirse para impedir excesos ya inadmisibles. Sin embargo, esta semana, logró hacerlo en el Congreso en temas urticantes, como los fondos reservados de la SIDE. Además, Lousteau quedó al frente de la Bicameral de Inteligencia, y el Senado aprobó la nueva ley de movilidad jubilatoria que, obviamente, Milei se dispone a vetar. Ojalá la racionalidad siga ganando adeptos en las filas opositoras que sean.