Las potencias debaten sobre sus intereses nacionales concretos; los países periféricos debaten sobre ideologías, generalmente foráneas. Esa distorsión explica en forma sencilla la perdidosa batalla cultural que nos mantiene en el subdesarrollo. Le ponemos demasiada impronta ideológica a cualquier debate, o caemos en sostener negocios de unos pocos en desmedro del bien común de las mayorías. En realidad deberíamos discutir, sin tantas ataduras ideológicas, aquellas políticas convenientes para mejorar nuestra situación socio-económica y para bajar nuestros desmesurados índices de pobreza y de estancamiento económico, que además son bastante comunes a toda la región del Cono Sur.
Veamos números concretos: en los últimos 15 años, las economías del Mercosur cayeron de representar el 4,1% (2008) al 3,0% (2023) del PBI mundial. En términos de PBI per cápita, el Mercosur creció menos del 10% (2008 al 2023), mientras los países desarrollados crecieron un 25% (EEUU) o 15% (promedio Europa). Pero eso no es nada comparado con los países asiáticos, donde India y China casi duplicaron su PBI per cápita. China tiene hoy una gran industria manufacturera (un 36% del total mundial), 3 veces más grande que EEUU, 4 veces más grande que Alemania y 6 veces más grande que Japón. La industria manufacturera de Brasil, pese a su potencia y liderazgo regional, ha caído al 10% de participación de su PBI, muy por debajo del 17% (Europa) o del 20% (México y algunos países asiáticos más chicos). Nuestros países siguen concentrando su economía en productos primarios con poco o ningún procesamiento local, mientras los productos industriales representan un porcentaje dominante de las importaciones. Esa falta de desarrollo integral es el punto central de cualquier debate en la búsqueda de una estrategia nacional.
Decididamente algo funciona mal por estos lares; más aún, habiendo desfilado todo tipo de gobiernos con orientaciones políticas muy diversas. Son fracasos colectivos, con consecuencias graves a nivel económico y social, a la calidad institucional y a la gobernabilidad. Todo seguirá su marcha declinante si no rexaminamos nuestros fundamentos. Las diversas políticas económicas ensayadas y reiteradas sin una saludable autocrítica, no lograron alcanzar las tasas de crecimiento y de diferenciación que requieren nuestras matrices productivas, porque el modelo, debido a las urgencias políticas, privilegia sistemáticamente los productos primarios y los sectores financieros y de servicios.
Por no modificar el modelo tradicional y transformarlo en uno virtuoso y de crecimiento sostenible, los gobiernos de turno, aguijoneados por la gobernabilidad de corto plazo y el mantenimiento de su estabilidad política, sólo atinaron a ampliar el papel del Estado, manifestado en una creciente presión impositiva y dejando que las luchas sectoriales resuelvan, a veces salvajemente, la puja distributiva de las pocas ganancias que quedaban para repartir. Un modelo que acrecienta las divisiones internas, en lugar de la necesaria colaboración para el crecimiento del poder nacional y la posibilidad cierta del ascenso social, al que estábamos acostumbrados décadas atrás. El modelo se vuelve crecientemente informal, inseguro, y cambiante, desalentando así las inversiones, sin las cuales todo se vuelve incierto y casi imposible. Lo estamos viviendo a un nivel de subsistencia crítica.
El debate no es estatismo o liberalismo, ni capitalismo o socialismo, porque ambas políticas se encuentran, simultáneamente presentes, en todos los países del mundo. Veamos sino el importante papel del Estado en EEUU o del capitalismo salvaje en China. El tema es la medida y el acierto para implementarlos adecuada y proporcionalmente, sin espejismos ideológicos, en nuestra realidad nacional.
Inclusive, aunque dispongamos de un nuevo modelo virtuoso de desarrollo industrial que beneficie, cuali y cuantitativamente, al conjunto de los argentinos, los desafíos geopolíticos a enfrentar son mayúsculos. Aunque hayamos logrado una presión impositiva normalizada a niveles racionales, la competencia internacional es compleja y dificultosa si no se tiene un proyecto nacional apoyada por una mayoría interna. Un ejemplo es la producción de acero, que refleja en gran medida, el desarrollo industrial de los países, ya que influye decisivamente en las cadenas de valor de la producción descendente; todas actividades manufactureras que son las que generan empleo masivo, como lo son la construcción, la infraestructura, la energía y la fabricación de productos industriales comercializables a nivel mundial.
EEUU, junto con Canadá y México trabajan mancomunadamente, y con el financiamiento estatal de EEUU han decidido defender su industria (reindustrializarla) que es considerada estratégica, con eje en cierta descarbonización, lo la cual la encarece y por eso apelan a cierto proteccionismo.
Europa y Japón siguen el mismo camino mediante subsidios y la implementación de barreras comerciales (CBAM Carbon Border Adjustment Mechanism- Mecanismo de Ajuste en Frontera de Carbono) porque sus costos de energía y de mano de obra son más altos aún.
India es la potencia emergente y representa el 8% del consumo mundial de acero; de seguir creciendo al mismo ritmo su demanda dentro de 10 años será del 17 %. Su producción se basa en la disponibilidad de carbón muy barato (con poca descarbonización)
China tiene un consumo equivalente al 50% del consumo mundial y su capacidad instalada está dimensionada para los viejos crecimientos vertiginosos; en la actualidad, al haber menor demanda interna vuelca su sobreproducción al mercado global a precios menores a su costo (dumping)
Como vemos cada país juega de forma independiente defendiendo sus intereses nacionales, en un escenario de fuertes restricciones geopolíticas. Ningún país serio toma decisiones mediante ideologías estatistas ni libertarias suicidas, que lleven a los países a caminos sin salida. Todo se negocia en el marco del choque de intereses. Sólo mentalidades diabólicas pueden hacer políticas que destruyan aún más los intentos de reindustrializar los países, porque estarían defendiendo los intereses de terceros.
Es evidente que algo debe cambiar en el Cono Sur. Tenemos un decrecimiento industrial medible por el bajo nivel de consumo de acero per cápita: 114 kg (2008) a 119 kg (2023). En Brasil, el consumo cayó de 130 kg a 110 kg. México fue la excepción, duplicando su consumo per cápita por su acoplamiento sistémico con los EEUU. Todos los países desarrollados tienen un consumo de acero, 2 a 4 veces mayor al brasileño, mientras China, Japón y Corea tienen un consumo 5 o 6 veces mayor.
Los Estados planifican su desarrollo. No lo dejan librado al azar ni a la libertad de los mercados globales ni a la adhesión a teorías ideológicas o geopolíticas. Negocian defendiendo sus intereses nacionales en base a criterios que beneficien su desarrollo y su estabilidad política interna. Los Estados normalmente no se suicidan adoptando políticas que los perjudiquen. Aunque haya excepciones. Pero esa planificación estratégica no debería ser nunca, una política estatista. Una buena política de Estado debería privilegiar e incentivar la iniciativa privada; la promoción y respeto de la rentabilidad razonable del capital invertido, sin demonizar los beneficios; promover la competitividad externa y expansión de la actividad y el empleo privado y formal.
Tampoco se puede aceptar que la política de un gobierno sirva para favorecer a sectores extractivistas para que sigan exportando productos primarios, como sería exportar gas o petróleo, sin al menos, por ejemplo, aplicar una parte a la agregación de valor, produciendo sus derivados petroquímicos. Ese modelo de desarrollo integrado requiere una política de estado amplia, de inteligentes alianzas, que no se limite a la defensa a ultranza de los estrechos intereses sectoriales, sean empresariales o sindicales. Las protecciones de mercado no pueden ser automáticas, sino que deben responder a criterios temporales de crecimiento económico internacionalmente competitivo, y de una adecuada distribución social, aunque tomando en cuenta los parámetros de agresiones de índole geopolítica. La competitividad no es un término sencillo ni exclusivamente económico; las cargas tributarias, la superposición impositiva, infraestructura deficiente, inseguridad jurídica y falencias del sistema educativo contribuyen a la pérdida de competitividad. Sin competitividad no hay proyecto posible y se convierte en un terreno fértil para la importación que favorece a terceros países, como el actual modelo libertario que invita a cerrar las fábricas y convertir a los empresarios en importadores. Las importaciones de productos manufacturados o de cierto valor agregado ayudan a controlar la inflación, pero tienen un impacto negativo en nuestros sectores industriales; y tienen efectos aún peores sobre la inversión y el crecimiento.
Uno de los debates en boga es enfrentar a una China que abusa de su potencia manufacturera imponiendo productos baratos y buenos que impiden un desarrollo fabril autóctono por imposibilidad de ser tan competitivo, primarizando nuestras economías. Se debate si es como consecuencia del tipo de conducción gubernamental o de la clásica disciplina popular de los pueblos orientales. Independiente de las respuestas, es un hecho real e insoslayable, de gran importancia geopolítica. Se lo confronta con el supuesto nearshoring que se agita desde los círculos norteamericano, que en mi opinión sólo favorecerán a México, por razones sencillas de acoplamiento fronterizo, fácilmente controlable. En relación al Cono Sur e independiente de la orientación ideológica de sus gobiernos, el tema no resultará ni automático ni debería ser la única posibilidad para industrializarnos.
Apalancados en un gobierno de unidad nacional, con respaldo popular, siempre habrá tiempo para generar proyectos industriales con inversión internacional, pero encadenados a una salida exportadora y generadora de divisas. Esos mercados externos no estarán en los países desarrollados sino en el amplio abanico de países del Sur Global, con los cuales tenemos que relacionarnos mucho más. El BRICS era un camino hacia esas posibilidades; ya llegará el tiempo de retomarlo.