Un dato de UNICEF nos moviliza al desnudar la situación actual de un millón de niños que se van a dormir sin cenar. La idea de que la moneda es más importante que el ser humano, de que se puede detener la inflación a partir de la angustia cotidiana de jubilados, asalariados y necesitados es de una atrocidad moral y ética insostenible. La tragicomedia del presidente anterior tapa en alguna medida -merced a una vasta y, tal vez, comprensible cobertura mediática- la tragedia de la miseria de muchos de nuestros conciudadanos y de sus hijos, en particular.
La vida me permitió integrar el núcleo del grupo íntimo de Carlos Menem en los primeros años de su gobierno y luego, el de Néstor Kirchner. En el primer caso, negocios y complicidades expulsaban a quienes seguíamos creyendo en la política, en la patria y veíamos cómo, lentamente, se volvía más importante privatizar una empresa nacional por las rentabilidades privadas obtenidas del saqueo al Estado y a los humildes que lo habían construido con su esfuerzo.
Recordar, por ejemplo, la votación parlamentaria por Gas del Estado, cuando se inventa un diputado “trucho” solo para poder vender una empresa que daba ganancias, marca la inmoralidad de esa etapa de enfermedad conceptual. Vemos ahora que Inglaterra estatiza los ferrocarriles, y tomamos conciencia de que nuestra destrucción fue una moda enfermiza que copiamos de los modelos liberales de la época como tantas otras.
El simple dato de UNICEF, organismo que se encuentra muy por encima del debate de nuestras pequeñeces, muestra a las claras esta instancia economicista en que la política , con el gobierno de Milei y su equipo, dejó de velar por las necesidades y el bienestar del conjunto para convertirse en una defensora a ultranza de los negocios de los grandes grupos concentrados.
En mi opinión, el kirchnerismo se diluye tras el último golpe recibido, en tanto el peronismo tiene como reservorio a los gobernadores de Córdoba y de Buenos Aires, con concepciones bastante antagónicas para imaginar una síntesis entre ellas. Por otro lado, el radicalismo goza de una revitalización en Santa Fe, que termina con el aislamiento de su presidente y le da una vigencia más vital y popular que la de algunos incondicionales del PRO. Imagino un futuro con LLA separada del PRO y al PRO, de los radicales, y dos peronismos. La lógica indicaría que en las próximas elecciones se presentarán cinco fuerzas políticas. Es imposible que Macri se junte con Milei, tanto como que el radicalismo siga abrazado al PRO. Esa división en tres permitiría alguna vigencia de un peronismo renovador proveniente de alguna provincia.
Fuimos una sociedad industrial. Hace unos días, Federico Sturzenegger se refería a su hallazgo de un decreto proteccionista como si se tratara del pecado original, sin tomar conciencia -no creo en su buena fe, me corrijo “sin querer tomar conciencia”- de que no hay en el mundo país que no ejerza la protección de su producción. No se defienden los negocios, sino el trabajo de la gente, de mucha mayor relevancia que la rentabilidad. Concepto esencial porque, para un economista, la renta ocupa el primer lugar, y si comprar algo fabricado en el exterior es más barato, tirar por la borda el esfuerzo y la capacitación de centenares de argentinos resulta secundario. Para una sociedad en serio, esta opción no presenta dudas. La producción propia, con todas sus dificultades, garantiza el trabajo y está por encima de cualquier sistema de precios del mundo.
Es la misma concepción que lleva a los liberales de siempre a preferir exportar materias primas. Si hubieran leído historia argentina, sabrían que en 1802, Manuel Belgrano concluyó su exposición sobre este tema con la frase: “No exportemos cuero, exportemos zapatos”. Es lo que aquel extraordinario abogado y economista -a quien nada de lo humano le era ajeno, tampoco la educación- pensaba acerca del comportamiento de los países civilizados.
Volviendo a nuestro pasado relativamente reciente, el lanzamiento de Menem culminó en la venta del patrimonio y en la ficticia bonanza del 1 a 1, que finalmente le estalló a De la Rúa. Lo de Néstor Kirchner fue un intento de convertir al peronismo en progresismo con un resto de izquierda, para terminar en esta patética destrucción que hoy vemos con asombro y tristeza.
¿Alguien puede dudar acerca de la necesidad de alcanzar la estabilidad de la moneda? De ahí a hacerlo a costa de la miseria de los necesitados y de la pauperización de las clases medias, hay un inconmensurable abismo ético que ni a Milei ni a los suyos parece preocuparles en lo más mínimo.