Olga Cossettini nació el 18 de agosto de 1898 en San Jorge (Santa Fe). Junto a su hermana Leticia, rompió con el modelo tradicional que tenía la escuela de la época y gestó con su impronta el comienzo de un nuevo paradigma en educación, desde donde trabajaron en una de las experiencias más significativas de América latina.
Dicha práctica se basó en ideas de algunos representantes de esa nueva escuela, tales como María Montessori, Leonardo Radice y Giovanni Gentile, entre otros. Toma de estos autores la visión de una escuela basada en la actividad del niño, de sus intereses y del aprendizaje a través de la experiencia. Por ello fue conocida como Escuela Activa, pero, a su vez, denominada Escuela Serena porque la actividad implementada en el aula, basada en el interés del niño, en contacto con la naturaleza y protagonizada por ellos, llevaba a un aprendizaje tranquilo y calmo.
Olga cursó la primaria en la Escuela Fiscal de Rafaela y se recibió de maestra en la Escuela Normal de Coronda. Ejerció como docente en una escuela de Sunchales y, en 1930, asumió como regente del Normal Domingo de Oro, de Rafaela. En sus comienzos fue cuando descubrió que se podía enseñar y aprender en un marco de libertad y alegría y no en medio de formatos rigurosos y de castigos corporales.
Las hermanas llegaron a Rosario en el año 1935 para desempeñarse como directora y maestra en la Escuela Carrasco, de barrio Alberdi de Rosario, donde pudieron, en forma paulatina, cambiar la mirada sobre el rígido sistema educativo de la época y generar una nueva mirada de la didáctica. Ambas fueron fieles representantes de la nueva escuela que ellas tanto promovían.
Pero no sólo practicaron estas ideas innovadoras, sino que escribieron textos donde teorizaron acerca de su experiencia en la escuela. La escuela viva, El niño y su expresión son algunos de los escritos que dejaron la huella de dicha experiencia.
Olga Cossettini transformaría su escuela en un lugar único en su tiempo. Son conocidas las visitas que recibía la escuela de personalidades extranjeras que visitaban el país querían conocer la “escuela de la Señorita Olga”.
Entre los distintivos personajes que llegaron para ver la experiencia fueron : la poetisa chilena Gabriela Mistral, el español Juan Ramón Jiménez y el argentino Javier Villafañe. Hasta el mismísimo Julio Cortázar le envió una carta en la que decía: “He leído El niño y su expresión, y sentí de inmediato la necesidad de escribirle, para que supiera Ud. de mi admirado reconocimiento ante la obra que se lleva a cabo en la Escuela de su dirección. Obra que -y es triste tener que afirmarlo en esta tierra joven donde todo parece viejo- se alza como una excepción, como un ejemplo solitario que ignoro si será escuchado. Su libro, Señorita Cossettini, donde junto a su palabra claras y llanas se nos muestra la pura poesía de esos poemas y esos cuadros, duerme acaso ya en anaqueles olvidados. Yo no puedo olvidar a sus chicos y a Ud. Leí y vi esos milagrosos frutos de la espontaneidad bien encaminada, y creí comprender la viva lección que de todo ello surge. Por eso, no vea Ud. en esta carta un elogio circunstancial; créame íntimamente ligado a todos los que, con Ud. a la manera de guía, intentan una escuela que no mutile a los niños que ayude a su creación purísima. No sé si esta carta, alejada de cánones retóricos, le expresará a Ud. mi aprecio y mi admiración. Pero pienso que sí, porque Ud. vive plenamente, y busca que sus alumnos logren esa total expresión del ser, virgen de postulados y preconceptos. Por eso, que queden estas frases más como claro testimonio de amistad y comprensión. Para Ud., para las maestras que han comprendido y la acompañan, y para todos esos chicos admirables- que quisiera poder nombrar uno a uno- el saludo y la gratitud de un colega a quien la distancia no aleja de tanta belleza y tanta claridad”. (Julio Florencio Cortázar. Escuela Normal Chivilcoy)
La música, la pintura, el modelado, los títeres, el laboratorio de ciencias, las excursiones por el barrio, una revista escolar, la cooperativa de alumnos, entre otros, se integraron con armonía al quehacer cotidiano y eran todo aquello que llamaba la atención en una escuela anquilosada.
Decía la Srta Olga acerca de los cambios propuestos: “Es una reforma profunda de la vida de la escuela que con espíritu nuevo iba a abrir de par en par las puertas de las aulas a la vida”.
Los rosarinos fuimos protagonistas, a través de la prestigiosa labor de Olga Cossettini, del Movimiento de la Escuela Nueva. Como toda corriente tuvo representantes que - lamentablemente- han quedado en el olvido. Su legado es tan magnificente que nos obliga a seguir revalorizando esos años, que no por viejos son obsoletos y que engrandecieron la historia de la educación argentina y universal.
La escuela funcionó entre 1935 y 1950 cuando fue cerrada por considerar las autoridades del Ministerio que no respondía a los planes educativos oficiales. El gobierno de Perón exoneró a las hermanas Cossettini y a la ciudad y a la región les quitó la posibilidad de ser protagonistas de un cambio fundacional que mostrara que otra enseñanza y otros aprendizajes son posibles. Un hecho político que obturó un cambio pedagógico. Una vez más perdió la sociedad.
Feliz cumpleaños Olga Cossettini