De Jefferson a Harris: la evolución del Partido Demócrata

Sus raíces como fuerza política defensora de los derechos de los estados y la economía agraria, y el giro al progresismo y la inclusión racial

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Kamala Harris
Kamala Harris

El Partido Demócrata de Estados Unidos tiene sus raíces en el Partido Demócrata-Republicano, fundado a principios del siglo XIX por Thomas Jefferson y James Madison como contrapeso al federalismo de Alexander Hamilton. Su plataforma inicial defendía los derechos de los estados y una economía agraria. Bajo Andrew Jackson, el primer presidente demócrata en 1829, el partido adoptó un enfoque populista, abogando por los intereses de los ciudadanos comunes contra las élites.

Durante el siglo XIX, el Partido Demócrata estuvo asociado con el Sur y el apoyo a la esclavitud. Sin embargo, tras la Guerra Civil y la abolición de la esclavitud, el partido enfrentó una profunda crisis de identidad durante la Reconstrucción. Se dividió entre quienes resistieron las reformas y quienes se adaptaron al nuevo contexto político y social.

A finales del siglo XIX y principios del XX, el partido experimentó transformaciones significativas. La influencia del Sur disminuyó, y la elección de Woodrow Wilson en 1912 marcó el inicio de una plataforma progresista con reformas sociales y económicas, aunque limitadas en derechos civiles.

La Gran Depresión y el New Deal de Franklin D. Roosevelt en los años 1930 fueron decisivos para el partido y para Estados Unidos. Roosevelt implementó reformas que ampliaron el papel del gobierno federal y redefinieron su relación con la ciudadanía. Aunque estas políticas consolidaron al Partido Demócrata como defensor de las clases trabajadoras, también generaron críticas por la expansión del estado y su impacto en la economía, lo que fue objeto de controversia durante décadas. La seguridad social, la regulación financiera y los programas de empleo de Roosevelt consolidaron al partido como referente del liberalismo moderno en Estados Unidos.

Franklin D. Roosevelt
Franklin D. Roosevelt

En la segunda mitad del siglo XX, la presidencia de John F. Kennedy fue crucial para redefinir al partido como una fuerza progresista y defensora de la igualdad racial. Su asesinato en 1963 dejó un legado duradero, y su sucesor, Lyndon B. Johnson, consolidó ese legado con la promulgación de la Ley de Derechos Civiles y la Ley de Derecho al Voto, reforzando el compromiso del partido con los derechos humanos.

La presidencia de Bill Clinton en la década de 1990 marcó el auge del enfoque globalista del Partido Demócrata. Clinton promovió una política exterior orientada hacia la globalización y el libre comercio, evidenciado por la firma del NAFTA y el apoyo a la expansión de la OTAN. Aunque estas políticas avanzaron hacia el internacionalismo, también enfrentaron críticas por sus efectos negativos en sectores industriales y el incremento de la desigualdad, lo que generó divisiones dentro del partido.

El siglo XXI trajo nuevas dinámicas. La elección de Barack Obama en 2008 fue histórica, no solo por ser el primer presidente afroamericano, sino por su enfoque en la reforma del sistema de salud, la regulación financiera tras la crisis de 2008 y la promoción de políticas de justicia social. Sin embargo, estas reformas intensificaron la polarización política, especialmente con la aprobación de la Ley de Reforma de Salud (Obamacare), que encontró feroz oposición y alimentó el surgimiento del movimiento Tea Party. Esto exacerbó las divisiones internas y preparó el terreno para la reacción populista posterior.

La administración de Joe Biden ha seguido una agenda progresista en un contexto de extrema polarización. Biden asumió la presidencia en 2021 con la misión de sanar un país fracturado, enfrentando la pandemia de COVID-19 y una crisis económica significativa. Desde el inicio, su enfoque para expandir las políticas sociales de Obama encontró resistencia, especialmente de un Partido Republicano influenciado por Donald Trump. Esta resistencia se ha visto agravada por controversias sobre las reformas sociales, la política migratoria y el manejo de la pandemia, contribuyendo a una polarización y violencia política sin precedentes en la historia reciente de Estados Unidos.

En el ámbito internacional, Biden ha enfrentado conflictos significativos como la guerra en Ucrania y el conflicto en Gaza. Su administración ha desempeñado un papel crucial en apoyar a Ucrania, tensando las relaciones con Rusia y reafirmando las alianzas de la OTAN. Al mismo tiempo, el conflicto en Israel contra Hamas ha presentado desafíos adicionales, obligando a Biden a mantener un delicado equilibrio entre apoyar a Israel y evitar una escalada en el Medio Oriente.

En este contexto, Kamala Harris se presenta como la candidata demócrata para las elecciones de noviembre. Su candidatura simboliza la continuidad de las políticas de Obama y Biden, marcando una nueva etapa en la historia del Partido Demócrata. Como la primera mujer afroamericana y asiática nominada a la presidencia, Harris representa un compromiso con la diversidad y la inclusión. Sin embargo, su mayor desafío será enfrentar a Donald Trump, quien ha capitalizado la polarización interna para movilizar a su base.

Una presidencia de Kamala Harris tendría profundas repercusiones tanto en la política doméstica como en el escenario internacional. A nivel global, su enfoque multilateral podría fortalecer las alianzas tradicionales de Estados Unidos y asegurar un apoyo continuo a Ucrania. Sin embargo, su postura en el conflicto árabe-israelí podría generar tensiones, especialmente si intenta equilibrar la relación con Israel y el mundo árabe.

En el ámbito doméstico, Harris enfrentará el desafío de unificar un país profundamente dividido. El éxito de sus políticas progresistas, como la lucha contra el cambio climático, la justicia social y la reforma migratoria, dependerá de su capacidad para negociar con un Congreso dividido y una sociedad polarizada.

Una presidencia de Kamala Harris podría marcar una nueva era en la política estadounidense, revitalizando su liderazgo en un mundo incierto. Sin embargo, los desafíos son enormes. En medio de una polarización que ha dividido al país y una violencia retórica que envenena el discurso público, Harris tendrá la ardua tarea de sanar una nación al borde del abismo. Si no supera estas divisiones, Estados Unidos podría enfrentar un futuro aún más oscuro e incierto. Sus decisiones no solo definirán el destino del país, sino también su papel en el escenario internacional.

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