En el marco del Mes de las Infancias, es importante retomar e instalar en la agenda social y de los medios el debate sobre una de las problemáticas que más preocupa en los últimos tiempos al ecosistema educativo y al entorno familiar: el uso responsable del celular en los más chicos.
Lo cierto es que el uso de la tecnología en cualquier momento o aspecto de la vida diaria de las personas se ha normalizado, sobre todo en lo que respecta a su acceso por parte de niños, niñas y adolescentes, quienes usan la tecnología más de 6 horas al día en promedio.
Según una encuesta realizada por Google, los padres en Argentina les dan a sus hijos el celular a una edad muy temprana, más que en ningún otro país de la región (9,1%). En el 46% de los casos, los niños empiezan a pedir el dispositivo a los 7 años, aproximadamente. Entre los principales motivadores que manifiestan los padres se destacan: para entretenimiento (26%); por logística y seguridad (23%); y, en menor grado, aparece la presión social de los compañeros (5%).
Organismos internacionales de la talla de UNICEF y la UNESCO vienen advirtiendo desde hace tiempo sobre las consecuencias negativas del mal uso y abuso de las tecnologías en general por parte de los niños y las niñas, haciendo hincapié en la desmedida presencia de los celulares en las aulas y en el hogar desde edades muy tempranas. El uso de celulares en el hogar y en los espacios educativos quedó en el ojo de la tormenta, ante la emergencia de ciertas problemáticas manifestadas en los niños y niñas, tales como: alteraciones en su desarrollo cerebral; impactos en sus rutinas del sueño y el buen descanso; aislamiento social y falta de participación en las clases; trastornos alimentarios; dificultades en la visión por exceso de pantallas; lo que se conoce como sexteo, acoso y bullying en el ciberespacio; y ahora la adicción por las apuestas online.
El pasado mes de julio, la Unidad de Evaluación Integral de la Calidad y Equidad Educativa (UEICEE) del Ministerio de Educación porteño hizo una encuesta a 2605 docentes y 1911 familias de CABA para recoger información sobre el uso de los celulares en niños, niñas y adolescentes. Del informe resultó que 8 de cada 10 docentes consideran que el celular dificulta la atención y participación de los estudiantes en clase, mientras que 7 de cada 10 familias creen que el celular tiene consecuencias negativas en sus hijos.
Esto ha llevado a que países de todo el mundo empiecen a tener una regulación cada vez mayor o incluso hayan prohibido el uso de teléfonos móviles en el aula. Sin ir más lejos, el Ministerio de Educación porteño acaba de emitir una resolución con la que intentará controlar el uso de los teléfonos celulares en las escuelas, buscando limitar de manera absoluta su uso en el nivel inicial y el primario, y regularlo en el secundario.
Quisiera destacar un aspecto esencial: la importancia del valor del dato para tomar decisiones asertivas. Si bien siempre habrá excepciones -como el caso de niños y niñas que requieren el uso del celular por razones de salud, pedagógicas, didácticas o porque no poseen otro dispositivo para acceder a plataformas educativas-, es crucial que desde la política pública se priorice en la agenda lo que realmente está afectando, no sólo la salud y el bienestar de los jóvenes, sino también las vinculaciones socio-emocionales, que son fundamentales en todo proceso educativo.
En paralelo, crecen en cantidad y variedad las herramientas y plataformas para el aprendizaje, junto a la amplia gama de soluciones digitales para enseñar con tecnología dentro y fuera de las instituciones educativas y ni hablar de la impronta de la IA generativa en todos los aspectos de la vida cotidiana. En este punto, tampoco habría discusión, especialistas en el mundo de la innovación educativa destacan las bondades y beneficios de la tecnología como complemento -no reemplazo- en los actuales y futuros sistemas/programas educativos.
Algunos puntos en que debemos trabajar desde la familia, la comunidad educativa, las empresas y el Estado
Coincido con la necesidad de regular el uso del celular, tanto en el aula como en el resto de los espacios de socialización, incluyendo también al hogar. Estas medidas llegan tras el análisis de diferentes organismos internacionales que están investigando lo que está generando el celular en momentos de aprendizaje, especialmente cuando no se usa de manera pedagógica. O mismo el concepto fundamental que nos trajo Juana Manso sobre la necesidad de los recreos y patios para el esparcimiento que después la ley 1420 los incorporó como norma obligatoria, donde los chicos juegan, corren, socializan entre ellos y con sus docentes fuera del espacio áulico. Es importante tener en cuenta cada contexto, porque cada institución educativa es diferente, existen estudiantes con temas particulares que necesitan de la tecnología, y muchas actividades que se proponen requieren de dispositivos tecnológicos porque hace al quehacer didáctico-pedagógico.
Otro aspecto a tener en cuenta es el uso de celulares por parte de los docentes en el momento de la clase. Si los chicos ven que el docente está con el móvil en la mano, van a querer hacerlo ellos también. Toda acción pública tiene que ir acompañada con formación docente sobre cómo generamos esos espacios, cómo los reinventamos, cómo trabajamos para un uso efectivo, cuándo los tenemos que usar y cuándo su uso realmente enriquece o potencia la experiencia de aprendizaje.
¿Cómo podemos aprender de esta práctica en casa?
En casa podemos generar diversas cosas para evitar usar el celular en los momentos en que nos sentamos a la mesa a comer o cuando nos vamos a dormir, que son los espacios que más disfrutan los chicos. Recomiendo mucho los juegos de mesa de cartas, juegos con dados como el 10.000 o la generala, el tutti frutti, el teléfono descompuesto, adivinar animales con diferentes letras, etc. Comprar libros que a nosotros también nos interese leer y generar un momento de lectura previo a dormir sacando el celular de al lado de nuestra cama y la de ellos.
Cuando los chicos crecen, es clave ofrecer espacios de charlas abiertas en las que nosotros también estemos conectados y construyendo diferentes formas o perspectivas sobre temáticas actuales.
Insisto en la importancia de asesorarse junto a expertos, adecuar las propuestas de integración de tecnología según cada realidad y contexto, el establecimiento de un marco de acción seguro y de confianza, y la escucha activa de los chicos y jóvenes, que muchas veces nos ayudan a ver la realidad con otros ojos. Obviamente, todo esto debe ser acompañado de una política pública que genere acciones que acompañen una agenda digital efectiva y que cuando tome decisiones las pueda acompañar con procesos de formación para todos los actores involucrados.
La clave radica en que el diseño de políticas y programas de incorporación de tecnologías en la educación no deje de lado la mirada de las familias, de los docentes (que son los que al fin y al cabo están con los chicos muchas horas al día) ni tampoco los intereses de los estudiantes.