Alberto Fernández revitalizó el odio contra la casta

Justo cuando el gobierno de Milei, a siete meses de haber asumido, parecía ya adentrarse en un “presente” que lo obligaba más a rendir cuentas por lo actuado que a refugiarse en el argumento de la “herencia”, el “pasado” hizo una reaparición tan fulgurante como patética

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Alberto Fernandez, Fabiola Yañez y Cristina Kirchner
Alberto Fernandez, Fabiola Yañez y Cristina Kirchner

Cuenta una leyenda muy arraigada en la política mexicana, en donde la figura de los ex presidentes ha sido siempre muy incómoda -más aún en los tiempos del hegemónico PRI-, que durante el gobierno de López Portillo a fines de la década de 1970, ofuscado este por las intromisiones de su predecesor en el Palacio de “Los Pinos” (Luis Echeverria), y mientras se disponía a enviarlo al destino diplomático más inhóspito disponible, le transmitió un contundente mensaje al ex mandatario a través de uno de sus operadores: “Sólo tienes de tres sopas: entierro, encierro o destierro”.

Si bien en la política argentina el tema de la sucesión y el rol de los ex presidentes no tuvo el cariz tan dramático como el que describe el genial Carlos Fuentes en “La Silla del Águila”, estamos lejos del reconocimiento institucional y la convivencia democrática que impera entre los ex mandatarios en otros países como Estados Unidos o, apenas cruzando el charco, en Uruguay.

Una realidad que no solo responde a las recurrentes interrupciones en el orden institucional que han jalonado la historia argentina durante el siglo XX, y que han forzado a muchos ex presidentes al exilio, encierro o destierro, incluso en el propio país (Yrigoyen, Perón, Frondizi, Illía, Estela Martínez de Perón), sino también en muchos otros casos, por la escasa legitimidad con que acabaron sus mandatos y la percepción mayoritariamente negativa con respecto a la perfomance de sus gobiernos.

En este contexto, no llamaba la atención la marcada insignificancia de la presidencia de Alberto Fernández, su profunda intrascendencia en el escenario político, y la asignación de responsabilidades -tanto por referentes del propio peronismo como del actual oficialismo y la oposición dialoguista- en lo que respecta a la pesada herencia de una crisis económica y social que aún no ha sido superada.

Sin embargo, la historia tendría preparada para el ex mandatario una lápida aún más pesada que la de la intrascendencia, con la revelación de un presunto hecho atroz que acaba por configurar un escenario de profunda decadencia moral, frivolidad y opacidad, inédita en la historia de nuestra democracia recuperada en 1983.

Si el clima respecto al rol del ex presidente ya estaba enrarecido por las denuncias de presunto tráfico de influencias y corrupción por el caso de los seguros, la denuncia por violencia de la ex primera dama Fabiola Yáñez, produjo una fuerte conmoción no solo en el sistema político sino en la opinión pública en general.

Justo cuando el gobierno de Milei, a siete meses de haber asumido, parecía ya adentrarse en un “presente” que lo obligaba más a rendir cuentas por lo actuado que a refugiarse en el argumento de la “herencia”, el “pasado” hizo una reaparición tan fulgurante como patética.

No puede llamar la atención, en este sentido, el aprovechamiento político y discursivo que el gobierno hará de esta revelación atroz, lo que no es óbice para el repudio generalizado a la violencia de genero ni mucho menos para el rápido accionar de la justicia. Pero lo cierto es que si Milei llegó al poder surfeando la ola de la indignación y la impugnación masiva a la dirigencia política tradicional, sindicada tanto por su incompetencia como por su decadencia, estos hechos refuerzan ese posicionamiento del presidente en tanto un “cruzado” contra la casta.

Si bien es cierto que el gobierno anterior ha dejado un terreno fértil para este posicionamiento mileísta, que a través del tan mentado “principio de revelación” ha venido nutriendo la narrativa oficial con múltiples escándalos, denuncias penales, “curros” y hechos éticamente repudiables que han venido azuzando el clima de indignación sobre el que se sustenta el particular experiencia libertaria, esta semana el velo de la decadencia destapó un hecho de consecuencias imprevisibles, que podría además dar lugar a nuevas revelaciones.

Nadie puede, a esta altura, dimensionar la magnitud del escándalo ni aventurar cuánto durará. Lo cierto es que para Milei, desde el estricto análisis pragmático del ejercicio del poder, no deja de ser un soplo de aire fresco para recrear esa imagen de la repudiable herencia que quiere dejar atrás, en el camino de prolongar la confianza de los amplios sectores que lo han venido acompañando. Una agenda que lógicamente golpea de lleno la línea de flotación de del peronismo, pero que también podría tener consecuencias en otras vertientes del fragmentado espacio opositor, en momentos en que la oposición había comenzado a abandonar lentamente el prolongado letargo y aturdimiento que le había provocado el fulgurante ascenso libertario.

No es poco en un escenario donde al gobierno se le hace cada vez más difícil ocultar sus propias contradicciones, inconsistencias y falencias, en un contexto recesivo donde todavía no se avizora una luz al final del oscuro túnel, y justo cuando comienzan a aparecer en las encuestas que el presidente consume con fruición algunos signos de alerta respecto a algunas demandas que superan a la de la inflación, estandarte del plan libertario.

Así las cosas, es esperable que desde el gobierno se intente profundizar el escándalo y amplificar sus reverberaciones, azuzando los sentimientos de indignación que le permiten poner en valor su impronta rupturista frente a lo “viejo”, buscando recrear expectativas que extiendan el crédito social al gobierno aún ante la persistencia de la crisis, y permitiéndole al oficialismo ilusionarse con llegar con aire a fin de año para poder pensar en el inevitable test electoral de 2025.

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