Los silbidos al Himno Nacional en París y la desatinada interpretación de su música

La controversia por los festejos de la Copa América llevaron a los franceses a abuchear el “Sean eternos los laureles”, pero además lo maltrataron con la ejecución

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El himno nacional argentino silbado en el partido ante Francia en los Juegos Olímpicos

Hablemos de himnos. Por cercanas reyertas deportivas, los franceses que colman las gradas de los Juegos Olímpicos París 2024 han decidido silbar con estridencia el himno nacional de la Argentina. Todo empezó por los insensatos, insultantes y también inadmisibles cantos con los que la selección campeona de la Copa América celebró su título, que contenían versos, de alguna forma hay que llamarlos, considerados racistas, homófobos y xenófobos, dirigidos en general a una estrella del fútbol francés.

Ese ídolo, tal vez dolido por la derrota sufrida por su selección en la final del pasado Mundial Qatar 2022 frente a los argentinos y después de haber predicho que el fútbol sudamericano era inferior al europeo, dijo luego de Qatar que la Eurocopa era más importante que el Mundial. Niño, eso no se dice, eso no se hace y eso no se toca. Quiso el destino que Francia tampoco ganara la Eurocopa y a su selección y a sus seguidores se les hizo imposible digerir las dos derrotas. La decepción se convirtió en furia, suele ocurrir, y todo derivó en el abucheo despectivo a los atletas argentinos de los JJOO París 2024, y a la silbatina desdeñosa al Himno Nacional.

Las almas buenas que censuraron con razón los cánticos zafios de los futbolistas argentinos, que no aceptaron el inmediato pedido de disculpas y tampoco el arrepentimiento sincero de algunos de los protagonistas del escandalete, nada dijeron en cambio de la xenofobia desatada en las gradas olímpicas. Niño, eso tampoco se hace. No hay, o no debería haber, una doble vara para medir racismo, homofobia y xenofobia. Y, sin embargo, la hay. La selección española que sí ganó la Eurocopa al derrotar a Inglaterra, regresó a Madrid y cantó, vecina a la provocación, a la bravata y a la hostilidad: “Gibraltar es español”. Y, ya ven, con eso no pasó nada y los atletas fueron recibidos por Su Majestad, el rey Felipe VI, en el Palacio de la Zarzuela.

Esta columna no pretendía hablar de deporte, triunfos, derrotas y silbidos, sino de himnos. Pero, la pasión es la pasión. Después de todo, si los franceses silban un himno, cualquiera fuere, reflejan a una sociedad que cada día está más cerca de Marie Le Pen y cada día está más lejos de Charles De Gaulle.

El himno argentino sufrió en París 2024 un ultraje mayor que cualquier silbatina: lo que suena cada vez que se presenta un equipo nacional es un bochinche enrevesado, fuera de métrica, de ritmo y de estructura, ejecutado por algo así como una banda de circo pobre, cornetines y otros metales, dignos de una banda militar. Es más, el himno suena como una marcha militar. Y el Himno Nacional no es una marcha militar. Un himno es un himno; los primeros de los que se tienen noticia, no es intención aburrir al lector con la historia, datan de los sumerios, tres mil años antes de Cristo. Los griegos adaptaron su forma para cantar a sus deidades, los himnos homéricos; en los primeros siglos de la Era Cristiana se introdujeron los himnos en las ceremonias religiosas y en piezas más extensas, si es que no son en sí mismas un himno, como un Requiem, un Stabat Mater o un Te Deum.

La Selección de Hockey escucha la mala interpretación del Himno Nacional (REUTERS/Adnan Abidi)
La Selección de Hockey escucha la mala interpretación del Himno Nacional (REUTERS/Adnan Abidi)

Un himno, puede ser poético, musical, o musical y poético; es un canto de alabanza destinado a exaltar a una persona celebrar una victoria o expresar entusiasmo por un suceso memorable. Por ejemplo, existe un Himno Olímpico que fue bellamente interpretado en la ceremonia inaugural de París 2024. El espíritu del Himno Nacional fue celebrar el primer grito de independencia de España dado el 25 de mayo de 1810 y que tardaría seis años en ser efectivo. Primero nació la música de Blas Parera, que sonaba en una obra de teatro titulada “El 25 de Mayo”, a la que Vicente López y Planes le puso la letra, independentista y anti española, según la reglas de la época. Casi todo el resto de los himnos del continente, que cantan independencias conquistadas en los campos de batalla, tienen estructura de marchas militares.

El himno nuestro no, por el contrario, si bien contiene algunos compases marciales, pocos y breves, de inmediato recupera su ritmo y métrica de himno por algo muy importante: hay algo que decir, algo que cantar, una idea que expresar. Y para eso música y ritmo deben coincidir con la letra. Es más: todo himno contiene hasta patrones de acentuación, ligados a la métrica y a la letra, que deben ser respetados.

Lo que se escucha en París 2024 como Himno Nacional es imposible de cantar porque la música va más rápido que las palabras, para decirlo de modo sencillo y, de verdad, nadie puede ir “a tempo” encajado en ese pastiche belicoso, intrépido, con aires de guerra que en realidad es falso y equivocado. Para colmo, la versión del Himno Nacional que suena en París 2024 tiene un arreglo musical que parece hecho por un lelo. Se han quitado compases y frases musicales enteras de modo arbitrario e irracional. Es difícil saber quién y porqué se cometió ese desatino.

Arreglar la partitura de un himno nacional, cualquiera fuere, es una tarea ímproba. “La Marseillaise”, por ejemplo, el himno nacional de Francia, una marcha militar, fue compuesta por Rouget de Lisle en 1792. Permitan una digresión: las primeras seis o siete notas de “La Marseillaise” son idénticas a un fragmento brevísimo del Concierto para Piano número 25, en do mayor, K503, de Wolfgang Amadeus Mozart, al que puso punto final el 4 de diciembre de 1786, dos años y siete meses antes de la Revolución Francesa. Si de Lisle tomó prestadas esas notas, si Mozart las cedió con su legendaria y generosa ingenuidad, o si se trata de un caso leve de cuatrerismo del pentagrama, a esta altura del partido da igual. De todas formas, Héctor Berlioz (1803-1869) hizo un pequeño arreglo al himno francés. Una cosa de nada, dos compases, tres notas, nada. Ha sonado en París 2024 cuando se cantó en vivo en la ceremonia inaugural. Y tenores, sopranos y cantantes populares que tienen el honor de interpretarlo, acuden al arreglo de Berlioz porque enriquece el conjunto.

Charles De Gaulle en París en 1969 (AFP/Getty Images)
Charles De Gaulle en París en 1969 (AFP/Getty Images)

Una cosa es agregar tres notas y otra muy diferente asesinar a puñaladas una partitura rica en expresividad como la del Himno Nacional, tal como se la escucha en París. También es extraño porque en otros casos, como el del himno alemán, inspirado por Joseph Haydn, o el del bellísimo himno de Hungría, con reminiscencias imperiales, sonaron tal como fueron escritos.

Es verdad que nuestro himno largo y su ejecución completa puede resultar hasta enojosa en una ceremonia que requiere sencillez, solemnidad y respeto. Siempre se puede hacer una adaptación, de hecho se hace en algunos casos y sólo se escucha la introducción, en otros se escucha sólo la coda, el “Sean eternos los laureles…”. Cualquier salida es mejor que el ofensivo mejunje que suena en París 2024 y que, es de esperar, no haya sido aprobado, o cedido, por las autoridades argentinas. Todo es posible.

En cuanto a los silbidos de las gradas, todo pasa. Y todo queda. Los franceses enfurruñados deberán acercarse más a De Gaulle y a su visión de la República Francesa. Quienes no lo conocen, deberían conocerlo. Quienes no lo leyeron, deberían leerlo. Quienes lo leyeron, deberían recordarlo. En todo caso, si no hay tiempo para leer, en pleno siglo XXI cierta gente se enorgullece de no tener tiempo para leer, en el museo de Invalides se venden cuatro primorosos CD’s dobles con todos los discursos del viejo general y a precio módico.

Todo sea también para que el espíritu olímpico, aquel que hacía que los griegos suspendieran conflictos y guerras mientras se desarrollaban los Juegos, no se apague cuando pronto sí se apague el bello pebetero que cada día sube hacia y baja desde el cielo de París, al que alguna vez cantó como nadie Yves Montand.

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