Gestionar las emociones en bioética

La empatía, la compasión, la objetividad y la autorregulación emocional del personal médico son determinantes para la toma de decisiones éticas

Médico

La gestión de las emociones en bioética es un factor crucial, ya que las decisiones éticas en el ámbito biomédico a menudo implican dilemas profundamente humanos que afectan tanto a los profesionales de la salud como a los pacientes y sus familias. Básicamente se trata de destacar la importancia del equilibrio entre empatía, compasión, objetividad y autorregulación emocional en el proceso de toma de decisiones.

La empatía y la compasión, conceptos referidos a la capacidad de tomar perspectiva y sentir las emociones de otra persona, cuya diferencia radica en que la compasión incluye el deseo de ayudar, son fundamentales en la práctica bioética, ya que permiten a los profesionales de la salud comprender y responder adecuadamente a las necesidades y preocupaciones de los pacientes.

Según Jodi Halpern, si bien se requiere del personal de salud una preocupación no del todo desvinculada emocionalmente respecto del paciente, tampoco debe ser una inmersión empática cegadora de la deontología profesional ante los males de aquel. Más bien, el profesional de la salud a través de los sentimientos inducidos por sus pacientes debería comunicar su preocupación interesada para que aquel revele elementos que de otra forma permanecerían ocultos. Y así poder abordar más efectivamente el diagnóstico, como también discapacidades o patologías motivo de desgracias. Es decir, la empatía como conexión emocional con el paciente, convertida en una herramienta terapéutica que no sólo lo libera de tribulaciones, sino que a través de la compasión proporciona una atención centrada en la persona mejorando el diagnóstico y tomando mejores decisiones.

Para ello, resulta fundamental una comunicación efectiva. Howard Beckman y Richard Frankel han demostrado que el estilo de los médicos que formulan preguntas cerradas a sus pacientes, regulando rigurosamente la cantidad de información obtenida y controlando el discurso, interrumpe frecuentemente al paciente aumentando su ansiedad y perdiendo información profesionalmente relevante. Así, las habilidades de comunicación de los médicos están directamente relacionadas con la satisfacción del paciente y la calidad de atención médica. La capacidad de escucha activa, empatía y suministro de información clara y comprensible son aspectos esenciales para abordar y responder a las preocupaciones emocionales de los pacientes.

En línea con ello, el estudio de Mohammadreza Hojat y Joseph Gonnella reveló que los médicos que demostraban mayores niveles de empatía tenían pacientes que reportaban mejores resultados de salud y mayor satisfacción con la atención recibida. Básicamente la empatía está directamente asociada a la competencia clínica, permitiendo al profesional gestionar las emociones del paciente de manera efectiva. Razón por la cual resulta necesaria la formación en empatía para profesionales de la salud. En este sentido, Moira Stewart y Judith Brown subrayan las actuales tendencias de los modelos de atención sanitaria cambiando el tradicional paternalismo en la relación médico-paciente por estructuras centradas en la experiencia de la enfermedad del paciente. Es decir, capacitando al profesional para comprender a la persona en su totalidad incorporando al paciente como partícipe activo en las decisiones sobre su atención. Este estudio, mediante pruebas empíricas, también desmiente la creencia común que las consultas centradas en el paciente demandan más tiempo, aunque afirman que los pacientes están más satisfechos cuando la consulta se amplía 5 o 10 minutos, lo que sugiere que la duración de la visita es un predictor importante de la satisfacción.

Focalizando en la toma de decisiones compartida para ayudar a gestionar las emociones del paciente al involucrarlo activamente en su propio cuidado, Cathy Charles y Amiram Gafni destacan que no sólo mejora la satisfacción del paciente, sino que también reduce la ansiedad y aumenta la sujeción al tratamiento. Incluyendo a los pacientes en las decisiones sobre su tratamiento, logrando un acuerdo, sienten un mayor control y comprensión de su situación. Por sobre todo ante patologías graves, terminales o cuestiones de final de vida, donde hay decisiones importantes en puntos clave del proceso y existen varias opciones de tratamiento con diferentes resultados posibles y una sustancial incertidumbre.

En estas situaciones de alta carga emocional es crítico que los profesionales de la salud sepan gestionar las emociones del paciente con sensibilidad y respeto. Anthony Back y Robert Arnold sugieren el uso de estrategias específicas como la validación de las emociones del paciente, la creación de espacios seguros para expresar sentimientos y el uso de un lenguaje claro y compasivo.

Pero la capacidad de los profesionales de la salud para regular sus propias emociones, ya mencionado por Jodi Halpern, también es decisivo. Esto incluye la habilidad para mantener la calma y objetividad en situaciones estresantes, fundamental para tomar decisiones éticas. Para James Gross la autorregulación emocional es tan importante para reaccionar y decidir más reflexivamente y menos impulsivamente, que propone estrategias para cambiar la forma en que se interpreta una situación reduciendo su impacto emocional e inhibiendo los signos externos de los sentimientos internos. La idea es disminuir la expresión conductual, pero sin reducir la experiencia emocional. Porque como indica María de la Victoria Rosales, una sobre empatía entendida como excesiva identificación con el paciente, dificulta al profesional establecer vínculos adecuados, incapacitándolo para contener al paciente y actuar en su beneficio, generando malestar tanto en el médico como en el paciente.

Por eso, la gestión de las emociones en bioética se aborda a través de la educación y el entrenamiento. Las instituciones académicas están reconociendo cada vez más la necesidad de incluir la formación emocional en sus programas de bioética. Los estudios de Jennifer Kesselheim y Alan Schwartz han demostrado que los programas de formación médica que incluyen entrenamiento en empatía y manejo del estrés mejoran significativamente la capacidad del profesional para tomar decisiones éticas informadas y emocionalmente equilibradas. Y ello se debe a que el desbalance entre empatía, compasión y objetividad conlleva decisiones y acciones sesgadas frecuentemente no éticas o incluso ilegales. Por ello, es vital que los profesionales de la salud desarrollen estrategias para equilibrar estas dimensiones. El estudio de Jean Decety y Claus Lamm demuestra desde la neurociencia cognitiva que la diferencia entre empatía y angustia personal ante el dolor en los demás, depende de la capacidad de diferenciación entre uno mismo y el otro más la valoración cognitiva. Es decir, el profesional debe aprender a tomar la perspectiva del paciente y no la propia frente a su dolor evitando activar en mayor medida su propia matriz neurofisiológica de la experiencia del dolor. Así, la respuesta del profesional al dolor del paciente puede ser modulada para facilitar la ayuda, sin quedar supeditado a estímulos externos.

Conclusión, la gestión de las emociones es un componente esencial en el campo de la salud. La empatía, la compasión, la objetividad y la autorregulación emocional del personal médico son determinantes para tomar decisiones éticas informadas, más profesionales y humanitarias. A través de la formación y el entrenamiento adecuado, los profesionales de la salud mejoran sus habilidades emocionales y comunicativas para gestionar las emociones de los pacientes y las propias, lo que a su vez conduce a una atención más humanitaria, de mayor calidad técnica y a decisiones compartidas más equilibradas, resultando en una mayor adherencia al tratamiento. Los profesionales de la salud deben estar capacitados no sólo en habilidades clínicas, sino también en las emocionales y comunicacionales para beneficio de ellos mismos y del paciente, mejorando la eficacia de la prestación médica proporcionando una atención centrada en el persona.