El Archivo Secreto y la biblioteca del Vaticano

Desde tiempos medievales, la Iglesia y sus integrantes han sido verdaderos pioneros a la vanguardia de la administración de la documentación

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Archivo Secreto del Vaticano
Archivo Secreto del Vaticano

Millones de turistas pasean cada año por el Patio de la Piña, el espacio diseñado por Bramante, uno de los genios del Renacimiento, que separa la basílica de San Pedro de los Museos Vaticanos. Muchos de esos visitantes, pertrechados con mochilas y cámaras, mientras posan para la imagen que subirán a Instagram antes de ver la Capilla Sixtina, desconocen que están caminando sobre un búnker que cobija uno de los mayores tesoros del Vaticano, y este no tiene oro, esculturas ni pinturas de artistas de fama mundial. Este tesoro está formado por papeles de un color amarillento, testigo del paso del tiempo.

En 1612 el papa Paulo V fundó el Archivo Secreto Vaticano para albergar todos los papeles relativos al papado. El objetivo era centralizar en un mismo espacio todos los documentos que hasta entonces se repartían por varias ubicaciones como el castillo de Sant’Angelo o la Secretaría de Estado.

Sin embargo, el uso documental por parte de la Iglesia viene de antiguo y se remonta a muchos años antes del siglo XVII. La Iglesia y sus integrantes han sido verdaderos pioneros a la vanguardia de la administración de la documentación. Sabedores de la importancia y fidelidad que hay en la tinta sobre el papel, la Iglesia siempre ha puesto mucho celo en guardar, ordenar y conservar la documentación relativa a sus asuntos. Exactamente igual que harían todos los Estados modernos, solo que la Iglesia ya tenía esa costumbre desde la época medieval.

La Iglesia fue heredera de muchas tradiciones, leyes y maneras de administrar del imperio romano. Es por ello que en el uso de archivos y de la cancillería para expedir documentos oficiales ha servido siempre como modelo de inspiración para los reinos de la Europa moderna.

Desde la fundación del Archivo Secreto Vaticano han sido muchos los interesados por sus documentos, intrigados por una información que parece esconder secretos importantísimos para el mundo, allí se conservan:

  1. El Códice Vaticano (siglo IV): uno de los manuscritos más antiguos y completos de la Biblia en griego.
  2. El Códice Sinaiticus (siglo IV): otro manuscrito bíblico antiguo e importante en griego.
  3. La Vulgata Latina (siglo IV): la traducción de la Biblia al latín realizada por San Jerónimo.
  4. La Biblia de San Pedro Damián (siglo XI): un manuscrito iluminado de la Biblia en latín.
  5. La Biblia de San Luis (siglo XIII): un manuscrito iluminado de la Biblia en francés.

La mayor cantidad de documentos está formada por la correspondencia de los diversos Papas desde el Siglo X en adelante. La correspondencia del Papa Inocencio IV a Gengis Kan, figura entre las más curiosas, los procesos de canonización de los Santos y correspondencia de los Papas con las distintas coronas Europeas. Los textos de los concilios y muchos documentos más.

Napoleón ordenó trasladar a París todos los papeles en 1810. Los documentos volvieron a Roma una vez cayó el emperador francés, pero en esa ida y venida en tiempos tan turbulentos se perdieron valiosos papeles.

Desde entonces el archivo fue una zona restringida y el acceso sólo fue posible a unos pocos estudiosos privilegiados. Sin embargo, a finales del siglo XIX el papa León XIII inició un cambio de mentalidad acerca del uso del archivo y en 1883 abrió una sala para investigadores. El cambio respondía a la lucha ideológica que mantenía con liberales y protestantes, quienes acusaban a la Iglesia de institución retrógrada con valores reaccionarios. Lejos de acobardarse, León XIII hizo ver que la Iglesia no le teme a la historia. Fundó la escuela de Paleografía y Diplomática del Vaticano e impulsó el estudio de los fondos del archivo. En origen el nombre se puso en latín: Archivum Secretum Apostolicum Vaticanum. Sin embargo, el término Secretum hace referencia a “privado”, es decir, hablamos del archivo personal del papa. Tanto es así, que el papa Francisco ha optado por cambiar el nombre por el que se le conoce de manera habitual, dejando a un lado el término “Secreto” y sustituirlo (más bien devolverle) el término “Apostólico”. El 22 de octubre de 2019, el papa Francisco decidió motu proprio este cambio. En palabras de Sergio Pagano, Prefecto del Archivo:

“Para evitar los fáciles malentendidos que este título provocaba o podía provocar en las lenguas modernas, incluido el italiano, con el uso del término Secreto, el Papa Francisco creyó oportuno (creo que con razón) abandonar este término, ahora “incómodo” y engañoso, y sustituirlo por el término Apostólico. El Archivo Apostólico Vaticano no ha perdido nada de su naturaleza original al abandonar ese Secreto, porque incluso en el nuevo título buscado por el Papa Francisco sigue siendo el Archivo privado del Papa (por lo tanto Apostólico), sujeto solo a él y bajo su exclusivo gobierno”.

Por tanto, el término secreto y la relación que se puedan hacer con teorías conspirativas varias son solo fruto de ficciones y aventuras inventadas, como la de Dan Brown.

El “Archivo Central de la Santa Sede”, tal y como lo definió Juan Pablo II, tiene una extensión de documentación equivalente a unos 83 kilómetros lineales, lo que lo convierte en uno de los más grandes del mundo. Es el custodio de una historia milenaria que no teme abrirse al exterior, como demuestra la posibilidad de consultar los documentos del pontificado de Pío XII, el Papa que vivió el difícil periodo del nazismo y del fascismo. Quienes acuden al archivo -subraya el prefecto del Archivo Apostólico Vaticano, monseñor Sergio Pagano- no son sólo amantes de la historia religiosa o civil, sino que realizan investigaciones que “se extienden a todos los aspectos de la sociedad humana”.

En un contexto cultural secularizado como el actual, que parece haber perdido el sentido de la memoria y la referencia a los valores “fuertes”, ¿qué espacio tiene una institución creada para preservar el testimonio histórico del papado y de la Iglesia?

El espacio y la tarea que los Papas han confiado al entonces Archivo Secreto Vaticano, hoy Archivo Apostólico Vaticano, son los mismos en todas las épocas, independientemente, del cambiante contexto cultural: es decir, conservar, organizar y valorizar la documentación producida por las secretarías de los Romanos Pontífices y los diversos órganos de la Curia Romana, y hacer que esta documentación se ponga, en primer lugar, al servicio interno del Papa y de la Santa Sede, y luego (desde 1881) para el uso directo de los investigadores de todo el mundo que utilizan cada vez más el Archivo Vaticano para sus estudios. Hoy en día se puede acceder digitalmente, permitiendo ver las copias digitales, que comprenden 1,6 millones de libros, 80.000 manuscritos y 300.000 monedas y medallas, facilitando su preservación. Para este servicio, la Biblioteca Apostólica del Vaticano firmó un acuerdo con NTT DATA, líder internacional en servicios TI (InsideTech) de Japón. Esto hará que sean más accesibles las colecciones culturales del Vaticano que ofrece además sistemas de búsqueda, localización rápida de datos y documentos, además de promover su consulta por los investigadores de cualquier parte del mundo. El nuevo sistema almacena los archivos según las estructuras internacionales para datos, cumpliendo con las clasificaciones y estándares de las bibliotecas, respetando las reglas propias de la biblioteca del Vaticano. La propuesta ayuda al Vaticano a obtener los contactos con sus benefactores: al donar o compartir información sobre un proyecto en las redes sociales, podrán recibir un NFT (Non-Fungible-Token) especial e intransferible, como «llave» para descargar copias digitales de alta calidad de 15 o 21 manuscritos conservados en el Vaticano.

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