Los Juegos Olímpicos de Francia cuentan con una mascota triangular, Phryge, que fue confundida con el clítoris y hubo quienes avalaron esa receta francesa de placer y confusión. En realidad, es el gorro que se utilizó, en 1789, y que se plasmó como un ícono de la Revolución Francesa. La historia dice que quienes llevaron adelante los lemas de “libertad, igualdad y fraternidad” se inspiraron en la época romana cuando los esclavos liberados se lo ponían y que en el combate contra la monarquía simbolizó la idea de emancipación.
La visibilización del clítoris -por semejanza, por innovación o por el mito de una sexualidad francesa liberada que se consagró con el ascenso de la legalización del aborto en la jerarquía constitucional- no se opacó por la verdad revolucionaria, sino que siguió su camino en el imaginario social como otra forma de llevar la revolución de la cabeza a los pies, pero sin olvidarse de las partes destinadas al goce, al puro goce.
“¡Hemos publicado una nueva guía sobre la anatomía del clítoris!”, posteó el Museo de la Vagina del Reino Unido con imágenes de Phryge para referirse al clítoris. “No solo hay que ser, sino parecer”, dice el dicho y, en este caso, el parecer también es una forma de ser. Y, muy especialmente, cuando el cuerpo femenino es quitado de la escena porque se lo quiere unificar en una sola forma, en un único contexto, en una exclusividad o en una expulsión de quienes no encajan con el molde o se quieren sumar a los modelos que les gustan.
Los preservativos con la imagen roja y el lema “Anota una victoria: sí al consentimiento, no a las enfermedades de transmisión sexual (ETS)”, refuerzan la idea de un encuentro cuidado, mutuo, con conciencia del vih, sífilis y otras infecciones. Pero, sobre todo, con orgasmos, sin presiones ni violencia. El placer no es un botón que se aprieta como en un joystick, es una búsqueda en donde la otra y el otro importan.
La diferencia es que el placer en cuerpos feminizados recién ahora está nombrado. Por eso, en unos juegos donde se ponen en juego la diversidad de cuerpos, y sin que el organismo femenino esté ausente del país que consagró la idea de “la imaginación al poder”. Si los hombres ya pueden llorar abiertamente, las mujeres también pueden abrirse a disfrutar, luces y sombras de los estigmas negados a los géneros que no son escenarios compactos sino abiertos a cambios, transformaciones y reivindicaciones.
La potencia del clítoris es que es el único órgano que solo sirve para el placer. No es para nada útil si se considera a la utilidad otra cosa que no sea goce. Pero, esa minúscula tela corporal, que da tanta felicidad estuvo escondida, silenciada y -todavía- causa escozor que se la nombre, se la busque, se la implore o se le rinda culto, incluso que pueda aparecer -o parecerse- a una forma que se puede ver -y vender- en llaveros, tazas, remeras y peluches.
Phryge no es un clítoris, pero frente al borrado del placer -de elegirse, de disfrutarse, de aceptarse, de ser distintas, de ser fuertes, bajas, musculosas, agiles, lloronas, competitivas, resilientes y múltiples- va a quedar en la historia como un fetiche que remita al placer sacado del closet. Las gafas violetas son las que se ponen para ver la desigualdad en el mundo y, a partir de los Juegos Olímpicos, ese peluche rojo ya no podrá dejar de tener una connotacion de igualdad sexual, le guste a quién le guste y, especialmente, a quienes ahora pueden gustar de su cuerpo con quién quieran y como quieran.
Cinco siglos igual. No es que no se sabía, es que no quería que se sepa. No es un descubrimiento, es un encubrimiento. En francés, aparece nombrado, por primera vez, en 1575, por Ambroise Paré, que escribe cleitorís. Pero luego lo borra, como si se tratase de un fantasma, que no podía aparecer. No era útil para la supervivencia y era inútil para el poder de los hombres.
¿Para qué incluirlo en los mapas corporales que preferían borrar la isla del deseo del océano de la sexualidad femenina? Y no es qué realmente no supieran qué tenían las mujeres en la cabeza, era que no querían saberlo. Ni en la cabeza y, mucho menos, en el cuerpo. Los diagnósticos médicos, terapeúticos, psiconalíticos estuvieron marcados por una idea fálica de la vida y la geografía humana. Lo que no se ve no existe y que ahora se pueda ver, comparar o imaginar es una consagración, incluso aunque sea casual, gratificante.
“Las mutilaciones todavía son moneda corriente. El placer todavía se niega a millones de mujeres. El clítoris todavía es física, psíquicamente, el órgano del placer borrado”, acentúa la filósofa francesa Catherine Malabou, en el libro El placer borrado. Clítoris y pensamiento, publicado -en Argentina- por Editorial La Cebra. Ella escribe y resalta: “La historia del clítoris puede leerse, sin duda, como un progreso que va de la borradura a la visibilidad, de la tachadura a la existencia”.
El clítoris es el nombre del cuerpo femenino potente en el placer y pecaminoso en salirse de la sola función reproductiva o de acompañante sexual. Pero, recién el 1 de junio de 1998 se conoció la anatomía completa del clítoris a partir de la publicación de la médica australiana Helen O’Connell en la revista norteamericana The Journal of Urology. Casi a finales del Siglo XX y a comienzos del Siglo XXI se tuvo un GPS de cómo gozan las mujeres. Nunca es tarde. Pero la tardanza es un síntoma: lo que jode es el deseo. ¡Y el placer!
No se trata de un olvido, sino de un ocultamiento. No es un detalle menor, sino una ausencia mayor en la historia de la humanidad. Y no es que recién ahora se diga, pero sí que recién en la cuarta ola feminista la idea de placer sexual se popularizó, masificó y democratizo. No se trata de algunas liberadas que pasaban de cuartos y amantes entre elites liberadas, sino de la posibilidad de miles de mujeres racializadas, migrantes, pobres, LGTTBQ, periféricas de no solo mostrar, sino interiorizarse de la potencia de su cuerpo.
La sede de los Juegos Olímpicos tampoco es azarosamente relacionada con la reivindicación del clítoris. El 8 de marzo del 2021 el grupo “Gang du Clito” instaló un clítoris inflable de cinco metros de altura en la plaza de los derechos humanos frente a la Torre Eiffel. “La intención es denunciar el analfabetismo sexual sobre el clítoris, ya sea institucional o cultural y el retraso de la medicina sexual”, explicó la artista Julia Pietri.
Tres años y medio después el simil clítoris va a quedar como emblema de los Juegos Olímpicos donde vimos a mujeres volver al ruedo después de dar un paso al costado por salud mental, subimos los brazos a una boxeadora que fue maltratada por sectores de extrema derecha, vimos llorar a los mejores tenistas del mundo (por ganar y perder, pero llorar, lloraron), sufrimos con las mujeres quebradas por jugar y sentimos su aplauso más allá de los podios.
Es verdad, la mascota no es un clítoris. Pero su propio inventor no se enoja por la comparación. El artista Joachim Roncin, creador de Phryge, fue interrogado por la semejanza de su diseño y contestó entre risas: “La gente siempre verá lo que quiera. Si ve un clítoris, tanto mejor”. Mejor, entonces, poder ver lo que todavía no teníamos visto y que ahora ya tenemos un espejo a dónde explorar, investigar y fantasear.
No es una novedad, pero es una necesidad la reivindicación, la pedagogía y la visibilización de la potencialidad de sentir placer para los cuerpos feminizados. “En la época victoriana, científicos como el doctor Isaac Baker Brown, presidente de la Sociedad Médica de Londres, proponían la extirpación del clítoris como cura para los problemas “mentales” de las mujeres, un tipo de operación que fue practicada en Europa y Estados Unidos. Después Baker se vio obligado a dimitir, pero sus ideas permanecieron en el tiempo y se llegaron a registrar clitoridectomías “terapéuticas” hasta entrado el siglo XX, según datos de Naciones Unidas (ONU)”, contextualizó Mar Padilla en la nota “Clítoris invisibles: la ocultación histórica de un órgano que desafía al patriarcado” de El País.
Malabou resalta que el clítoris desafía “el orden anatómico, político y social e interrumpe de raíz la lógica del mando y la obediencia y eso perturba”. En los Juegos Olímpicos la pregunta sobre qué es una mujer se subió al ring y no hay una sola respuesta, un solo cuerpo, una sola identidad y -ni siquiera- una sola forma biológica, orgánica ni estética de ser porque no hay una, sino una multiplicidad de mujeres en multiplicidad de cuerpos posibles.
¿Qué quiere una mujer? Preguntale. No hay una respuesta única. Ya no hay una mujer, sino muchas mujeres que son diferentes y que todas pueden dar pelea, pero no solo pelear, también sacarse los guantes en busca de su propio placer. Aunque se va a producir un antes y después de los Juegos Olímpicos: la mascota se saca el sombrero para dejar pasar al gran ausente de la historia: el clítoris. Y eso ya debería tener una medalla dorada.