En la era digital, el acoso en redes sociales se convirtió en moneda corriente. Si bien afecta a personas de todos los ámbitos, el fenómeno toma visibilidad cuando una figura conocida hace público que está siendo víctima de esta situación. Esto pone de relieve una preocupante realidad: nadie está exento de esa violencia, ni siquiera las personas famosas y el impacto es mayor en los jóvenes, quienes habitan mayormente estos espacios.
Tomemos el reciente caso de la artista María Becerra. Muchas veces en el imaginario social, las celebridades se ven como “superhumanas” a las cuales el hostigamiento, el maltrato o las agresiones no les tendría que llegar por el solo hecho de tener fama, un prejuicio erróneo.
Algunas figuras no leen todas sus redes sociales o contratan a alguien para hacerlo. Y, en casos como el de la cantante, hay quienes prefieren excluirse de estos medios que parecerían irrenunciables, antes que continuar siendo víctimas de maltrato, agresiones y cuestionamientos prácticamente a su persona. Esta acción de poner un límite es lo que parecería transgresor, llamativamente.
El acoso a través de redes sociales es una manifestación muy frecuente que genera su propia dinámica. Desde prácticamente su surgimiento, las RRSS abrieron las puertas al anonimato, a que usuarios tengan varios nombres alternativos o a que puedan formar una “fachada”. Así, permiten “tirar la piedra y esconder la mano”, una forma de canalizar un montón de agresiones sin tener ninguna consecuencia.
Para los jóvenes, que son los principales “habitantes” de estas plataformas, el impacto puede ser devastador. Aún cuando las plataformas establezcan límites mínimos de edad, estos no se cumplen y es en ellas donde se comunican, se expresan e incluso construyen una identidad de presentación, donde eligen qué mostrar y qué no. Y donde van transitando la validación de todos los otros, lo cual es una de las formas que necesitan, sobre todo en las etapas de pubertad y adolescencia, para poder construir esa yoidad, es decir, esa identidad.
La presión por encajar y ser aceptado en un entorno virtual es inmensa y, cuando este espacio se convierte en un escenario de hostigamiento, el daño emocional puede ser tan profundo como el causado por el acoso en ámbitos de presencialidad. El daño causado por el acoso en redes sociales es tan real como el causado en el entorno presencial. El hecho de que el ataque ocurra en un espacio virtual no disminuye su capacidad de afectar profundamente a quienes lo sufren.
No se debe subestimar el impacto que la violencia en línea puede tener en la salud mental. En los consultorios vemos que los jóvenes afectados por el acoso online sufren de ansiedad, depresión y ataques de pánico. Muchos ven en la escuela, en el club o en otros lugares a quienes los atacan en las plataformas. También sucede que se ven compelidos a tener que cambiar, modificar o hacer cosas de las cuales no están del todo de acuerdo con tal de ser aceptados en esos ámbitos.
La magnitud del problema se ve agravada por la proliferación de opiniones en la era digital. Vivimos en una época en la que la opinión de cualquier individuo parece tener el mismo peso, independientemente de su fundamento. Por lo tanto, dichos como que “a las nuevas generaciones les importa lo que opina el otro” es no tener conocimiento del Homo Sapiens, de quiénes somos, de que somos gregarios, de que necesitamos de un otro y de que nuestra identidad no solamente se conforma con lo que sabemos de nosotros mismos sino también con lo que somos para los otros y, sobre todo, en etapas de construcción del sí mismo, de mayor vulnerabilidad, como la de los jóvenes.
Pensemos en una cancha de fútbol, donde todo un auditorio de miles de personas están diciendo agresiones y maltratando a una persona. Para todos sería muy evidente de que eso es un horror, pero como sociedad no nos damos cuenta que muchas veces el ataque desde el anonimato, la multiplicación de agresiones y la violencia en estas redes sociales operan en el sujeto de una forma similar.
Para el sector de la salud y, en particular el de la salud mental, la legitimación y el consenso social que hay en estas redes sociales como ámbito de socialización representan un desafío. En ellas, los mecanismos para poder defenderse de este tipo de hostigamiento son bastante menos accesibles que en la presencialidad. Mientras que para un artista famoso la decisión de alejarse de las redes sociales puede tener un impacto positivo en términos de imagen, para un adolescente, el costo de desconectarse puede ser mucho mayor.
Por todo esto, el entorno social y el acompañamiento que recibe son determinantes en cómo se vive esta situación y sobre ello hablaremos en el 2do Congreso Interdisciplinario de Salud y Justicia, al que convocamos desde el Departamento de Pediatría del Hospital de Clínicas de la UBA y CEPASI. La prevención efectiva pasa por un enfoque integral que involucre a padres, educadores e instituciones. Es vital que los adultos participen activamente de la vida digital de los adolescentes, ofreciendo apoyo y herramientas para enfrentar el acoso.
La visibilidad de casos como el de Becerra debe ser un refuerzo de estas acciones. A medida que la tecnología sigue avanzando, resulta clave que nuestra capacidad para abordar y prevenir el acoso evolucione en paralelo. La educación sobre el uso responsable de las redes sociales y la intervención temprana ante signos de violencia digital son pasos cruciales para proteger a nuestros jóvenes.