Juegos Olímpicos, elecciones en Estados Unidos y el futuro de la humanidad

El eje central de debate y elección de quien gobierna va dejando de ser el histórico, representado por planteos de izquierda o derecha, emergiendo en su reemplazo uno que contrapone visiones cosmopolitas o internacionalistas con otras que denominan como etnonacionalistas

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La Francia centrista de Macron o EEUU bajo el liderazgo demócrata dan cuenta de esas mayorías legítimas que se van disipando a la luz de complicaciones económicas (Foto: Loic Venance/Pool vía Reuters)
La Francia centrista de Macron o EEUU bajo el liderazgo demócrata dan cuenta de esas mayorías legítimas que se van disipando a la luz de complicaciones económicas (Foto: Loic Venance/Pool vía Reuters)

Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, autores de “Cómo Mueren las Democracias” y “La Dictadura de la Minoría”, ponen claridad en un fenómeno mundial actual: el sistema que hemos sabido construir y evolucionar para vivir en comunidad, tolerar la diversidad y hacer posible el Gobierno en representación del pueblo corre creciente peligro de subsistencia ante el embate de múltiples factores que lo debilitan y desnaturalizan, incluso y, quizás especialmente, en una de sus principales moradas, como es Estados Unidos.

En ese marco, uno de los principales fenómenos que los expertos registran en la dinámica de las democracias en distintos países es que el eje central de debate y elección de quien gobierna va dejando de ser el histórico, representado por planteos de izquierda o derecha, emergiendo en su reemplazo uno que contrapone visiones cosmopolitas o internacionalistas con otras que denominan como etnonacionalistas.

El diagnóstico es quirúrgico: para dichos autores, la visión cosmopolita suele estar representada por personas urbanas, con posturas seculares, más propensas a viajar o tener conexiones internacionales y tolerantes con la diversidad. Mientras que la etnonacionalista se compone de personas y grupos que representan valores y prácticas opuestas, más vinculadas a tradiciones, actividades económicas con arraigo local, creencias religiosas ortodoxas y defensores de algún tipo de moral personal considerada correcta.

El cosmopolitismo suele generar coaliciones mayoritarias en las principales democracias del mundo, al menos por el momento. Pero suelen ser muy heterogéneas y fáciles de fragmentar cuando la situación socio económica aprieta en los bolsillos de la gente. La Francia centrista de Macron o EEUU bajo el liderazgo demócrata de Obama y Biden dan cuenta de esas mayorías legítimas que se van disipando a la luz de complicaciones económicas y sobre todo ante el predominio de expectativas negativas hacia el futuro inmediato. Mientras que las fuerzas etnonacionalistas suelen ser más homogéneas y disciplinadas para encumbrar, votar y sostener a líderes que, en general, representan la defensa de aquellos valores e intereses considerados “propios”, siempre en tensión con la interdependencia global.

La rara mutación del Partido Republicano de Estados Unidos bajo el liderazgo de Trump, la Francia que intenta potenciar la optimizada estructura de Marie Le Pen y el experimento húngaro de Viktor Orbán, son registros claros de esas minorías que se hacen fuertes ante la fragmentación del resto, simplificando temas complejos, proponiendo el bisturí para cortar con lo que duele a las personas en sociedades cansadas por los vaivenes de la globalización.

De esta manera, la larga y sostenida confrontación entre ideas de derecha e izquierda se ve cada vez más superada por este contraste entre quienes defienden países o regiones más conectadas globalmente, abiertas a los flujos de comercio e intercambio y que aceptan de buen modo la diversidad humana en todas sus expresiones como aquello más distintivo de nuestra esencia, por un lado, y quienes promueven límites o restricciones a la matriz de intercambios entre países, se aferran con más celo a tradiciones culturales y entienden que hay determinados modelos del buen vivir que deben primar sobre otros. En estas situaciones de quiebre es donde se configuran las grietas actuales.

El espacio que van cediendo visiones de izquierda y derecha que hace décadas se moderan hacia el centro es progresivamente ocupado por estas renovadas ideas vinculadas al internacionalismo y al nacionalismo. La izquierda, en sus distintas expresiones, se acerca en mayor o menor medida al centro reconociendo el valor de la innovación y la creación de valor privado, aceptando la necesidad de gobiernos más inteligentes, menos tentaculares y moderando las aspiraciones de equidad social tan caras al sentir de sus partidarios. La derecha, por su parte, se acerca al centro cuando acepta los límites del mercado y la consecuente necesidad de Estados inteligentes y emprendedores, cuando valora las políticas públicas de precisión basadas en evidencias y pone en justa medida la diversidad y aleatoriedad de la vida humana, a veces reñidas con el mérito individual y los modelos perfectos.

Párrafo especial para el caso argentino bajo el experimento libertario actual. Si bien en su matriz política y cultural encaja bastante bien en el polo de visiones etnonacionalistas, en materia económica y comercial adscribe al modelo internacionalista, más afín a la tradición liberal, como por ejemplo también lo hacía el Partido Republicano de EEUU antes de que el fenómeno Trump lo llevara hacia ideas proteccionistas y adversas a la coordinación y activación del comercio y las vinculaciones internacionales. Es decir, a todas luces el movimiento libertario del Presidente Milei es una rareza en este juego de polos compactos que se van conformando en las democracias, lo cual no sorprende si consideramos la particular secuencia ideológica que ha transitado la Argentina en los últimos 30 años.

Volviendo a nuestro análisis global, son muchas las escenas de nuestro tiempo donde parece prevalecer la dinámica de confrontación de ideas y modelos políticos que explican Levitsky y Ziblatt. Dos de ellas merecen, a nuestro criterio, especial mención en estos días. Por un lado, el acontecimiento deportivo legendario y más relevante de la civilización, como son los Juegos Olímpicos, en esta edición 2024 en la siempre deslumbrante París. Y por otro, el proceso electoral que transita la democracia estadounidense en medio de una enorme polarización y el impacto adicional reciente a raíz del atentado fallido contra el Candidato Donald Trump y la renuncia a la candidatura del actual Presidente, Joe Biden. El impacto y desenlace de este tipo de acontecimientos influyen fuertemente en la evolución (¿o involución?) de los modelos de convivencia, intercambio y gobierno en el mundo. Y, en consecuencia, tendrán su impacto en un tema de creciente preocupación en nuestros días, como es el futuro de la humanidad.

¿Por qué el futuro de la humanidad, es decir de nuestra especie, es un tema de creciente especulación y temor en nuestro tiempo? Múltiples son las razones que amenazan la continuidad de este proyecto colectivo exitoso que ha sido la civilización humana hasta el presente inicio del Siglo XXI. Deterioro sostenido del planeta Tierra, crecientes desigualdades económicas, pandemias de soledad e infelicidad que crecen por el mundo, decrecimiento de las tasas de natalidad, avance frenético de la inteligencia artificial con muchas dudas acerca de la capacidad de gestión humana del proceso, renovada presencia de conflictos armados a gran escala, etc. Pero, por sobre todas las cosas y sobrevolando en todas ellas, las dudas que crecen acerca de la inteligencia colectiva que logremos practicar para resolver los temas que nos apremian y renovar este camino de coordinación global con conflictos decrecientes que la humanidad fue logrando luego de siglos de guerras, invasiones e injusticias.

La civilización parece toparse hoy con un enorme punto de inflexión en este camino. O se imponen las fuerzas de la división, los intereses geopolíticos exacerbados y el nacionalismo desconfiado, que crean diques y llevan la Humanidad al precipicio; o se imponen las fuerzas de la conciliación, las agendas en común donde todos ceden y la vocación cosmopolita por sobre cualquier confinamiento nacional, que crean puentes y recrean las esperanzas de poder resolver juntos los males que nos aquejan.

Es en esta gran encrucijada que nos convoca donde los Juegos Olímpicos y las elecciones en Estados Unidos emergen como acontecimientos de impacto simbólico y real para el futuro de la humanidad. ¿Puede una Francia asediada por conflictos internos y una polarización política creciente organizar un evento de esta magnitud sin sobresaltos y convertirlo en un ícono de la defensa de la diversidad, la fraternidad y la camaradería entre naciones y culturas de todo el planeta? Siempre es una ocasión para celebrar lo mejor de nuestra especie llegar a una nueva edición olímpica. Desde 1896 y con antecedentes en la Grecia antigua, este espacio de competencia deportiva bajo códigos de lealtad y fraternidad, alimenta nuestra mejor naturaleza, promueve el encuentro y la convivencia en la diversidad.

La ceremonia inaugural de París 2024, aún bajo el riesgo de herir las susceptibilidades que la provocación artística conlleva, ha sido un mensaje deslumbrante en esta línea. Necesitamos desesperadamente nuevas narrativas que nos permitan renovar la apuesta de convivir en la diversidad, volver a confiar en proyectos colectivos que trasciendan -sin afectar- las libertades individuales y las culturas nacionales, construir nuevas síntesis que nos contengan a todos y nos cubran de templanza para afrontar problemas colectivos que no serán resueltos con atajos nacionalistas o violentos. Desde ese punto de vista, la innovadora puesta en escena en el Río Sena puede haber generado algunos enojos transitorios, pero en el fondo es un testimonio de qué solo construyendo en la diversidad y complejidad de la especie humana, las sociedades y las naciones, tendremos futuro. Ni conservadurismo restaurador ni ideología de género. Encuentro en la diversidad es la consigna.

En esta línea de impactos globales, nada será más potente que el desenlace de las elecciones en Estados Unidos. Nuestro planeta puede involucionar hacia un campo cada vez más minado, una caldera en proceso de estallar que frene los circuitos de innovación y concertación, libere a las bandas del mal para desplegar sus tropelías y tolere en un peligroso juego las andanzas de dictadores de cualquier tipo y color alrededor del mundo; o puede seguir intentando construir hojas de ruta en común, aún bajo la inevitable dinámica de marchas y contramarchas, influyendo positivamente para la extensión de derechos y libertades individuales en todas las culturas y buscando acordar nuevas fórmulas que hagan más justa y sustentable la globalización.

La carrera por hacer del mundo un espacio favorable al encuentro cosmopolita, el intercambio comercial para el progreso y la resolución concertada de problemas y conflictos no pueden venir bajo el liderazgo de un líder como Trump, menos aún en esta versión hambrienta de voracidad y venganza con la que pretende llegar nuevamente a la presidencia. Si EEUU, con todos sus defectos y errores, renuncia a ser una idea de libertad y apertura global, para ser sólo una patria en pugna con otras, la civilización estará severamente comprometida.

Nada es perfecto en esta tierra de humanos. Las soluciones son siempre subóptimas. Los modelos nunca pueden liberarse de la aleatoriedad de la vida. No hay designios divinos que nos eviten el costo de construir en la diversidad. No habrá paz y prosperidad sostenibles sin un renovado esfuerzo de liderazgos sensatos que rechacen la tentación de cerrarse en sus fronteras a proteger su partecita del mundo. Será difícil construir un nuevo salto civilizatorio para nuestros hijos y nietos si los diques se imponen a los puentes. Los Juegos Olímpicos Paris 2024 y las elecciones en Estados Unidos de noviembre pueden ayudarnos en este difícil camino.

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