Los “Juegos Olímpicos de la Paridad” discriminan a las mujeres trans

Aunque el Comité Olímpico Internacional (COI) promueva los valores de la diversidad LGBTIQ+ y una reconocida artista drag haya portado la antorcha olímpica como parte de ese posicionamiento, poco queda de la presencia de atletas trans

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Laurel Hubbard, la atleta transgenero que hizo historia en los JJOO de  Tokio (foto Hannah Peters/Getty Images)
Laurel Hubbard, la atleta transgenero que hizo historia en los JJOO de Tokio (foto Hannah Peters/Getty Images)

Uno de los lemas que enorgullece a la sede francesa de los Juegos Olímpicos es la paridad numérica absoluta lograda por primera vez en la repartición de género: 5250 mujeres y 5250 varones medirán sus habilidades deportivas durante los 19 días que dura el encuentro. Así, París, en su tercera vez como ciudad anfitriona del evento deportivo más masivo del planeta, bautizó a este encuentro como “los Juegos de la Paridad”. Pero esta paridad es más binaria y excluyente que nunca. Aunque el Comité Olímpico Internacional (COI) promueva los valores de la diversidad LGBTIQ+ y una reconocida artista drag haya portado la antorcha olímpica como parte de ese posicionamiento, poco queda de la presencia de atletas trans que parecía auspiciosa tras el antecedente de los Juegos pasados.

Durante los Juegos de Tokio 2020+1 (dilatados un año por la pandemia de COVID-19), Laurel Hubbard se convirtió en la primera mujer trans visible en ser parte de un Juego Olímpico. Previo al día de su presentación, los discursos transfóbicos proliferaron, alertando sobre la aparente injusticia de que Hubbard midiera su fuerza con las rivales femeninas, mujeres cis (nacidas mujeres) que quedarían en desigualdad de condiciones. Pero los hechos desilusionaron a los conservadores: la neozelandesa no logró levantar el peso requerido y, lejos del podio y de robarse las medallas, no alcanzó siquiera un diploma olímpico, un reconocimiento que se entrega hasta el décimo lugar. La ganadora de la prueba fue la china Li Wenwen, una joven cisgénero de 21 años. Por un tiempo, la modesta participación de Hubbard pareció ahuyentar los fantasmas que sobrevuelan a las mujeres trans cada vez que se destacan en una prueba física. Ni más ni menos que en levantamiento de pesas, una prueba masculina por excelencia, que no estuvo permitida para las mujeres hasta los juegos de Sídney 2000 (sí, hasta hace solo 24 años), quedó demostrado que una competición entre mujeres trans y mujeres cis no supone necesariamente una injusticia ni un escándalo.

Lia Thomas (Foto: Brett Davis-USA TODAY Sports)
Lia Thomas (Foto: Brett Davis-USA TODAY Sports)

Pero la tranquilidad duró poco, y el foco de los discursos transexcluyentes se posó luego sobre la nadadora estadounidense Lia Thomas. La joven obtuvo varias victorias relevantes a nivel de la liga universitaria en su país y esto bastó para que se la sometiera a un escrutinio mediático, institucional y médico que la terminó dejando fuera del sueño olímpico. ¿Cómo se explica esto, si en Tokio vimos a una pesista trans participar como una mujer más, sin mayores problemas? ¿Qué cambió tanto en tres años? ¿O es acaso que las personas trans no molestan mientras no se cuelguen una medalla? A nivel reglamentario, la diferencia sustancial es que el COI dejó de regular la admisibilidad para la categoría femenina una vez que terminó el evento olímpico de 2021. A partir de París 2024, la federación de cada deporte debe definir qué entiende por una mujer admisible y quiénes quedan por fuera de esta categoría. Esto posibilitó que los organismos reguladores de cada deporte tomen decisiones dispares, y nos planta una escena donde los límites de la categoría “mujer” varían según la disciplina. Así, mientras que en gimnasia artística ni siquiera existe una regulación para delimitar los géneros, en halterofilia se ha dispuesto un límite de testosterona admitida tan bajo que la mismísima Laurel Hubbard quedó fuera de juego. Por su parte, la Federación Internacional de Natación, legitimada por las polémicas desatadas sobre Lia Thomas, definió que ninguna mujer trans que haya hecho su transición luego de la pubertad podrá competir en la rama femenina. Esto eliminó automáticamente a Thomas de la competencia y la dejó afuera de las clasificaciones que la podrían haber llevado a París. Lo mismo le ocurrió a Chelsea Wolf, ciclista de BMX que estuvo en Tokio como suplente y se ilusionaba con una nueva participación olímpica, pero tendrá que ver las pruebas por televisión, ya que la Federación Internacional de Ciclismo también decidió dejar afuera a todas las mujeres que hayan transicionado luego de la pubertad y esto, en la práctica, afecta a la inmensa mayoría de las mujeres trans.

Si bien desde un sentido común bienintencionado puede entenderse que la discriminación de atletas trans obedece a una política de juego limpio necesaria para el deporte, lo cierto es que no hay evidencia científica suficiente para demostrar que la testosterona o la transición de género post pubertad aporten ventajas físicas concretas para las personas trans. Los estudios tomados como fundamento por las federaciones suelen estar financiados y desarrollados por sus propios comités médicos, están fuertemente sesgados y han recibido críticas de especialistas desde las más diversas áreas. Hasta la Organización de las Naciones Unidas se pronunció en contra de estas políticas discriminatorias y alentó a buscar nuevas soluciones, respetuosas de los derechos humanos. Además, esa voluntad de preservar la supuesta fragilidad femenina no es coherente a la hora de condicionar la participación de varones trans. Por ejemplo, la Federación Internacional de Rugby prohibió de plano la participación de mujeres trans en la categoría femenina, pero permite sin ningún requisito la integración de varones trans en la categoría masculina. ¿Cómo podría ser justo esto, desde una mirada biologicista que entiende a los varones trans como personas nacidas mujeres con inferioridad física frente a los varones nacidos varones? ¿Por qué, en ese caso, no preocupan los riesgos del contacto físico? Todo parece indicar que las mujeres trans son el blanco predilecto de esta clase de políticas, quizás porque encarnan un mito ya antiguo del olimpismo, instalado en la Guerra Fría y cuya falsedad fue probada hasta el hartazgo: la historia del varón enmascarado como mujer para aprovecharse y obtener medallas fraudulentas a costa de su supuesta descomunal ventaja. Además, las mujeres trans también son el target preferido por los colectivos de mujeres autodenominadas “críticas del género”, que entienden al feminismo como un movimiento propiedad únicamente de las “hembras humanas”, y se oponen fervientemente a la integración de mujeres trans mientras alientan el miedo ante una supuesta conspiración para el “borrado de las mujeres”, escenario bastante lejano de la realidad, si observamos la igualdad numérica entre mujeres (cis) y varones en París 2024.

El debate no está saldado y cada año se produce nueva evidencia en favor y en contra de la testosterona como indicador de ventaja. A veces, las mujeres trans ganan, y otras veces quedan en último lugar. Mientras tanto, quitarle el derecho a participar a una comunidad tan repetidamente vulnerada como la trans no parece alinearse con el espíritu de diversidad y tolerancia que históricamente han pretendido expresar los cinco anillos olímpicos.

La autora es Doctoranda en Cs. Sociales y Humanas - CONICET-UNQ, Máster en Estudios de Género, Identidades y Ciudadanía - Univ. de Cádiz, Diplomada en Comunicación, Género y Derechos Humanos - Comunicar Igualdad y Lic. en Comunicación Social - UNQ

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