Las encuestas son claras. De acuerdo con mediciones independientes, Edmundo Gonzalez Urrutia, candidato opositor y representante de la Plataforma Unitaria Democrática, tiene una ventaja de 30 puntos sobre el actual presidente Nicolás Maduro. Esto significa que la oposición nunca estuvo tan cerca de derrotar al chavismo en Venezuela y estas elecciones pueden ser un punto de inflexión en la historia electoral del país. ¿Por qué?
En primer lugar, porque la estrategia de la oposición es completamente diferente a otras instancias electorales. Durante años, los partidos enfrentados al chavismo se encontraron en la encrucijada de participar en los comicios, pero bajo las reglas autoritarias y arbitrarias del oficialismo, o la abstención electoral, dejando a los opositores sin espacios políticos relevantes. Incluso, en 2018 el Tribunal Supremo de Venezuela excluyó a la principal coalición opositora, la Mesa de Unidad Democrática (MUD). Ahora, y bajo el ala de quien paradójicamente siempre tuvo una de las posiciones más inflexibles con respecto a negociar con el chavismo, María Corina Machado, la oposición aceptó participar y competir de forma unificada, aún con los riesgos que eso conlleva. En los últimos meses, el régimen de Maduro no solo inhabilitó a Machado, quien había ganado las primarias con el 90% de los votos, sino que tampoco permitió que Corina Yoris compitiera en las elecciones y los obligó a elegir a un candidato que no estaba en los planes. Ahora en 2024 la oposición no solo tiene un candidato de unidad sino que va primero, y por amplio margen, en las encuestas y cuyo apoyo, por primera vez, es transversal a todas las clases sociales.
Además, esta vez, encontramos un modelo político y económico absolutamente agotado. Con una hiper inflación interanual que llega al 200% (y que en estos años tuvo picos del 2800%) y con una caída del PBI del 80% en 10 años, Venezuela atraviesa una crisis profunda desde hace años que se traduce en el colapso de la industria petrolera, el desabastecimiento y la falta de productos esenciales. La pobreza alcanza al 90% de la población y la crisis humanitaria llevó a que más de 8 millones de venezolanos tuvieran que abandonar el país. De hecho, la ONU categorizó a la diáspora venezolana como “migración forzada”. El modelo del socialismo bolivariano se encuentra en semejante crisis que el Partido Comunista de Venezuela, histórico aliado de Hugo Chavez, decidió no apoyar a Nicolás Maduro en esta elección, lo que le permite a otros mandatarios como Lula Da Silva o Gustavo Petro marcar una prudente e inédita distancia del oficialismo venezolano.
Frente a este panorama social y político, la oposición supo desplegar una campaña inteligente. A diferencia de otros años en los que los principales rivales del oficialismo chavista tenían serias diferencias internas, esta vez María Corina Machado logró cohesionar aunque con algunas discrepancias, a prácticamente todo el arco opositor bajo la candidatura de Edmundo Gonzalez Urrutia. Pero además, la Plataforma Unitaria Democrática logró llegar a muchos venezolanos con un mensaje clave, contundente y emotivo: instaurar el cambio en Venezuela para que los que están en el exilio puedan volver al país y así, que las familias puedan reunificarse. Machado no solo armó una campaña, sino también un movimiento social de personas que se animaron a vencer el miedo.
Y esta búsqueda de cambio fue acompañada, en mayor medida que años anteriores, por la comunidad internacional ejerciendo una presión considerable sobre el gobierno venezolano para que garantice elecciones libres y justas. Sin embargo, lo que más llama la atención fue el involucramiento de actores internacionales históricamente afines al chavismo como el presidente Lula Da Silva, quien subrayó la necesidad de respetar una potencial derrota y declaró estar atemorizado por la amenaza de Maduro de que Venezuela se convierta, en palabras del presidente, “en un baño de sangre” si pierde. Frente a esto, el presidente bolivariano le respondió que “se tome una manzanilla”. Pero más allá de la chicana, esta elección muestra un alejamiento del chavismo de varios de sus aliados regionales.
Pero Maduro no solo se alejó de sus socios izquierdistas latinoamericanos, sino también el agotamiento del modelo marcó una distancia con respecto a otros actores internos que, en su momento, fueron claves en el sostenimiento del chavismo. Esto aplica principalmente a líderes sociales, jefes territoriales, muchos de ellos de los llamados CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción), trabajadores petroleros, jefes de movimientos sociales y ex jerarcas chavistas.
Por todos estos motivos, esta elección es distinta. Y los venezolanos lo saben. Según ORC Consultores, en junio el 69% de los encuestados se mostraba esperanzado y comparado con marzo, la esperanza aumentó 8 puntos porcentuales. En paralelo, la consultora Delphos dice que el 71,3% de los encuestados cree que el cambio es una verdadera necesidad en el país. Sin embargo, esto no significa que la esperanza sea el clima predominante en Venezuela ya que muchos otros, aún votando a la oposición, solo ven incertidumbre, ansiedad y hermetismo. Incluso, el mismo Edmundo Gonzalez no da muestras ni de euforia ni de victoria porque él lo sabe muy bien: en una autocracia como Venezuela, él puede perder aún ganando. Aún en caso de derrotar al chavismo por primera vez en 25 años, los escenarios que se abren a partir del domingo son miles. Maduro podría desconocer los resultados, acusar a la oposición de fraude, cumplir con su pronóstico de una guerra civil, darse a la fuga, hacer un autogolpe o negociar su amnistía como condición para iniciar una transición en paz.
Después de todo, el historial de fraude y maniobras irregulares del chavismo en las últimas décadas es bastante extenso. Frente a eso cabe preguntarnos, ¿podrá la ciudadanía, articulada bajo el liderazgo de la oposición, defender la victoria que las encuestas dicen que lograrán en las urnas?