Las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) han sido motivo de intenso debate en el ámbito del fútbol argentino. Y no solo del fútbol, sino de la sociedad en general. Este modelo de gestión y administración, ampliamente utilizado en otros países, permite la participación de capital privado en los clubes deportivos. Sin embargo, en Argentina, la estructura tradicional de los clubes como asociaciones civiles sin fines de lucro ha prevalecido. ¿Pero realmente deberíamos temer a las SAD? ¿A qué le tenemos tanto miedo?
Las SAD no son obligatorias en el nuevo proyecto. Esto significa que cada club tiene la opción de elegir su estructura organizativa. El soberano sigue siendo el socio, y, a través de su voto, decide el rumbo del club. Entonces, ¿por qué clubes que están en crisis financiera o sumidos en la corrupción no pueden optar por un nuevo sistema?
Resulta rara la aversión a las SAD, ya que en muchos lugares del mundo existen sistemas mixtos en los que se respeta la voluntad de los socios y se pueden mejorar las actividades sociales del club, no solo las deportivas. Por ejemplo, se puede exigir la construcción de nuevos polideportivos o la mejora de las instalaciones sociales. Este enfoque no solo respeta las actividades ajenas al fútbol, sino que también puede potenciarlas. No ha habido caso de ningún club que haya perdido hinchas por cambiar de dueño.
El ejemplo del Manchester City es ilustrativo: ha sumado cientos de miles de hinchas en todo el mundo y no ha perdido ninguno bajo el modelo SAD. Por el contrario, su nueva constitución les ha permitido desarrollar mejores instalaciones, potenciar sus divisiones juveniles y dar inmensas alegrías a sus seguidores. Repito, el proyecto no obliga a nadie a ser SAD. Clubes como el Real Madrid o el Barcelona no lo son, y quizás, muy probablemente, River Plate o Boca Juniors no lo vayan a ser tampoco. Pero para aquellos equipos que lo necesiten, ¿por qué privarlos del derecho a elegir su conformación?
En el estatuto de la AFA se presume la prohibición de que una SAD participe en el torneo local. ¿Acaso esto no contradice la ley del deporte? ¿No es discriminatorio? Y desde un análisis más fino, ¿realmente están prohibidas? La necesidad de que los clubes sean asociaciones civiles sin fines de lucro se desprende de varios apartados del Estatuto de la AFA. Sin embargo, no existe una prohibición expresa para que una sociedad anónima sea miembro de la AFA, aunque se interpreta generalmente que es necesario ser una asociación civil para ser miembro. De este modo, la transformación de un club en una SAD podría enfrentarse a sanciones por parte de la AFA, como la suspensión o expulsión. Pero, ¿por qué no abrir el debate y considerar una reforma estatutaria que permita esta posibilidad, siempre y cuando los socios así lo decidan?
Transformar una asociación civil en una sociedad anónima no está prohibido expresamente en nuestro ordenamiento jurídico. Por ejemplo, la Inspección General de Justicia de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires admite esta transformación. Aunque no esté regulada expresamente en el Código Civil y Comercial, es admisible según el artículo 162 y el artículo 186 del mismo código. Además, aunque algunos estatutos prohíban el cambio de figura jurídica, esto puede modificarse si los socios lo desean.
Es harto evidente que la liga argentina no refleja ni de cerca el talento de nuestros jugadores, técnicos y juveniles. En simples palabras, no refleja ser el semillero del campeón del mundo (cuyos jugadores de la selección nacional, paradójicamente, juegan en su gran mayoría en clubes que son SAD). Entonces, ¿a qué le tenemos tanto miedo? ¿No deberíamos permitir que los clubes que lo necesiten tengan la opción de elegir un sistema que podría ofrecerles una salida a sus problemas económicos y administrativos?
Una voz autorizada que recientemente se manifestó a favor de las SAD fue nada menos que el “Kun” Agüero, quien como ex futbolista ha vivido tanto la experiencia de asociación civil en Argentina como el de la SAD, tanto en España como en Inglaterra. Sería bueno, antes de despreciar la iniciativa, que por lo menos se escuchen los testimonios de aquellos que han vivido de primera mano ambas modalidades.
Y que no se malentienda, esto no sugiere contraponer asociación civil vs SAD, sino plantear un formato en donde coexistan ambas estructuras. No creo que sea válido recaer en un sesgado contraste entre los éxitos deportivos de un modelo y el otro, éxitos que en definitiva serán correspondidos a la capacidad profesional de quienes gestiones un determinado equipo, sea como asociación o como SAD.
Lo que es imperioso entender es que esta disyuntiva sin sentido solo tiene lugar en nuestro país. A nadie en España se le ocurriría decir que los logros deportivos del Real Madrid son fruto de su constitución jurídica, como tampoco a nadie se le ocurriría decir lo mismo en Francia con el PSG. Tampoco ha de sorprender que el dilema surja en nuestra tierra, puesto que Argentina tiene -quizás con cierta justificación- aversión a toda noción de empresa o empresario, cuyo genérico no casualmente devino en un término más despectivo, como el de empresariado. Aunque ese análisis resulta harina de otro costal a los fines de este artículo, posiblemente ahí también resida el sustento que fundamenta tanta animosidad contras las SAD. La síntesis más elocuente que se me ocurre sería la de decir que, en conciencia de la argentinidad, si el fruto bendito de nuestra sociedad es el fútbol, nosotros no podemos permitirnos sumirlo en el pecaminoso sendero del empresariado.
Claro que las arenas del debate están viciadas con un sinfín de prejuicios y, posiblemente, como sugiriera el propio “Kun”, con otro gran puñado de intereses que se verían afectados. Después de todo, quien ha marcado la suspicacia con plena claridad, fue el ex director del programa Fútbol Para Todos, Fernando Marín: “Cuando uno dice SAD sí o SAD no, ¿quién lo decide? ¿El gobierno, la AFA, la federación de cada país? Este es el quid verdaderamente. Los que tienen que definir y decidir si un club puede aceptar ser sociedad comercial son los propios socios convocados en una asamblea, no la AFA”.
En un contexto en el que la mayoría de la sociedad optó por un gobierno que nos abre el juego a ser artífices de nuestro propio destino, es momento también entonces de hacerlo extensible al deporte, de permitirnos considerar todas las posibilidades y de recordar que, en última instancia, el poder reside en los socios. Dejar que los clubes elijan su destino es una forma de democratizar y modernizar nuestro fútbol, respetando siempre la esencia y la pasión que lo hacen único.