Entender la época

Por fuera de los contenidos de entretenimiento que ofrece el universo streaming, hay distintas iniciativas que revitalizan el espíritu de debate al que nos acostumbramos únicamente en los medios tradicionales

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Los formatos de streaming se caracterizan por un estilo menos rígido y, esencialmente, con menos editorialización
Los formatos de streaming se caracterizan por un estilo menos rígido y, esencialmente, con menos editorialización

A veces resulta difícil abordar el proceso de cambio complejo que nos toca atravesar en la actualidad. No sólo por la disrupción política que produjo el triunfo de un outsider, sino por intentar entender las múltiples reacciones que generó esta novedad. En estos pocos meses, lentamente se construyó un consenso que definió a este cambio como un proceso de quiebre, que es bastante obvio en su dimensión electoral, pero que no se reduce a la reconfiguración de la competencia política sino a cómo es posible interpretar y dialogar con las agendas y entornos que se encuentran afuera de un sistema que quedó expuesto como lo establishment. La división anterior es quizás el eje principal para intentar explicar una época que, por fuera de lo coyuntural, está expresando cambios, y uno de ellos es una modalidad de conversación política más desprejuiciada y constructiva que lideran los formatos de streaming y los jóvenes.

Por fuera de los contenidos de entretenimiento que ofrece el universo streaming, hay distintas iniciativas que revitalizan el espíritu de debate al que nos acostumbramos únicamente en los medios tradicionales. Su particularidad, principalmente, es que los nuevos espacios que ofrecen discusión sobre la coyuntura política son conducidos mayoritariamente por y para audiencias jóvenes. La dinámica segmentada de nichos no sólo nos permite ver muchas expresiones políticas o culturales que antes quedaban invisibilizadas, sino como muchas de ellas comienzan a dialogar entre sí, produciendo un quiebre con respecto a cómo previamente se estructuraba el debate público en un contexto de altísima polarización política.

En la actualidad, los formatos de streaming se caracterizan por un estilo menos rígido y, esencialmente, con menos editorialización. De hecho, se intenta deliberadamente evitar esa lógica más vertical en la que la audiencia tenía un rol más pasivo porque se prioriza construir una identidad de pequeña comunidad desde una participación mucho más activa y orgánica de las audiencias. Por otro lado, el formato streaming tendió a reemplazar la entrevista convencional por una conversación en la que, si bien existen roles y se espera generar un determinado contenido, el valor consiste en generar un intercambio con la mayor genuinidad posible, en el que las identidades y la simbología que tanto distanciaron y caracterizaron la polarización de la última década poco a poco quedan marginadas. Quienes protagonizan estas interacciones hacen sencillo lo que durante años se vio imposible: que los extremos puedan sentarse a discutir como si no hubiese una cámara en frente. Logran que quien votó a Milei pueda dialogar entre risas y respeto con quien votó a CFK, generando un aporte al debate.

Aunque quizás deje una impresión romántica o voluntarista acerca del debate, es muy fácil argumentar que antes no sucedía y que recién luego de la disrupción que generó el triunfo de Milei fue posible plantear un punto de inflexión a la polarización de la discusión. Ese, sin duda, fue el disparador político, pero el marco que facilitó este cambio de mentalidad es principalmente el formato de conversación que proponen los streamings, inclusive previo al proceso electoral. La autonomía con respecto a la editoralización y polarización que los medios tradicionales reproducían de la propia dirigencia se vio reflejada en la creación de contenidos originales y en una mayor independencia para proponer crossovers que quebraron la dinámica a la que acostumbrábamos. De esta manera, se comenzó a dar entidad a nuevos sistemas de formadores de opinión que lograron conectar y reflejar mejor el lenguaje de las nuevas generaciones y, especialmente, lo que estaba sucediendo en los entornos digitales.

Para comprender este cambio es muy importante señalar la necesidad que surgió de entender el “por qué” luego del desconcierto que produjo el triunfo de un outsider, y cómo este resultado indujo a que muchas personas tengan interés para dialogar con lo que, parece, la época cristalizó: un punto de partida difícil para una mayoría social que no discrimina por etiqueta partidaria o ideológica.

Asimilar esta situación inevitablemente está generando una actitud más constructiva, mas no indulgente, con los entornos que apoyan el proceso político del gobierno nacional (que es más propio de la coyuntura), pero principalmente indujo a que algunos grupos que antes fueron dominantes comiencen a reflexionar acerca del distanciamiento que muchas consignas y posiciones que planteaban tenían con respecto a lo que efectivamente la mayoría veía o atravesaba.

Hoy en día el principal logro que podemos destacar en materia de debate público es que personas jóvenes con experiencias y aspiraciones de vida similares, pero diferenciados en su posicionamiento político, se sientan a conversar sobre cómo ven la actualidad y el futuro del país, con el interés de entenderse. Un jóven “progre” y un “seguidor de Milei” comparten mucho más de lo que las apariencias sugieren y en estos espacios queda reflejado.

El riesgo de minimizar estás nuevas modalidad de conversación es grande, principalmente por la posibilidad de quedarse aislado de lo que está sucediendo, especialmente para la dirigencia. De repente, existe la posibilidad de acercarse a espacios y personas con las que previamente resultaba hostil hacerlo, porque existe la necesidad de conectarse con una realidad que no se pudo interpretar.

Ignorarlo es incluso más riesgoso, porque estos entornos jóvenes están prescindiendo de la lógica institucional (la representación) para intentar dialogar entre sí, y por el contrario se reúnen por el sencillo deseo de escucharse sin tantas barreras. Es, ni más ni menos, una conversación, aunque su potencial sea enorme.

Finalmente, quizás la virtud de esta época es precisamente lo que todavía desconcierta y debemos seguir comprendiendo: asimilar que por fuera del sistema había un universo por descubrir. Y, nuevamente, no debería limitarse a la dimensión política-electoral, sino a un fenómeno socio-cultural en el que muchos entornos (algunos ni siquiera politizados) se abrieron para crear su propio espacio. Estamos en el proceso de entender las reacciones a ese fenómeno. Hoy no hay duda de que existen alternativas al establishment cada vez más consolidadas, y que además crecen porque las generaciones jóvenes son su principal audiencia.

Con perspectiva hacia el futuro, todavía no podemos predecir cómo evolucionarán estos espacios de diálogo más transversales en términos de representación, es decir, si estos cambios que se impulsan “desde abajo” podrán reflejarse en un debate más amplio, pero mientras tanto nos ayudan a ver e interpretar uno de los tantos quiebres que la época cristalizó, además de sugerirnos que hay agendas y relatos que ya no interpelan a la juventud y, por ende, no se corresponden con los tiempos que atravesamos.

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