Pensar una Estrategia Nacional de Defensa

La relación cívico militar ha experimentado altibajos. Las expresiones de adhesión durante los desfiles del 9 de Julio marcan un punto de inflexión y ofrecen una oportunidad para reflexionar

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Desfile militar por el Día de la Independencia (Candela Teicheira)
Desfile militar por el Día de la Independencia (Candela Teicheira)

Tarde o temprano, de un modo u otro, la sociedad impone o induce la agenda de un país. El clima patriótico vivido el pasado 9 de julio se caracterizó por un notable acercamiento de la ciudadanía a sus Fuerzas Armadas. A lo largo y ancho del territorio nacional, las expresiones de afecto y adhesión fueron altamente visibles. Este estado de ánimo crea un contexto propicio para abrir espacios de diálogo y acción, sentando las bases para una Estrategia Nacional de Defensa.

K. Booth, el celebrado autor de Las Armadas y la Política Exterior, sostiene que “de cualquier modo que se conciba la opinión pública, siempre es importante en la formulación de la política de defensa”. Esta frase cobra vida en el contexto de la evolución de la relación entre la ciudadanía y las fuerzas armadas, especialmente en nuestro país en tiempos recientes.

En efecto y a modo de ejemplo, la compra de las aeronaves de combate F-16, lejos de generar cuestionamientos, suscitaron expresiones de adhesión en los medios y en las redes sociales en general. Se trata de una evidencia incontrastable de una tendencia que se viene afirmando en los últimos años.

Cuando los medios destacan en sus titulares, sobre la presencia de pesqueros de terceras banderas en la milla 201, se disparan apasionadas opiniones en sectores de la sociedad cada vez más amplios, que se ciernen en un pensamiento, la necesidad de abordar integralmente la protección de nuestros recursos naturales, en ese complejo escenario que es el mar.

Argentina compró aviones F16 en Dinamarca
Argentina compró aviones F16 en Dinamarca

En consonancia con ello, con una mirada más aguda, cada vez más especialistas en el tema plantean posturas objetivas sobre la importancia de una presencia más exhaustiva en nuestras aguas jurisdiccionales y zonas de interés y que no se limita exclusivamente al control de los recursos, sino saber lo que está sucediendo.

Las variaciones en la conciencia pública sobre temas de defensa y las decisiones en esta materia adquieren una dinámica de influencia mutua. Para Booth, “los esfuerzos de los gobiernos son tanto limitados como apoyados por la opinión pública. Además, los gobiernos deben influir en la opinión pública orientándola hacia lo que creen es el rumbo de acción correcto”.

En estos tiempos, se revela que la defensa, en su sentido cabal, viene progresivamente ganando peso en la percepción social, posiblemente debido a una mirada más informada y responsable. Esto abre un espacio para construir consensos cada vez menos sujetos a los vaivenes políticos y más enfocados en los desafíos de la defensa a largo plazo.

Argentina fortalece su madurez política y propende hacia un camino de superación institucional que adhieren los diferentes sectores de la sociedad. Concebir una Estratégica Nacional de Defensa de mediano y largo plazo país es una asignatura tan necesaria como postergada. Su concepción, como política de Estado, si bien es un desafío, fortalecería este camino que muchos consideraran necesario y que tiene como propósito ulterior el bienestar para nuestras sucesiones.

Los escenarios globales son cada vez más complejos, cambiantes e inciertos. El orden internacional basado en el multilateralismo se debilita día a día. Cada vez más el realismo de los juegos de poder genera más tensiones, crisis y conflictos. Las ramificaciones de esas dinámicas eventualmente afectarán los intereses vitales de la nación. Una Estrategia Nacional de Defensa genera capacidades que no se hacen de la noche a la mañana. Construirlas lleva tiempo, por eso no hay que demorarse.

La arquitectura de las cuestiones de la defensa de un país es compleja, responde a muchas variables y, más allá de las buenas intenciones, no se resuelve con ideas, criterios, prioridades o líneas de acción cambiantes de una administración a la otra. La Directiva de Defensa Nacional (DPDN), si bien es una herramienta apropiada para orientar los esfuerzos vinculados a la defensa en un período presidencial, evidencia limitaciones desde una mirada de mediano y largo plazo. Este recurso normativo no alcanza.

Para que una concepción estratégica sea sólida, debe pensarse hoy para que estar presente en el mañana. Sus conceptos rectores deben trascender al corto plazo. La mayoría de los proyectos relevantes no se resuelven en un período presidencial, requieren de plazos que exceden los ciclos electorales, en particular aquellos que demandan procesos de adquisición de medios de gran escala financiera y logística o bien de maduración tecnológica e industrial. Consecuentemente, cuando el pensamiento estratégico domina la acción, el beneficio político de “cortar cintas” debería pasar a un segundo plano, quienes están en las conducciones de las FFFA, saben perfectamente de ello.

En el lenguaje de los marinos, una derrota es una ruta en el mar. Planificarla implica analizar muchas variables para encontrar la óptima entre la ruta segura y la económica. Cuanto más larga es la travesía, más complejo es el estudio y en las mayorías de las oportunidades, el trabajo en equipo es la única solución para elegir el mejor camino. En el mismo sentido, concebir y consensuar una Estrategia Nacional de Defensa implica la participación de un amplio espectro de agencias del Estado que no se limita a un ministerio o las fuerzas armadas. La identificación de metas, desafíos y oportunidades, como así también el nivel de ambición y la articulación de capacidades para la defensa requieren de una mirada y un aporte de muchas más jurisdicciones del estado nacional. El trabajo interagencial es la única forma de trabajo que puede producir resultados con integridad contextual y consistencia interna suficientes para perdurar en el tiempo.

La concepción y puesta en acción de una Estrategia Nacional de Defensa, de mediano y largo plazo, consensuada en todo el espectro político, transversal a todas las agencias del Estado vinculadas a los temas de defensa, es el punto de partida ineludible para lograr el efecto deseado y hacerlo del modo más económico posible. La escasez de los recursos es una constante en la ecuación de la defensa.

Distintos países recurren a esta lógica para el desarrollo de políticas de Estado en el campo de la defensa. El mejor ejemplo de ello es nuestro vecino y principal socio, la República Federativa del Brasil. Su Estrategia Nacional de Defensa (2008) establece metas consensuadas para los desafíos y oportunidades de la defensa y planes de largo plazo para la incorporación, desarrollo y fortalecimiento de capacidades. En ese marco, resulta paradigmático, y a modo de ejemplo, la creación de su Programa de Submarinos, en el cual se incluye la construcción de cuatro unidades de propulsión convencional y una nuclear. Su consecución, sin solución de continuidad en el tiempo, traspasando gobiernos de diferentes extractos políticos, hoy ha dado a luz dos submarinos convencionales ya operativos en la Marina del Brasil, un tercero reciente botado y el cuarto para llevarlo al mar a fines del 2024, y quizás lo más significativo: el inicio de corte de la chapa del casco resistente de la sección más sensible del futuro submarino nuclear.

El impacto de las políticas de Estado no se limita al desarrollo de capacidades. Al igual que un banco analiza la solidez de un cliente antes de otorgar un crédito, en el marco internacional al sellar una alianza estratégica, las contrapartes necesitan garantizar la continuidad de las posiciones en el largo plazo. La elección de un socio estratégico es una cuestión seria y de largo plazo que debe mantenerse exenta de los vaivenes de la política doméstica. Una Estrategia Nacional de Defensa, consensuada políticamente, es como un documento de identidad en el concierto de las naciones serias. Sin ella, un Estado es poco confiable.

Si bien la tarea es intrínsecamente compleja, existen hoy condiciones particulares para comenzar a sembrar esa Estrategia Nacional de Defensa para nuestro país. Sin grandes declamaciones, resulta necesario colocarse en el punto de partida para comenzar a navegar la derrota, con genuino interés cívico, con generosidad para las generaciones venideras, con una mirada integral en el abordaje y con particular intervención de todas las partes.

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