En el mundo antiguo, los mitos tenían una función pedagógica y cultural. Servían para dar un sentido a las realidades más profundas del hombre y ofrecer un estilo de vida. No eran una leyenda o una fábula, sino historias que intentaban dar significado a la existencia, a la vez que expresaban la sabiduría de los pueblos. Lo central no era precisión histórica o científica, sino el sentido existencial que permanecía vivo dentro de la historia. Pongamos un ejemplo: tal vez nos parecería irrisorio si nos dijeran que Apolo, cada mañana, recorre los cielos con un carro de fuego tirado por briosos caballos. Pero no sería tan loco pensar que hay un ser superior que garantiza de un modo u otro que el sol salga cada mañana. O al menos, no resulta ninguna locura tener la certeza de que el amanecer, y muchas cosas más, no dependen de nosotros. Aquí se juega el sentido profundo del mito de Apolo.
La sabiduría de los pueblos se expresa en historias o imágenes que explican el sentido de algo sin cerrar su significado. No estamos frente a un concepto o una definición. Las imágenes dinámicas de las historias nos sugieren vías de interpretación que van a lo profundo de las cosas. Cuando a Jesús le preguntan “¿Quién es mi prójimo?”, Él no da una definición conceptual, sino que entrega una historia, la parábola del buen samaritano. Lo mismo hace para explicar la misericordia de Dios, con la parábola del hijo pródigo. ¿Existió de verdad el hijo pródigo? ¿Y el buen samaritano? ¿Quiénes eran? Eso no es lo principal: lo principal nos asalta y nos desborda al comprobar que, de una u otra manera, el hijo pródigo y el buen samaritano somos todos, según cómo obremos respecto de estas enseñanzas evangélicas. Descubrimos que en esta o aquella historia está, o podría estar, nuestra historia.
Todavía resuena en el corazón aquella voz del relator: “Es el penal soñado por cualquier pibe que arrancó a jugar en los baldíos, en el barrio, en la calle, en la vereda, en el pueblo, en la plaza. Y ese es Montiel. SOMOS TODOS MONTIEL…”. ¿Es sólo retórica? Tal vez haya algo más.
Narrar lo que somos, ser lo que narramos
Muchas veces, las historias que custodian la sabiduría de los pueblos parten de experiencias reales, que se entremezclan con elementos artísticos y de ficción. Estos, lejos de convertirlas en mentiras, iluminan lo más profundo de esas verdades históricas, destacando el sentido más importante de esas narraciones.
Elaboradas con una intencionalidad y una técnica eminentemente artísticas, estas historias se convierten en símbolos dinámicos que profundizan la identidad de los pueblos. En la medida en que estas historias se asumen como propias, recuerdan un pasado, explican un presente y señalan un destino. En estas historias nos entendemos y nos inspiramos para avanzar. Tal ha sido el caso de la Eneida de Virgilio para los antiguos romanos, o de la Ilíada para la Grecia antigua.
El influjo de las historias en las identidades culturales es tan grande que, en repetidas oportunidades, los grandes escritores nos introducen en el sentir más profundo de los pueblos. Así, Víctor Hugo nos hace ver y pisar el territorio francés sin movernos del sillón. William Shakespeare nos hace respirar el aroma más intenso del espíritu inglés, a la vez que Arthur Conan Doyle nos lleva de la mano como un niño bajo la llovizna por la calle Baker. El Dante nos invita a descubrir infiernos y paraísos en la pasión de los italianos; y Cervantes, galopando junto al Quijote contra molinos de viento, nos descubre el espíritu idealista de la España que forjó un imperio.
En Argentina existen varias historias y narrativas. Sin embargo, uno sólo es el poema nacional: el Martín Fierro. Escrito por José Hernández a finales del siglo XIX, no narra la historia de un gaucho, sino la historia del gaucho, y en él, la de un pueblo. Recién unos cuarenta años más tarde será revalorizado y asumido como símbolo de argentinidad. Los escritos y conferencias de Leopoldo Lugones, entre otros, contribuyeron enormemente para que esta historia fuera asumida conscientemente como narrativa de la sabiduría popular argentina.
Una nueva narrativa argentina
“Una vez por noche me iba pinchando la hormona de crecimiento. Iba cambiando de pierna. Primero una, después otra. No me impresionaba, al principio me la ponía mi mamá, mi papá. Cada noche. Hasta que aprendí y lo fui haciendo solo”. Había una vez un chico con dificultades de crecimiento... Este podría ser el comienzo de la historia mítica que nos ha dejado la selección argentina. O, como empieza la narración del film “Muchachos” en la familiar voz de Guillermo Francella, “había una vez un bebé zurdo...” O incluso, por qué no, “había una vez un taxista llamado José”, en alusión a Pekerman quien diera la fisonomía humana a un modo de juego en el fútbol argentino.
En 1949 Joseph Campbell, profesor y mitólogo estadounidense, presentó un criterio de análisis de las grandes historias épicas llamado “el viaje del héroe”. Se trata de un esquema narrativo que, con cierta flexibilidad, asumen los protagonistas de dichas historias. Llama la atención la cantidad de escritos que han intentado, con mayor y menor éxito, aplicar este esquema a la historia de Lionel Messi y de la selección de Scaloni.
Creemos que la historia de la “Scaloneta” podría incorporarse en la lista de las memorables narrativas nacionales. Todo el camino recorrido por esta selección, desde lo deportivo y existencial, es verdaderamente una obra de arte. Hay mucha tela para cortar en enseñanzas y ejemplos de cómo asumir un modo de vida. Muchas virtudes que laten detrás de un partido perdido, una conferencia de prensa, la foto de un brazo familiar, un penal errado, una lesión, un partido ganado sobre el final, la locura de un arquero genial, el llanto de niño desde el banco y el inclaudicable deseo de triunfar de todo un equipo. Y la lista podría seguir.
Es aquí donde palpita la posibilidad de que los títulos de la Scaloneta no se limiten a un hermoso recuerdo o conjunto de anécdotas sino que puedan convertirse en un símbolo de identidad nacional que tenga la capacidad de inspirar y movilizar a un pueblo entero. Pero también, por qué no, podría ser otra oportunidad perdida.
Incluso aquellos que no lo vivimos, identificamos aquel memorable relato: “Arranca por la derecha el genio del fútbol mundial…” Esta historia se vinculaba simbólicamente con la gesta de 1982, aunque la sistemática campaña de desmalvinización de los años posteriores abortó su potencial de transformación y sanación.
Para no perder una nueva oportunidad, será necesario no quedarnos en una mirada superficial, sino recordar los detalles e identificar los valores y virtudes que laten de fondo en las vivencias de los protagonistas. Tocará a los agentes de la cultura, estudiosos, comunicadores y artistas, el tremendo desafío de colaborar para darle profundidad a este acontecimiento nacional que produjo en el 2022, la manifestación popular más grande de la historia argentina. Nos tocará a todos, de generación en generación, seguir manteniendo viva esta epopeya futbolística que nos inspira y nos motiva para una nueva Argentina. Recordando aquellas palabras que pronunciara la voz de Ricardo Darín en una de las películas que narran parte de esta gesta deportiva: “Hubo un día en el que elegimos creer…” ¡Vamos, Argentina!