La Iglesia, el Estado, la calle y los pobres

Hace 25 años llegué a la Villa 21, donde constaté lo que había leído en el documento de Puebla: “La parroquia es el barrio”

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Lorenzo 'Toto' De Vedia, párroco de Caacupé en la Villa 21-24 (REUTERS/Agustin Marcarian)
Lorenzo 'Toto' De Vedia, párroco de Caacupé en la Villa 21-24 (REUTERS/Agustin Marcarian)

Hace casi 25 años llegué a la Villa 21 en Buenos Aires y compartimos con el Padre Pepe Di Paola y los vecinos una experiencia imborrable. Entre otras cosas, constatamos lo que habíamos leído durante el Seminario en el documento de Puebla: que “la Parroquia es el barrio”.

Ya veníamos viviendo esto cuando, en los primeros años de cura, en la Parroquia Santa Rosa, cerca de Congreso y de Once, íbamos a los colegios del Estado y a las casas tomadas como parte de nuestra misión.

Entre el año 2005 y el 2011 me tocó ir a la Parroquia Santa Elisa en el barrio de Barracas. Llevé en el corazón ese mismo modo de ser una Iglesia con presencia en los espacios públicos e incluso en algunos privados, más allá de lo estrictamente eclesiástico.

Agrandemos la carpa

En ese marco, iniciamos la Carpa Misionera en Plaza Constitución y una presencia sostenida de Iglesia en la Estación de trenes.

Me marcó la respuesta del entonces Cardenal Bergoglio cuando le consulté sobre la Carpa Misionera y me alentó diciendo “dale para adelante, Toto, hay que hacer quil…, porque la Iglesia no está para controlar nada, sino para ir adonde está la gente y acompañar...”.

Así surgió que la Misa contra la Trata de personas —que el año anterior se había iniciado desde la Parroquia de los Emigrantes— pasó a hacerse en la Plaza Constitución.

Jorge Bergoglio en una misa en Plaza Constitución. Año 2009
Jorge Bergoglio en una misa en Plaza Constitución. Año 2009

Fue creciendo el contacto con gente de la calle, con familias que incesantemente iban cambiando de hoteles, con cartoneros y tantas crudas realidades de la calle en esta zona de transbordo.

En el 2011 volví a la Villa 21 donde, ya iniciado el Hogar de Cristo, acompañando a quienes se les rompía la vida por la droga, profundizábamos esa Iglesia que sigue al Jesús de las multitudes que en el evangelio suele aparecer caminando por lugares públicos más que adentro de los templos.

Me alegró que desde Santa Elisa luego abrieron el Hogar de Cristo en la Plaza. Y seguíamos con la Misa anual contra la Trata. Había surgido y seguíamos celebrando la Misa cada aniversario —14 de junio de 1977— de la desaparición y muerte de Mauricio Silva, cura barrendero que se había jugado por sus hermanos de aquella época con menos conquistas sociales que ahora. Esta misa la fuimos celebrando alternativamente en la Plaza Constitución, en la Estación, en el Sindicato de Barrenderos y en la Parroquia Corazón de María frente a la Plaza.

La preparación de estas misas, la de la Trata y las de Mauricio Silva, se dan en un clima de Iglesia abierta con religiosas, comunidades cristianas y algunas organizaciones sociales, siempre procurando la presencia de algún obispo, haciendo clara la dimensión eclesial.

Luego de que Bergoglio se convirtiera en Francisco, el cardenal Mario Poli me designó Capellán del Movimiento de Trabajadores Excluidos. Más allá de este nombramiento específico, me siento parte de nuestra Iglesia que palpita con todo lo que le pasa a la gente, ampliando una visión que no se queda en la sacristía.

Lorenzo 'Toto' De Vedia, párroco de Caacupé, en la villa 21-24, en Buenos Aires (REUTERS/Agustin Marcarian)
Lorenzo 'Toto' De Vedia, párroco de Caacupé, en la villa 21-24, en Buenos Aires (REUTERS/Agustin Marcarian)

Para todos, todos, todos

Alegra cuando la sociedad se solidariza con los que pasan frío viviendo en la calle y duele cuando se los culpa de usurpadores de la vía pública.

Alegra cuando el Estado se hace presente para los caídos del sistema y duele cuando desde el Estado se dice que dar comida al que vive en la calle alimenta su comodidad de no salir de esa situación.

Alegra cuando el Estado y la sociedad en general promueven el cooperativismo para el reciclado y duele cuando se secuestran indiscriminadamente carros de cartoneros que no encuentran mejor empleo.

Alegra cuando se buscan herramientas para pasar de trabajos informales a empleos en blanco y duele cuando se expulsa de la calle al que busca ganarse el pan con el sudor de su frente.

En definitiva, agradezco a Dios por el sacerdocio que me regaló y pido que nunca perdamos sensibilidad ante el dolor y la injusticia.

Este humilde testimonio se puede amplificar junto al de tantos curas y comunidades de CABA, del Conurbano y de tantos lugares del país que recorren las calles y también convierten sus capillas y centros barriales en dormitorios, comedores, lugares para bañarse, hospitales y tantas cosas más, buscando también dialogar con el Estado y con otros actores sociales, evangelizando en los espacios públicos, conscientes de que es salvación dar de comer y alojar a quienes lo necesitan, así como transmitir la Buena Noticia desde los pobres a toda la humanidad.

[El autor es sacerdote católico de clero de Buenos Aires, párroco en Virgen de los Milagros de Caacupé en Barrio 21-24 (CABA), capellán del Movimiento de Trabajadores Excluidos y miembro del Equipo de Sacerdotes de Villas y Barrios Populares de la Argentina]

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