Para sorpresa de nadie, en un mundo donde crece la violencia, otro candidato y ex presidente norteamericano acaba de sufrir un atentado. Por nuestra parte, a punto de cumplir medio siglo sin violencias políticas personales casi padecimos la horrible consumación del repudiable ataque a otra ex presidente argentina.
Las expresiones de intolerancia no se limitan a los magnicidios. Cada vez más ciudadanos del común parecen recomenzar la liturgia de los agravios en reemplazo del diálogo. A principios de julio, una destacada atleta argentina, Constanza “Coty” Garrone, sorprendió al mundo limpiándose la mano con la que había estrechado la de Javier Milei en una ceremonia en que se le hacía entrega de la bandera olímpica de manos del presidente de su país. Recibió multitud de críticas y ningún aplauso relevante. Eso fue una buena noticia.
A su vez, ese mismo presidente venía de agraviar en persona a numerosos argentinos muy reconocidos y, para peor, a los presidentes de Brasil, Chile, Colombia y Bolivia, además de al de España, su esposa y, de paso, a Rodrigo Valdés, Director del Hemisferio Occidental del FMI, cuyas opiniones técnicas no le gustaron.
No bastando con ello, nuestro primer mandatario decidió convertirse en el primer presidente argentino en no acudir a la clásica reunión periódica de los presidentes del Mercosur, que se celebra invariablemente cada seis meses para investir a uno de ellos con la facultad de liderar ese organismo, de una importancia tal que no enfrenta comparación en toda América y solo con otras tres en todo el mundo.
Vanos intentos de disuadirlo por parte de prominentes nacionales y extranjeros no hicieron sino corroborar lo que ya configuraban trascendidos a voces: no le interesaba encontrarse con al menos dos presidentes de miembros del Mercosur a los que venía señalando públicamente como comunistas, delincuentes, corruptos y otras lindezas.
A mismo tiempo, viajaba a Brasil como simple particular para participar de un acto en honor de Bolsonaro, ignorando al presidente de ese país, como ya lo ha hecho dos veces con España y nada menos que cinco con Estados Unidos. Como colofón, en su discurso en Brasil habría presentado a Bolsonaro como un perseguido político y judicial.
Infortunadamente, la Cancillería argentina decidió, también por primera vez en la historia del Mercosur, no proponer el tradicional reclamo de todos sus miembros por la soberanía argentina en Malvinas. La explicación oficial fue que el encuentro de Mercosur era de contenido puramente económico y nuestro reclamo de soberanía corresponde a una dimensión política. Sin embargo, no pareció sorprenderse por la inclusión de una condena al reciente golpe de estado en Bolivia, tema obviamente político y no económico, que la delegación argentina respaldó sin objetar.
En términos de nuestra disputa de soberanía, tal ausencia no nos afecta jurídicamente, pero en diplomacia la forma hace al fondo y no parce una buena idea silenciarlo en ninguna oportunidad que se nos presenta, habida cuenta de que en el derecho internacional una derrota militar como la de 1982 no genera derechos para el vencedor, excepto que el país derrotado cesare definitivamente en sus reivindicaciones. Tal cosa seguramente no ocurrirá, pero esta ausencia de reclamo no aparece como un buen antecedente. Para peor, todas las fuentes internacionales de información consignan que en la reciente votación sobre Malvinas en las Naciones Unidas estuvimos a punto de no conseguir el consenso favorable que ha devenido habitual desde hace medio siglo y casi debió recurrirse a un llamado a votación, retroceso que se atribuye a un mensaje de disgusto de países americanos y orientales, que habitualmente nos apoyan, a causa de posiciones políticas del gobierno argentino en Medio Oriente y en nuestro propio continente. Ello, incluyendo un sorpresivo desplante para no brindar consenso en la OEA a un documento largamente negociado y que hasta ese momento estaba de acuerdo en respaldar la totalidad de los países americanos menos uno solo, el nuestro, de pronto autoexcluido y que, al no respaldar propuestas unánimes en favor, por ejemplo, del medio ambiente, pudieron ser leídas como terraplanismo explícito.
Finalmente, en la invariable fotografía de ambos presidentes simbolizando unidad y entendimiento, ante la ausencia de Milei, a la Argentina debió representarla nuestra canciller. Para balancear, se incluyó al canciller brasileño: Lula, Mondino y Mauro Vieira.
Más allá de su ideología, que muchos no compartimos, pareciera que con esa foto Lula, bien asesorado y con larga experiencia en el Estado, acabó propinándonos una lección de diplomacia: lo que más se nota en ella es lo que no aparece, el otro presidente, el nuestro. Reemplazado por un vacío. Deliberada o no, golpea como mirar una sonrisa a la que le falta un diente.
Infortunadamente, la proverbial sabiduría diplomática de Itamaraty no incluyó entre sus consejos que Lula y los demás mandatarios introdujeran el tradicional reclamo de la región por Malvinas aunque un presidente argentino decidiera no hacerlo, ratificando de todas maneras la permanente solidaridad con Argentina como testimonio de un histórico respaldo regional. Esas fueron malas noticias. Mucho peor, fueron innecesarias.
Encontrarse solo con amigos puede proveernos las mieses de una onda celebratoria, pero los encuentros personales son mucho más necesarios cuando hay discrepancias, cuando no necesariamente se ama personalmente al representante del otro país. Imposible no recordar la terminante frese e Churchill, dispuesto a aliarse hasta con Stalin, a quien también despreciaba por criminal, comunista y corrupto, si ello igual servía al interés nacional británico.
Los demagogos venden malos programas a favor de delirios mesiánicos, pero el de Milei es un caso completamente distinto: al momento de las elecciones, la sociedad argentina ya tenía en claro un rumbo económico, político y de relaciones exteriores y votó acertadamente al actual presidente como el más capacitado para pilotarlo. Obtuvo esa confianza sin recurrir a agravios personales y las encuestas informan que la mantiene sin necesidad de sobreactuaciones. Entusiasma el rumbo, pero preocupan los excesos.
Cuando Talleyrand le reprochó un grave accionar en su conducta como estadista, Napoleón -el más célebre ególatra del mundo- terminó recapacitando que, “peor que un error, eso fue innecesario”.
A los pocos días de su exabrupto, “Coty” Garrone lamentó públicamente lo que hizo. Y en su histórico discurso del 9 de Julio, Javier Milei pronunció estas palabras: “No miramos para atrás, no mantenemos rencores. Creemos que lo único que tiene que hacer la política es discutir ideas y llevar esas ideas a la realidad. No impugnar al adversario por cuestiones personales, perseguirlo por pensar distinto, ni vivir en una Inquisición permanente. Y creemos, sobre todo, que el desafío que enfrenta la Argentina hoy es demasiado grande y la promesa de un futuro mejor demasiado valiosa como para permitir que mezquindades o trifulcas del pasado nublen este camino.”
Esas son dos buenas noticias.