Causa AMIA: las preguntas que nadie hace

El autor de este artículo escribió el libro “La ley bajo los escombros”

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Una manifestación en reclamo de
Una manifestación en reclamo de justicia por las víctimas de la AMIA

La causa AMIA es tal vez uno de los ejemplos más claros de cómo la justicia argentina puede distorsionarse por causas políticas o de corrupción en los organismos del Estado. El abanico de mecanismos utilizados es inusual, ya que el atentado terrorista más grande cometido en la historia argentina tuvo y tiene repercusión internacional, aún después de 30 años.

Estamos hablando de un hecho terrorista donde fueron asesinadas 85 personas y hubo centenares de heridos, todos ellos civiles. Hay algunas preguntas simples que muchos nunca quisieron hacerse. Si vino un grupo terrorista iraní, cometió el atentado y huyó, ¿cómo se explica que la justicia, la Policía Federal y los servicios de inteligencia salieran rápidamente a encubrirlos?

Si quienes se encargaron de la investigación y de construir la causa judicial -juez, fiscales, miembros a cargo de la investigación de la Policía Federal y de la Secretaría de Inteligencia, y miembros del más alto nivel de gobierno- fueron procesados y condenados por ocultamiento de pruebas y encubrimiento, ¿cómo puede ser que todos los cuerpos del expediente, confeccionados por ellos, se sigan tomando como válidos?

El juez federal Juan José Galeano, los fiscales Eamon Mullen y José Barbaccia, los comisarios Carlos Castañeda y Jorge “Fino” Palacios, el jefe de la SIDE Hugo Anzorreguy, y el presidente de la Nación, Carlos Menem, entre otros, fueron procesados, por nombrar solo algunos.

La única vez que un juez de otro país tuvo que analizar la extradición de un imputado fue en el año 2003. Me refiero a Soleimanpour, quien tenía una alerta roja. En ese caso, después de recibir los elementos que, según el juez Galeano, justificaban su pedido, el magistrado decidió no hacer lugar y liberar al detenido, ya que los elementos no lo justificaban.

Al día de hoy, salvo más informes de inteligencia, no existen nuevos elementos probatorios que se hayan agregado a la causa. Uno de los indicios que implicaban a Moshen Rabbani, otro de los sindicados como autor, era que varios meses antes del atentado, Rabbani fue a un concesionario preguntando por el precio de una Renault Trafic blanca. Rabbani no compró el vehículo ni existe constancia alguna de que haya comprado un vehículo similar en otro lugar. Cabe destacar que, por ese entonces, la Trafic era el único vehículo utilitario cerrado tipo van que se vendía en Argentina y el 80 por ciento de ellas eran blancas. El otro vehículo similar era mucho más grande y caro, ya que se trataba de una marca alemana. Si necesitaba una van, no había otra opción.

Años después, apareció el famoso espía Iosi, que sostuvo que sospechaba que parte de la información que obtuvo delictivamente en la AMIA pudo ser utilizada para cometer el atentado. Se refería a planos y horarios del edificio, entre otras cosas. También mencionó que un par de semanas antes del atentado, sus jefes estuvieron analizando los planos del lugar. Iosi se había infiltrado en la comunidad judía, lo que es un delito, y su confesión grabada y filmada ante la prensa lo hacía posiblemente partícipe necesario. No solo no se lo investigó ni imputó, sino que además fue usado por el gobierno de Cristina Kirchner para otras investigaciones.

Carlos Telleldín, durante una comparecencia
Carlos Telleldín, durante una comparecencia en Comodoro Py en 2016 (Foto: Adrián Escandar)

Desde el inicio, se sindicó como cómplice a Carlos Alberto Telleldín, quien por ese entonces era considerado como un conocido vendedor de autos duplicados. La teoría de los investigadores, que lo tuvieron preso durante una década ocupando el banquillo de los verdaderos culpables, se basaba en una narración de lo más absurda. Un día, vino un señor de Irán y le dijo a Telleldín que necesitaba un vehículo para cometer un atentado en la AMIA. Y Telleldín, un experto en hacer borrar números de chasis y motor, en lugar de darle uno trucho, le dio uno que estaba a su nombre, lo que inevitablemente llevaría a los investigadores a detenerlo.

Primero, debemos preguntarnos: ¿por qué los iraníes iban a anticiparle a semejante personaje sus intenciones? Si ya lo hicieron, ¿por qué lo dejaron con vida cuando se los entregó? Y si él no sabía el destino del vehículo, ¿por qué estuvo diez años preso?

La realidad es que ningún gobierno quiso meterse a investigar a fondo la conexión local y prefirieron mirar hacia afuera. No podemos descartar en absoluto la intervención en el atentado de Irán, Siria o Hezbollah; en realidad, es difícil que alguno de ellos, en esos años, haya planeado semejante ataque sin el conocimiento de los otros. Pero, de todos modos, si bien es una posibilidad cierta, en el expediente no hay pruebas concretas e irrefutables que vinculen a Irán con el atentado. Solo existen informes de inteligencia extranjeros y algunos indicios que no avanzaron para convertirse en pruebas reales, evidencias tangibles o testimonios confiables.

Han pasado 30 años, la probabilidad de que el caso se resuelva es muy baja y aún más baja si no se recorre el camino de una investigación que no tenga un resultado previo dictado por la política, más allá de las evidencias.

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