El 18 de julio de 1994 es una de esas fechas que han quedado grabadas a fuego en la memoria de los argentinos. Todos los que lo vivimos recordamos dónde estábamos ese día a las 9:53, cuando un atentado terrorista destruyó la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) y provocó 85 muertos y más de 300 heridos.
Este “crimen de lesa humanidad”, tal como lo catalogó de manera correcta la Cámara Federal de Casación Penal, no fue fruto del accionar aislado de un grupo de fanáticos. En una clara violación de nuestra soberanía territorial, su ejecución estuvo a cargo del grupo terrorista Hezbollah, obedeciendo al “designio político y estratégico” de la República Islámica de Irán. Así lo señaló el fallo de la Cámara Federal, ratificando desde lo legal lo que desde hace muchos años venimos sosteniendo a viva voz. Con total impunidad, el régimen iraní se valió incluso de sus diplomáticos acreditados en nuestro país para planificar este acto criminal.
El atentado contra la sede de la AMIA se produjo dos años y cuatro meses después del acto terrorista que tuvo como blanco la Embajada del Estado de Israel en Buenos Aires, el 17 de marzo de 1992. Ambos se inscriben en una larga saga de acciones de Hezbollah, que desde su creación en el Líbano, en 1982, había llevado su campaña de terror a países de Europa, entre otros destinos. Los ataques contra la Embajada de Israel y la AMIA significaron el sangriento desembarco del terrorismo yihadista en el continente americano. Una antesala de lo que ocurriría el trágico 11 de septiembre de 2001.
El terrorismo de matriz yihadista sigue hoy más activo que nunca y no ceja en su campaña de odio, muerte y destrucción. En uno de los golpes más brutales de su historia, el 7 de octubre del año pasado, el grupo terrorista Hamás masacró a más de 1200 ciudadanos israelíes, muchos de cuyos cadáveres fueron posteriormente vejados, y secuestró a 242 personas en distintas comunidades y kibutzim del país. A poco más de ocho meses de estos hechos, que implicaron una violación de la soberanía israelí y tuvieron como blanco población civil indefensa, seguimos reclamando la liberación de los 120 rehenes que siguen aún cautivos, de los cuales nueve son argentinos y uno de ellos, Kfir Bibbas, un bebé que cumplió su primer año de vida en cautiverio.
Con la deliberada intención de desestabilizar todo el Medio Oriente, mientras Israel actúa militarmente en Gaza para destruir las bases operativas de Hamás, el régimen iraní sigue apoyando la sistemática campaña de ataques armados de Hezbollah contra las ciudades del norte de Israel. Y, paralelamente, busca alterar el normal flujo del tráfico marítimo por el Mar Rojo, valiéndose para ello de las milicias hutíes yemenitas, armadas y apoyadas logística y financieramente por Teherán.
Esta campaña sistemática no es fruto de una decisión antojadiza de Irán y sus acólitos, sino que obedeció a un plan pergeñado con fines muy precisos. En los 90, el terror apuntó contra el gobierno de Carlos Saúl Menem, que había profundizado los vínculos de nuestro país con Israel -lo que se vio plasmado en la primera visita de Estado de un presidente argentino a Israel, en octubre de 1991- y su compromiso con una agenda de paz en el conflicto con los palestinos.
Hoy, el régimen de Teherán busca interrumpir el proceso de los Acuerdos de Abraham, que busca el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Israel y sus vecinos árabes, con miras a un futuro de convivencia y paz, como evidencian los tratados ya firmados con los Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Sudán y Marruecos. La República Islámica de Irán y sus grupos satélites buscan boicotear este sendero de normalización en Medio Oriente que, en definitiva, no hace más que profundizar el aislamiento del régimen de Teherán.
En este marco de preocupación, debemos mantenernos firmes en nuestra condena al odio inoculado por Irán, que apunta contra la existencia misma del Estado de Israel y del pueblo judío. No cabe espacio para la hipocresía. Cuando se trata de Israel, existe la lamentable tendencia a transformar a la víctima en victimario, propiciada por sectores minoritarios pero estruendosos, movidos por sentimientos antisemitas. No hay que dejarse engañar: el antiisraelismo es una nueva forma de antisemitismo. La comunidad internacional no debe prestarse a confusión y mantener su repudio al accionar criminal del régimen iraní, sobre el que pesan sanciones debido a su poco transparente programa nuclear.
No debemos perder de vista que tanto la decisión que toman los autores intelectuales como la ejecución que llevan a cabo sus brazos armados están movidas por un común denominador: generar un impacto lo suficientemente fuerte para producir miedo y provocar reacciones desde ese sentimiento. El fin último es sembrar el odio para entorpecer el acercamiento entre nuestras sociedades e imposibilitar la convivencia pacífica. Desde esta perspectiva, el atentado de 1994 se vuelve un espejo donde ver la campaña de miedo que vivimos en la actualidad desde el 7 de octubre.
Por todo esto, el reclamo de justicia y castigo a los responsables del atentado contra la sede de la AMIA está hoy más vivo que nunca. Hace 30 años, el terrorismo internacional intentó amedrentar a nuestro pueblo y se ensañó contra un modelo de convivencia interreligiosa que caracteriza a nuestro país desde sus orígenes. El ataque contra la sede mutual es una herida que sigue abierta y que no cicatrizará hasta tanto sus responsables directos y sus autores ulteriores no paguen su responsabilidad por uno de los acontecimientos más trágicos de nuestra historia.