El presidente de la Nación, Javier Milei, explicó ayer que en los próximos meses la Argentina va a tener problemas para juntar reservas. Pero, aclaró, “cero pánico”. Cualquiera que haya vivido la historia económica argentina sabe que ese tipo de reacción suele generar más angustia. Cuando un presidente o ministro argentino dice que “el que apuesta al dólar pierde”, probablemente suba el dólar. Cuando otro dice “el que puso dólares recibirá dólares”, seguramente ocurra lo contrario. Pero tal vez ahora sea distinto y el “cero pánico” de Milei calme todas las incertidumbres.
Sin embargo, hay algunos motivos para dudar. Uno es que durante las últimas semanas los dólares paralelos se apreciaron un 50 por ciento. En abril, Milei mismo había dicho que era una “estupidez” acelerar la devaluación del dólar oficial porque los “libres” estaban al mismo precio y eso expresaba el valor de mercado. Esa misma lógica, la del Milei de hace solo tres meses, debería producir una devaluación del 50 por ciento en estos días. Pero Milei no la aplica. Esas idas y vueltas presidenciales no son muy tranquilizadoras. Lo mismo pasa con las promesas de dolarización, los anuncios de recuperación en V, los cambios permanentes acerca de las condiciones necesarias para salir del cepo y tantas otras cosas. Milei es un presidente que habla mucho y no siempre dice lo mismo. Así que eso de “cero pánico” puede referirse a un sentimiento volátil.
El segundo elemento preocupante es el marco de la afirmación sobre el “cero pánico”. Milei dijo eso desde Estados Unidos, un día sábado, mientras su ministro Luis Caputo anunciaba un paquete de medidas “históricas” para dejar de emitir pesos y vender reservas. Más allá de la lógica de esas medidas, que generaron ayer polémicas muy duras entre distintos economistas, lo cierto es que fueron anunciadas en una conferencia de prensa improvisada un sábado a la tarde al final de una semana muy mala en los mercados financieros.
¿No había chances de esperar hasta el lunes? ¿No había tiempo para volver a la Argentina para presentar todo con serenidad? Si no lo había, si había tanta urgencia, ¿eso quiere decir que hay pánico o que no hay pánico o que hay qué nivel de pánico de cero a diez?
El tercer elemento es que hay un antecedente muy próximo respecto de un episodio similar. Hace sólo dos semanas Luis Caputo presentó otra de sus medidas serenas y meditadas un viernes por la tarde luego de otra mala semana financiera. No se entendió nada lo que decía. El lunes los mercados reaccionaron muy mal. El economista Fausto Spotorno, por entonces asesor del Presidente, criticó al ministro por improvisado. La consecuencia fue que echaron a Spotorno. Todo esto tampoco tranquiliza mucho.
Detrás de toda esta historia parece haber un debate de fondo en el que, curiosamente, coinciden Domingo Cavallo y Cristina Kirchner. El problema que enfrenta el Gobierno excede a la cuestión fiscal y, en este contexto, tiene que ver especificsmente con la falta de dólares en lo inmediato. En un texto que empieza a adquirir una dimensión notable, Cavallo explicó en abril que si el Gobierno no aceleraba la devaluación del dólar oficial se quedaría con pocas reservas y tendría problemas serios en el segundo semestre. Todo eso está pasando. El eje de la presentación de ayer giró alrededor de la promesa de frenar la emisión. ¿Cómo resolvería eso la caída de las reservas?
Si los anuncios de ayer apuntan a resolver ese problema crucial, tal vez el Gobierno debería explicar cómo funciona tal cosa. Porque en el caso de que el.mundo financiero se siga preguntando cómo van a hacer para acumular reservas, seguramente el pánico sea algo más que cero en pocos días.
El desafío del Gobierno se acrecienta por la pésima relación que tiene el Presidente con la abrumadora mayoría de los economistas que traducen las medidas a los inversores de la Argentina y el mundo. El Aparato de Propaganda del Estado, que se despliega en las redes sociales, ha puesto mucho esmero en humillar personalmente a Carlos Melconián, Roberto Cachanovsky, Marina Dal Poggeto, Ricardo Lopez Murphy, Carlos Rodríguez, entre tantos otros. Ellos decían lo mismo que Cavallo, Miguel Angel Broda, Hernán Lacunza, Alfonso Prat Gay. Si no devaluaba más rápido, incubaba una crisis.
Para poder explicar lo que anunció ayer, la dupla que conforman Milei y Caputo deberían contar con una red de intérpretes con buena voluntad. Esos vínculos hoy están rotos. Para colmo, tampoco están bien las relaciones con el Fondo Monetario desde que el presidente acusó de comunista a uno de sus miembros.
En este contexto, las próximas semanas van a ser muy interesantes porque van a decir mucho sobre la sensatez, o la falta de ella, del equipo oficial.
Todo esto es una pena porque arruina una gran semana para el Presidente.
El lunes 8 de julio, Javier Milei estaba eufórico. Tenía sus razones. Había logrado finalmente disciplinar a la mayoría de los gobernadores. No sólo habían firmado ese papel repleto de generalidades. También se habían trasladado al lugar donde él les había ordenado. Se habían vestido como él había dispuesto. Y se habían ubicado obedientes en el lugar que su equipo les había asignado, de tal manera que la foto fuera exactamente igual a la del día de la declaración de la Independencia. En el centro de ella, él mismo, como un sol.
Era una escenificación soñada. Todos esos supuestos jefes territoriales, a los que él había ignorado, insultado, humillado, estaban ahí, reverentes, ceremoniosos, dispuestos a cumplir el rol que se le ocurriera al jefe de Estado y sus veleidosos asesores de imagen. ¿Quién lo hubiera imaginado hace apenas un año? Hasta Mauricio Macri tuvo que volver del Reino Unido, donde asistía al vibrante torneo de Wimbledon. Y ni siquiera así logró que, por una vez, Milei le diera un lugar destacado. Quedó ahí, boyando, mascullando bronca por el enésimo desplante presidencial. Una vez más, como tantas veces desde que decidió dedicarse a la política, Milei se salía con la suya.
El martes por la tarde fue otra fiesta inolvidable. El presidente presenció el despliegue de tropas más imponente de los últimos cuarenta años. Frente a él pasaron veteranos de guerra, batallones de infantería, aviones en vuelos rasante, tanques y cañones. Miles de ciudadanos concurrieron para celebrar la ocasión. En el punto cúlmine de la jornada, el libertario trepó a un tanque junto a su vicepresidenta y agitó una ametralladora como antes hacía con la motosierra. Se lo veía feliz. La foto dio la vuelta al mundo.
Santiago Oria, el director de cine del Aparato de Propaganda Estatal, subió algunas de esas imágenes y tuiteó: “y la voz del gran jefe…a la carga ordenó”. Esa frase solía referirse al general José de San Martín. Otro hombre del Presidente, el legislador Agustín Romo, agregó. “Por suerte quedaron atrás los desfiles de comunistas, faloperos y travestis”. Unos días antes Milei había recibido de manos de Eduardo Bolsonaro una medalla que llevaba la cara de su padre, Jair, el ex presidente. Esa medalla refería a que ese hombre tenía una envidiable potencia sexual y nunca había practicado sexo con gays. Milei rió con carcajadas sonoras. La batalla cultural contra homosexuales, travestis y comunistas seguía en marcha.
Horas después del desfile, Milei viajó nuevamente a los Estados Unidos, como cada mes desde que asumió. Fue a un cónclave de multimillonarios. Tal vez para no ser menos que sus anfitriones, llegó hasta Idaho en un avión privado sólo accesible a hombres de inmenso poder económico.
Hay evidentemente una distancia muy perceptible entre aquel Presidente que hace pocas semanas viajaba en vuelo de línea para mostrar que se habían terminado los privilegios de la casta con éste que se acomoda muy armónicamente a los privilegios que ofrece su cargo. En el medio, el primer mandatario recurrió un par de veces al avión de Presidencia. Pero parece que sus comodidades no alcanzaron.
Habían sido días esplendorosos. Solo quedaba un pequeño problema por resolver: el dólar, la brecha, lo de siempre.
Ese era el único grano en el zapato presidencial. En otras épocas, cuando los dólares paralelos se apreciaban, el Presidente recuría a una explicación didáctica. No era que subía el dólar sino que se derretían los pesos porque los políticos chorros emitían demás. Los efectos se producían primero sobre el dólar, porque era un activo financiero, y luego sobre el resto de los productos de la economía. O sea que la suba del dólar era la antesala del crecimiento dr la inflación.
Esta semana el Presidente, otra vez, había cambiado de punto de vista. Parece que la culpa era del Banco Macro porque compró dólares y de los políticos que en estas semanas están más dóciles que nunca. Sea como fuere, el Presidente despotricaba pero el dólar seguia subiendo.
En medio de una intensa recesión, que no cede, aumentos verticales de los índices de pobreza y desigualdad, el maldito dólar no paraba de moverse.
Por eso, para frenarlo de una vez y para siempre, un sábado a la tarde, desde Estados Unidos, Milei y Caputo anunciaron medidas históricas.
Sería bueno para el país que funcionen. También para Caputo. Porque si fracasan, sus tiempos se acortan.
¿Pánico?
Cero pánico.