El Pacto de Tucumán fue vacío, formal, carente de sentimiento patriótico. Asistió la mayoría de los gobernadores, muchos de los cuales saben que todavía deben apoyar a Milei porque se los pide la ciudadanía. La pobreza no alcanza aún para asumir que el responsable es hoy el dueño de los últimos restos de esperanza. La profundidad del daño realizado por los gobiernos anteriores se refleja en la resistencia de la sociedad a asumir la crítica a este brutal empobrecimiento que la tiene como víctima.
En Tucumán, Mauricio Macri fue destratado, no se le otorgó espacio de relevancia alguno a quien aportó a Milei los votos que necesitaba para ganar las elecciones, ordenó a sus legisladores aprobarle la Ley Bases y le regaló a Patricia Bullrich como incondicional Ministra de Seguridad, hoy militante libertaria acérrima, en tanto la hermana del Presidente -cuyos méritos permanecen ocultos- se constituía en firmante privilegiada del curioso y vacuo Pacto de Mayo durante la madrugada del 9 de julio. Pomposidad y protagonismo propios, sí; trascendencia, no.
Trascendentes, en cambio, fueron las palabras del arzobispo Jorge García Cuerva la mañana del Tedeum en la Catedral. “Quien sepa escuchar, que entienda” parecía ser el subtexto de su homilía claramente destinada a la ceguera, la vocación irrefrenable por la descalificación y la vulgaridad, el aislamiento y la insensibilidad respecto del dolor y del hambre de la sociedad por parte de un Milei siempre urgido por viajar a estrambóticos encuentros internacionales donde recibe medallitas agraviantes o deja pagando a los presidentes de la Región en una reunión del Mercosur para no cruzarse con un estadista. Ese estadista es un hombre que ha sufrido y conoce la vida y la política de verdad y que, mal que le pese a este presidente que tenemos, es el Primer Mandatario de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva. Su par liberal, el uruguayo Luis Lacalle Pou señaló el desaire con singular altura diplomática, cualidad que Milei ignora y menosprecia. Los cargos, los lugares, las jerarquías, los honores sufren la misma situación que las ideas: no solo no tienen orden ni lógica, ni siquiera son tenidos en cuenta.
También tuvimos desfile militar este 9 de Julio. Para muchos, fue un paseo festivo con la familia. Por eso, resulta imprudente la confrontación del kirchnerismo con los uniformados. Aunque lo haya guiado la voluntad de no dejar resquicio alguno al olvido de los crímenes de la Dictadura, terminó en el rechazo de la mirada popular. Las tradiciones tienen fuerza, y ésta es grande. El progresismo, al negarla, no hace otra cosa que encontrar una vez más su propio suicidio.
El debate sobre la designación de Ariel Lijo como posible miembro de La Corte Suprema de Justicia ocupa un lugar ejemplar. La corrupción no es fruto de una casualidad, lo es de una elección meditada, de una reflexión que asume la fractura y la decadencia como parte del enriquecimiento de la minoría política que la genera.
Los partidos políticos están complicados en su vigencia. El peronismo posee solo dos gobernadores fuertes: Martín Llaryora, de Córdob, y Axel Kicillof, de Buenos Aires, y dos políticos convocantes, Juan Grabois y Guillermo Moreno. Digamos que esa pequeña estructura son los “brotes verdes” de la miseria que dejó sembrada Alberto Fernández, en tanto que el kirchnerismo no termina de desaparecer de la escena política en una agonía realmente patética.
Por otro lado, el radicalismo tiene a Martín Lousteau y, esencialmente, al gobernador de Santa Fe, Maximiliano Pullaro, porque el resto de los radicales se han identificado tanto con el conservadurismo que ya piensan demasiado parecido a quienes supieron ser en otros tiempos sus peores enemigos. Los tiempos del Radicalismo como partido nacional y popular, como partido de las clases medias, el de Yrigoyen, Balbín, Alfonsín.
El PRO es Macri, alternando su liviandad entre el fútbol y el bridge, y luego, nada, no aparece expresión alguna que reivindique un pensamiento. En rigor, el egoísmo no suele tener ideología, y la presidencia de Milei lo deja más que claro. Estos meses de gobierno marcan un empobrecimiento semejante a aquella promesa del rebote. Lentamente, la sociedad que lo votó va tomando conciencia de que la V no es ni corta ni larga, es inexistente.