La orientación de la autodenominada “nueva política exterior” adoptada por el gobierno de Javier Milei constituye uno de los capítulos más tristes en la larga historia de la diplomacia argentina. La visión dogmática y grotescamente “hiper-occidentalizada” se expresa en un enfoque anacrónico, empobrecedor, imprudente y colonial.
El carácter anacrónico se presenta en tres planos. En primer término, en el desdén con el que se llevan adelante las relaciones con países como China y otros países emergentes del sudeste asiático, desconociendo la relevancia que tiene para nuestro país el nuevo polo económico que conforma la región asiática, así como la reconfiguración del planeta en clave multipolar ante el creciente rol de las economías emergentes.
Esta visión provoca torpezas estratégicas injustificables, tales como el rechazo a ser parte del Grupo BRICS. En segundo término, en el anarcocapitalismo o neoliberalismo vulgar que se predica en cada foro, vociferado en un mundo donde las potencias occidentales toman decisiones de política industrial, tecnológica y comercial de corte proteccionista a efectos de potenciar sus entramados productivos, cuidar el trabajo nacional y reducir el grado de dependencia en insumos y bienes estratégicos. Por último, en la utilización de una terminología digna de las versiones más rudimentarias de la Guerra Fría, vale aclarar, finalizó hace décadas.
El prejuicio respecto a temas acuciantes que se plantea hoy la comunidad internacional escenifica el sesgo empobrecedor de la política exterior planteada por el gobierno nacional, que daña las perspectivas de desarrollo de nuestro país al tiempo que ridiculiza el papel de la Cancillería argentina.
Aludimos, en primer lugar, al rechazo a la Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas, que incluye tópicos como la cuestión ambiental y climática, la igualdad de género, la educación, el fin de la pobreza y el hambre o la reducción de la desigualdad. Este conjunto de iniciativas, definidas como “marxismo cultural” por Javier Milei, son abordadas por la totalidad de los miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), con la excepción de la Argentina.
Es preciso advertir, en segundo lugar, el ingrato rol que deben ocupar los diplomáticos argentinos ante tantos dislates, defendiendo posiciones incomprensibles en foros internacionales, o pidiendo disculpas luego de cada insulto propinado por Milei a algún líder internacional, incluyendo en este asombroso listado desde el Papa Francisco hasta presidentes de países con los que nos une una histórica amistad e intereses comunes, como Brasil, Colombia, España o México.
En esta misma línea se acumulan otros despropósitos que llevará años enmendar, como el desplante a la Liga de los Estados Árabes por parte del presidente en el Centro Islámico de Palermo, el rechazo a conceder a Palestina un rol de miembro pleno en la ONU -modificando la posición histórica de nuestro país-, o la intención de “mudar la embajada argentina a Jerusalén occidental” que, cabe subrayar, supondría no respetar las resoluciones del Consejo de Seguridad y de la Asamblea General de dicho organismo, que expresamente solicitan que no se trasladen allí las representaciones diplomáticas.
El atributo de la imprudencia se trasluce, por su parte, en la adopción irresponsable de la agenda de seguridad de Estados Unidos, con un involucramiento activo en conflictos geopolíticos ajenos a nuestra región -como la guerra en Ucrania, la situación en el estrecho de Taiwán o el escenario de extrema tensión en Medio Oriente-, poniendo en riesgo la seguridad nacional sin ningún atisbo de beneficio para nuestro país.
El espíritu colonial, finalmente, es explícito. Al alineamiento con Estados Unidos e Israel, se adiciona el plan sistemático de entrega de soberanía, ejecutado a través de políticas como la derogación de la Ley de Tierras, habilitando su extranjerización, los “gestos diplomáticos” a favor de Gran Bretaña y una política de defensa de la Cuestión Malvinas que se asemeja a un simulacro, o el anuncio sobre la “base naval conjunta” en la Patagonia junto a la Jefa del Comando Sur de los Estados Unidos.
Ante este escenario, urge retomar las mejores tradiciones históricas. Esto es, regir la política exterior en función de los intereses nacionales y acompañar las acciones que despliega el país apoyándose en una lectura crítica y realista del escenario político internacional. Lamentablemente, no guardamos esperanzas de que ello suceda bajo el mandato del actual presidente.
Por tal motivo, seguiremos denunciando la visión dogmática, antinacional y dependiente de las relaciones internacionales que lleva adelante el gobierno de Javier Milei, y bregando desde la provincia de Buenos Aires por una vinculación pragmática con la región y con el mundo, bajo el objetivo de resguardar los intereses de nuestro pueblo, defender nuestra soberanía e integridad territorial y alentar una integración que impulse el desarrollo nacional.
* Carlos Bianco es Ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires. Juan Manuel Padín se desempeña como Subsecretario de Relaciones Internacionales de la provincia de Buenos Aires