Sobrepoblación carcelaria: cómo encarar soluciones innovadoras para la problemática

Al dilema filosófico de hace siglos sobre el trato que debe recibir un convicto tras las rejas, y si este debe dañarlo o curarlo, en la actualidad se le agrega otra alternativa. ¿Cárceles públicas o privadas?

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La cárcel de Pinero, Argentina
La cárcel de Pinero, Argentina

Las cárceles tienen como objeto que las personas, luego de un periodo de tiempo, regresen a la vida social con retoques favorables en sus principios morales y que puedan rectificar sus conductas anteriores. Esto encuentra su base en que el pasado -lo que hicieron-, no puede repetirse, pero sí que en el futuro -con una buena resocialización- no cometa más delitos. Nos queda analizar: como puede erguirse en la sociedad un ex convicto teniendo en cuenta lo que vivió y lo que no en la cárcel, donde el hacinamiento y la ausencia de programas para educar son moneda corriente.

El artículo 18 de la Carta Magna nos dice: “… Las cárceles de la Nación serán sanas y limpias, para seguridad y no para castigo de los reos detenidos en ellas…”. Esto resulta una utopía en este momento histórico. Nos encontramos con que no son ni sanas ni limpias, y que en lugar de rehabilitar al preso se lo perfecciona en el delito durante su privación de la libertad, ya que inmaduros convictos comparten tiempo con abyectos criminales expertos.

Lamentablemente, las cárceles los hacen mejores delincuentes. Trazando un paralelismo en el mundo empresarial, luego de una detención, el supervisor se convierte en gerente, el gerente en vicepresidente y en vicepresidente en Ceo. Esto debe terminarse.

El peor problema se plantea en la Provincia de Buenos Aires, en donde las comisarias están repletas de detenidos que deberían estar en una cárcel y, sin embargo, no hay donde alojarlos. El personal policial, quien debería cuidar a la ciudadanía, cuida a los presos. La policía no cuenta con ningún tipo de preparación, ya que no son (ni quieren) ser guardiacárcel, y a pesar de esto deben trabajar ejerciendo esa función que detestan. Así se ocupan del control de visitas, de la comida a los detenidos, y además reciben todo tipo de cuestionamientos, etc.

Esa fábrica de delincuentes -la cárcel-, da clases a principiantes de como robar, vender droga, entre otras actividades inmorales, y finalmente el resultado es un criminal profesionalizado. No es casualidad que países desarrollados alojen a detenidos conforme a su condición, primarios con primarios, reincidentes con reincidentes, peligrosos con peligrosos. Esta clasificación no puede realizarse en la mayor parte en donde se alojan a los presos en Argentina, en celdas que soportan más de 50 detenidos en un mismo lugar. Y por añadidura, otro problema es la comunicación de los presos al mundo exterior.

Hay algo que cuesta entender, pero hay que entender: el jefe de un grupo delictivo no deja de ser jefe por estar detenido. Sus órdenes las sigue dando y nosotros, la sociedad, le permitimos no solo eso, sino que lo hagan con su teléfono móvil. La ministra Patricia Bullrich, conocedora de esta situación, ordenó que en Santa Fe los presos no puedan los presos tener celulares. El problema es que no ocurre solo en Rosario sino en todo el país. No digo hipotéticamente, sino apodícticamente, que el celular es el vehículo por el cual el criminal sigue en la ruta del crimen. Insisto, aun estando en prisión.

Además, sin ambages, todavía nos queda preguntarnos lo siguiente: ¿tiene solución la problemática carcelaria actual? La respuesta es sí y es por medio, según mi criterio, de la instrumentación de las cárceles privadas.

Por otra parte, la alternativa de incorporar a un especialista en derecho penal a la Corte Suprema de Justicia, con experiencia en el combate al crimen organizado, que está en la trinchera de la batalla contra el narcotráfico y con mucho conocimiento de presos, cárceles, y todos los vericuetos del derecho penal, le daría plus adicional al aportar una visión y conocimiento del derecho penal a la actual integración conformada por Jueces brillantes pero en otras ramas del derecho.

Volviendo al tema, las cárceles privadas o cárcel con fines de lucro, es el lugar donde los detenidos están encerrados, y los servicios están a cargo de terceras personas que son contratadas por el gobierno. Las compañías y los gobiernos celebran acuerdos para atender a los prisioneros. Generalmente, el perímetro del sector es custodiado por el Estado, pero intramuros lo hace la compañía, se delegan funciones -cocina, lavandería, programas de educación-, al privado y el gobierno se ocupa de la seguridad. Esto se aplicó en muchos países y quedó demostrado que el resultado fue favorable: menos costos para el Estado que lo aplicó y mejores sistemas de orientación durante el encarcelamiento.

Al intentar establecer qué pasó en otros países con este sistema de cárceles privadas es insoslayable tener en cuenta la experiencia de Australia. En este país lo implementó a partir de 1990, en una prisión que se llama Borallon Correctional Centre, que actualmente sigue en funcionamiento.

Entre las ventajas se puede mencionar que el Estado ahorra al no construir nuevas cárceles y pudo encarcelar más malvivientes por el nuevo espacio. Asimismo, como externalidad positiva, hubo una baja ostensible de la criminalidad diaria, mejoró la calidad de vida de los presos intentando su rehabilitación, redujo el costo diario de cada detenido y bajó el exceso de ocupación carcelaria. Es por eso que distintos países lo aplican con éxito.

Entre otros datos estadísticos se puede apreciar que en Australia la proporción de reclusos en centros privados es 19 por ciento, Escocia 17, Inglaterra 13, Nueva Zelanda 11 y Estados Unidos 8. Los presos sienten que son útiles al trabajar y su resultado se ve en la sociedad. Por ejemplo, en New York confeccionan sillas, escritorios, barricadas de la policía y hasta cajones para muertos. Como resultado de esto obtienen dinero para sus familias y el Estado disminuye costos. Y lo más importante: se rehabilitan para tener una vida en paz y de respeto con sus pares, alejándose de la maldita marginalidad que genera el delito.

El divino Seneca, en su obra maestra del pensamiento, nos dejó unas palabras sobre el castigo: “… pues no se trata de dañar, sino de curar bajo la apariencia de daño. Del mismo modo que aplicamos fuego a algunas lanzas torcidas para enderezarlas”. Siglos después, esta afirmación, sigue teniendo lucida vigencia: hay que rehabilitar, hay que enderezar a torcido.

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