Hace 50 años el General Juan Domingo Perón pasaba a la inmortalidad. Su movimiento y doctrina que encarnaron la revolución justicialista, y culminaron en la política efectiva el 24 de marzo de 1976, cuando un golpe militar derrocó a María Estela Martínez de Perón, primera víctima de la dictadura militar.
Perón logró una trascendental transformación integral en la Argentina. Como pocos conocía el país. Traía consigo el ejercicio del largo peregrinar realizado por las provincias argentinas, sumado a la experiencia que le permitieron las misiones en el extranjero: la diplomática en Chile (1936-1938), y el viaje a Italia y otros países europeos (1939-1941).
El movimiento político bautizado “Justicialismo”, había tenido su gestación en la Revolución del 4 de junio de 1943, principalmente a través de la organización y puesta en práctica del Protoperonismo, con la creación del Consejo Nacional de Posguerra, el “Estatuto del Peón”, la “justicia social” como eje sustancial, etc. Y su bautismo el 17 de octubre de 1945.
Tras las elecciones de 1946, siendo presidente de la Nación, pondrá en funcionamiento los dos Planes Quinquenales para la industrialización y la consecución del pleno empleo, logrará la independencia económica, recuperando los resortes básicos de la economía en manos de la usura extranjera, nacionalizando los bancos, el comercio exterior, y también los servicios públicos, los ferrocarriles, etc. Todas estas conquistas, entre muchas otras vinculadas a bienestar nacional, se institucionalizaron en la reforma de la Constitución de 1949. Era la primera vez que un texto ley consagraba los derechos sociales de los trabajadores, de la ancianidad y de la niñez.
Los principios humanistas y cristianos fueros la esencia de la doctrina, que enfrentó la primacía del liberalismo puertas adentro del país, y hacia afuera a través de los imperialismos con la Tercera Posición.
La revolución justicialista fue truncada en 1955. Exiliado durante casi 18 años, Perón no abandonó nunca a la Argentina. Desde cada una de las ciudades que lo recibieron en los duros años del destierro, a través de instrucciones, órdenes, correspondencia, etc. organizó la resistencia y mantuvo firme el espíritu de su pueblo.
En el año 1973, regresó al país con el objetivo de retomar la revolución inconclusa. Los gobiernos militares y seudo democráticos que gobernaron en el período 1955-1973, habían retrotraído la situación económica y social a los años 30. Asimismo, la división y el enfrentamiento violento entre argentinos signaban la política nacional. Perón en ese contexto llamó a la pacificación y a la unidad nacional. En sus palabras: “Los pueblos que no tienen unidad nacional están destinados a sucumbir: para obtenerla es menester pensar en una nivelación igualitaria de los hombres que permita al que dirige contar no sólo con el trabajo del que realiza, sino con el corazón del que trabaja”.
La reconstrucción del país continuaba teniendo como columna vertebral al movimiento obrero organizado. El medio para alcanzarla era la unidad nacional –tal como lo simboliza el abrazo con Ricardo Balbín– y la reconstrucción del hombre argentino a través del “Pacto Social”, el diálogo plural con las fuerzas políticas y la puesta en marcha del Plan Trienal (1973-1976). Este programa de gobierno fue revalidado el 23 de septiembre de 1973 por el 62 % de los votos, apoyo popular sin antecedentes en el país.
A dos días de su asunción como presidente, fue asesinado José Ignacio Rucci, hijo dilecto de Perón, secretario general de la CGT y reaseguro del Pacto Social, masacrado por un grupo comando de la organización guerrillera Montoneros. Este hecho criminal, de una bajeza propia de quienes representaban el odio desmesurado contra la Argentina y contra Perón, fue un punto de inflexión, e inicio en democracia de varios atentados perpetrados por organizaciones armadas de izquierda y paramilitares.
“El Peronismo desarrolló una política que, en pocos meses, fue capaz de contener la inflación, elevar el salario real, reducir el desempleo, aumentar la participación de los trabajadores en el PBI, consensuar una Ley de contrato de trabajo, reactivar el mercado interno y fomentar la producción industrial...”
Entre el 25 de mayo de 1973 y el 24 de marzo de 1976, el Peronismo desarrolló una política que, en pocos meses, fue capaz de contener la inflación, elevar el salario real, reducir el desempleo, aumentar la participación de los trabajadores en el PBI, consensuar una Ley de contrato de trabajo, reactivar el mercado interno y fomentar la producción industrial, nacionalizar la banca y el comercio exterior agropecuario, reglamentar el capital extranjero, poner en marcha la construcción de represas hidroeléctricas y el suministro eléctrico por energía nuclear, diseñar un plan para el autoabastecimiento energético, incorporar al país al Movimiento de Países No Alineados, expulsar las misiones militares extranjeras del suelo argentino, intentar recuperar diplomáticamente las Islas Malvinas, resolver viejos conflictos limítrofes, entre algunas importantísimas medidas de gobierno realizadas.
En este marco, dos meses antes de su partida, Perón presentó al pueblo argentino el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Se trata de la última actualización político-doctrinaria de la Comunidad Organizada, que expresa en la actualidad, el último intento en que Argentina pensó un Proyecto Nacional independiente. Volvía a impugnar de manera contundente los puntos de vista del liberalismo: “Tal vez este sea uno de los mayores aportes que puedo hacer a mi patria. Sólo con su entrega, me siento reconfortado y agradecido de haber nacido en esta tierra argentina”.
Perón señaló que la Argentina necesitaba conformar, dilucidar e institucionalizar un Proyecto Nacional, porque en política no existen los espacios vacíos: de no hacerlo nosotros, el extranjero impondría el suyo contrario a nuestros intereses. Para alcanzarlo propuso los principios vectores de un “Modelo Argentino” como marco de acuerdo entre las distintas fuerzas políticas y sectores de la vida comunitaria, que presentarían el propio para llegar a acuerdos básicos para sacar adelante el país. Y aseveró que, si fracasaba esta convocatoria, el año 2.000 nos podría encontrar “sometidos a cualquier imperialismo”. La opción era entre el “neocolonialismo o la liberación”. Perón vaticinaba que el mundo estaba atravesando una “época de cambio revolucionario y de reacomodamientos” hacia la universalización. La Argentina debía reiniciar su proceso de reconstrucción para la liberación nacional, único reaseguro para poder integrarse a ese mundo nuevo en términos soberanos.
En el plano político, Argentina debía alcanzar mayores grados de “decisión nacional”. Y para tal fin, el pueblo debía organizarse en comunidad, fortificada por vínculos de solidaridad e identidad compartida. El individuo participaría en las organizaciones libres del pueblo (de trabajadores, intelectuales, empresarias, religiosas, etc.) y éstas se sumarían a la vida política nacional a través de los Partidos y de ámbitos como el Consejo para el Proyecto Nacional. Los trabajadores cumplían una tarea primordial y los objetivos de sus organizaciones según el Modelo: “consisten en la participación plena, la colaboración institucionalizada en la elaboración del Proyecto Nacional y su instrumentación en la tarea del desarrollo del país”.
En el plano económico, Perón postuló que había que industrializar el país y aseveró que: “hay que tener siempre presente que aquella Nación que pierde el control de su economía, pierde su soberanía”. La planificación era imprescindible y con esa finalidad el gobierno organizaría un sistema económico mixto, donde el Estado cumpliría una función empresarial estratégica.
Las políticas públicas no eran un “vehículo para alimentar una desocupación disfrazada”. El gobierno apostaba al ahorro y al trabajo nacional, con el objetivo de ampliar los márgenes de poder de decisión sobre la “explotación, uso y comercialización de sus recursos”. El capital extranjero tenía que “tomarse como un complemento y no como un factor determinante e irremplazable”.
Impulsó la justicia social distributiva. El país alcanzó así el pleno empleo sin planes sociales ni asistencialismo, incluyendo la participación obrera en la distribución del producto del trabajo. El Estado era garante de la justicia social, sancionando y haciendo cumplir las leyes protectoras del empleo, la familia, la niñez y la ancianidad, e integrando el territorio de manera federal. La Argentina necesitaba un gobierno y un Estado fuertes y eficientes. Esto implicaría superar la ideología liberal del “Estado mínimo”, en paralelo a que se construiría una “administración pública vigorosa y creativa”.
En el ámbito científico y tecnológico, Perón manifestó que el sistema científico estaba concentrado en algunos centros urbanos, era dependiente del extranjero, funcionaba en compartimientos estancos y carecía de una planificación nacional coherente. La superación de estas limitaciones era un tema estratégico atendiendo que: “sin base científico tecnológica propia y suficiente, la liberación se hace también imposible”.
En el plano ecológico, denunció que las “llamadas sociedades de consumo son, en realidad, sistemas sociales de despilfarro masivo”, y que la Argentina debía dar un curso de acción al cuidado de la casa común acorde a su propia tradición.
Perón destacó, además, que cualquier solución para nuestro país no podría desconocer el marco de las necesarias alianzas regionales: “Tenemos que asumir el principio básico de que «Latinoamérica es de los latinoamericanos» (...) Nuestra respuesta contra la política de «dividir para reinar» debe ser la de construir la política de «unirnos para liberarnos»”.
Lamentablemente lo que aconteció después del 24 de marzo de 1976 con el derrocamiento de Isabel Perón, y lo que vino después con el restablecimiento de una democracia formal en 1983, fueron caricaturas del Peronismo, ya sea de la mano de los ensayos neo-liberales o social-demócratas, que manipularon las tres banderas –soberanía política, independencia económica y justicia social– vaciándolas de contenido y gobernando “en nombre de”, con gravísimos resultados que recayeron en el pueblo argentino: el endeudamiento rapaz, las cifras vergonzosas de pobreza e indigencia en un país rico, la destrucción del tejido industrial con el consecuente desempleo y la transformación infame de la cultura del trabajo en el asistencialismo, del reparto de prebendas y planes sociales. El avance del colonialismo cultural, la destrucción de un sistema educativo, científico-tecnológico y de salud, que habían sido de avanzada en el Continente. Junto al ataque pormenorizado a la familia, a la fe mayoritaria de los argentinos, con la legalización del aborto y la imposición de ideologías foráneas, entre otros males. Demás está decir, que ningún gobierno de esa fecha a esta parte, tocó en lo más mínimo la estructura económico-financiera creada por José Alfredo Martínez de Hoz con la Ley de Entidades Financieras –Nº 21.526– del 14 de febrero de 1977, la cual sigue vigente y constituye una traba para que el Estado regule al sector financiero en favor del crédito para el desarrollo económico.
Insisto, ninguno de los que gobernaron en nombre de Perón desde el restablecimiento de la democracia hasta el presente, tuvo en cuenta la herencia que Perón dejó al porvenir: el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional. Es el Perón en el ayer, hablándonos del hoy, y más aún del mañana. He aquí el profeta silenciado e ignorado en su propia patria, tal cual lo anunció Cristo: “En verdad os digo, que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra”. (Lucas, 4:24)
Ignacio M. Cloppet es Miembro de la Academia Argentina de la Historia. Autor de: Perón. Mitos y realidades. A 50 años. Sb editorial, Buenos Aires, 2024.