Perón, de la muerte al mito

La autora de “La primera presidente, Isabel Perón, una mujer en la tormenta” (Sudamericana) hace un repaso por la vida del líder justicialista desde que alcanzó el poder en la década del 40 hasta su fallecimiento a sólo ocho meses de haber asumido su tercera presidencia. Para la historiadora y escritora, su deceso lo hizo acreedor de una devoción sin límites, y sus fallas recayeron sobre su viuda y sucesora

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Juan Domingo Perón en sus
Juan Domingo Perón en sus años de exilio en Puerta de Hierro, en España (Fotografía Revista Redacción).

Falleció el 1° de julio de 1974, en la residencia presidencial de Olivos, y fue velado y enterrado con la pompa correspondiente al rango y el acompañamiento del dolor popular. Habían transcurrido solo ocho meses del comienzo de su tercera presidencia constitucional, iniciada en medio de una gran expectativa, basada en la creencia de que su regreso al país, después de 18 años de exilio, pacificaría a una sociedad dividida, enardecida, dispuesta a hacer justicia por mano propia, y convencida de que vivía mal (aunque desde la mirada actual, parece lo contrario).

Sus partidarios de siempre, los nuevos cuadros de la juventud y hasta los opositores de toda la vida, confiaron en este liderazgo salvador. También los jefes militares, cansados de luchas y de fracasos, apostaron al regreso del viejo camarada de armas. Lo votó el 62% del electorado, una mayoría solo comparable a la de su triunfal reelección de 1952.

No era para menos. Perón traía la promesa de la Argentina potencia, siempre grata al orgullo nacional y la memoria de los días felices de la “fiesta”, a la que sumó la apariencia tranquilizadora del “león herbívoro”. Sin embargo, su salud no era buena , requería cuidados y tranquilidad, en suma todo lo que un político de raza no podía permitirse. Perón se propuso aprovechar el momento propicio, la culminación del trabajo de zapa realizado durante años a fin de crear las condiciones para su regreso al poder. El último obstáculo era su propio delegado, Héctor J. Cámpora, llegado a la presidencia en su nombre, por culpa del veto militar, y forzado a renunciar a su investidura para abrirle paso en su vuelta al poder.

Una vez propuesta su candidatura presidencial, quedaba por resolver la cuestión de su compañero de fórmula; quizá Cafiero, cercano al sindicalismo, tal vez Cámpora, querido por la JP. o el radical Ricardo Balbín, el antiguo adversario devenido en confidente. Finalmente el Congreso justicialista se inclinó por María Estela ‘Isabel’ Martínez, esposa, delegada y mensajera del Líder. Todo indica que Perón estuvo de acuerdo.

“A Isabelita la han ‘candidateado’ en segundo término para vicepresidente…por aclamación… significa que mis muchachos quieren que yo gobierne solo y no hemos tenido mas remedio que darles el gusto”, le contó a su médico personal, el doctor Puigvert.

Se tenía confianza, esa confianza que le había permitido 30 años antes, el 8 de julio de 1944, asumir la vicepresidencia de facto del gobierno revolucionario; previo a su ascenso, desplazó uno por uno a sus rivales del GOU, la logia militar responsable del golpe del 43, algunos tan poderosos como el coronel González, el general Perlinger y el presidente de facto, Pedro Pablo Ramírez. Perón asumió la representación de esa nueva Argentina, gracias a su percepción del momento histórico del país y del mundo, del potencial que ofrecían el sindicalismo, la oficialidad joven de ideas nacionalistas, la militancia católica, y los empresarios de la reciente industrialización.

Derrocado por un golpe militar en 1955, organizado por muchos de sus antes partidarios, dejó al país más pobre del que había recibido, y a sus ciudadanos con la conciencia de los nuevos derechos y obligaciones que el estado debía asegurarles; ese estado benefactor que en su tiempo llevó el nombre de Evita.

La muerte de Perón preservó su memoria, congeló críticas, exaltó sus virtudes y lo convirtió en mito, esto es una figura extraordinaria, que genera devoción sin límites. Todo lo malo, las fallas del personalismo autoritario, el cúmulo de promesas incumplidas, el movimiento dividido y enfrentado con las armas, el fracaso del Pacto Social, la visión de la economía congelada en el tiempo, cayeron en la cuenta de Isabelita

En el exilio, luego de un lapso de relativo olvido, su figura creció y para las generaciones jóvenes, incluidos los hijos de los opositores de entonces, adquirió contornos míticos. Perón arreglará todo, se pensaba en 1973. Ya desde el accidentado regreso, en Ezeiza, se advirtió que la pacificación no era tarea fácil. La juventud peronista, admiradora de la revolución cubana, otro mito persistente, no aceptó las “veinte verdades”, el credo inicial del peronismo. De ahí que Perón se sintiera ahora más comprendido por Balbín, jefe de la oposición en sus años de gloria, que por la “juventud maravillosa”, a la que finalmente expulsó de la plaza, en un 1° de mayo, atravesado por el conflicto y el desencuentro.

El Pacto Social, base de su plan económico, consensuado con la CGT y la CGE, la Sociedad Rural y la Cámara de Comercio, para frenar la inflación, fortalecer el mercado interno y darle apoyo a YPF, no alcanzó para reactivar la economía; eran tiempos difíciles a escala internacional, debido al aumento del precio del petróleo; por otra parte, las exportaciones argentinas se habían estancado. Lo peor fue la violencia, imparable, el asesinato de José Rucci, su mano derecha en el campo sindical, y el asalto al cuartel de Azul, constituyeron gravísimos desafíos a su proyecto pacificador. La respuesta, a cargo de la Triple A -el brazo oculto de la represión estatal- contribuyó a aterrorizar a la gente común.

En tales circunstancias, la muerte de Perón preservó su memoria, congeló críticas, exaltó sus virtudes y lo convirtió en mito, esto es una figura extraordinaria, que genera devoción sin límites. Todo lo malo, las fallas del personalismo autoritario, el cúmulo de promesas incumplidas, el movimiento dividido y enfrentado con las armas, el fracaso del Pacto Social, la visión de la economía congelada en el tiempo, cayeron en la cuenta de Isabelita, su esposa y heredera constitucional.

En efecto, luego de un breve momento de apoyo y duelo, la violencia se retomó con más saña. Tanto la originada en la extrema izquierda (ERP) como la de Montoneros, en cierto modo, fuego amigo. Finalmente la gestión de Isabel cargó con una serie de responsabilidades: dejarse aconsejar por López Rega ( hombre de confianza y ministro de Perón); la devaluación (Rodrigazo), consecuencia del fracaso del proyecto económico; más tarde se conoció la influencia de la logia P2, que también venia del gobierno de su marido…

Nada de esto afectó el recuerdo de Perón; su imagen quedó intacta, no ya como la del joven militar del 44, algo mussoliniana, sino como la del estadista maduro, que había aprendido en sus años de exilio a valorar liderazgos fuertes y al mismo tiempo republicanos como el del general Charles De Gaulle. Esta última memoria resultó tan útil como necesaria en el periodo de recuperación de la democracia en que el movimiento peronista dejó pasó al partido justicialista, como un protagonista más en el juego de la democracia representativa.

María Sáenz Quesada es historiadora y escritora. Autora de “La primera presidente, Isabel Perón, una mujer en la tormenta” (Sudamericana)

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